Capítulo 9| Alma

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No recuerdo mucho después de que me esposaron a la cama. Todo era un torbellino de dolor, miedo y oscuridad. Mi mente me traicionaba, haciéndome imaginar lo peor: que Dante no vendría, que me dejarían morir aquí, sola.

Pero entonces sentí algo. Un calor diferente al fuego que quemaba mi piel. Unos brazos fuertes que me sostenían y una voz grave que rompió la barrera de mi inconsciencia.

—Estoy aquí, cariño. Estoy aquí…

Dante.

Intenté abrir los ojos, pero mi cuerpo no me obedecía. Mi garganta estaba seca, y cada centímetro de mi piel dolía como si estuviera hecha de cristal roto. Sin embargo, supe en ese momento que estaba a salvo. Aunque apenas podía moverme, supe que él había venido por mí.

De vuelta en la mansión, cuando finalmente recobré la conciencia, me encontraba en una cama suave, muy diferente a la fría y áspera donde había estado antes. La luz que entraba por las ventanas me hizo cerrar los ojos con fuerza.

—¿Alma? —Su voz fue como un susurro grave que me devolvió a la realidad.

Abrí los ojos lentamente, y lo vi allí, sentado junto a mí. Dante estaba inclinado hacia adelante, su rostro marcado por la preocupación y la rabia contenida. Parecía mayor, más cansado, como si hubiera envejecido una década desde la última vez que lo vi.

—Dante… —mi voz salió como un susurro ronco, apenas reconocible.

—No hables. —Se inclinó hacia mí, sus manos cálidas tocando las mías con cuidado, como si temiera romperme—. Estás a salvo ahora.

Intenté incorporarme, pero el dolor en mi abdomen y la quemazón en mis muñecas me detuvieron. Mi respiración se aceleró, y las lágrimas comenzaron a brotar.

—No puedo… no puedo moverme.

—Tranquila. —Dante puso una mano en mi rostro, limpiando una lágrima con el pulgar—. Todo está bajo control. No tienes que preocuparte por nada más.

Pero eso no era cierto, y ambos lo sabíamos.

—Esto es mi culpa —murmuré, con los ojos fijos en el techo. No podía mirarlo directamente—. Tú me advertiste, Dante. Me dijiste que no confiara en nadie, que me quedara cerca de ti.

—No digas eso. —Su voz era firme, pero noté el temblor en sus manos cuando me tomó por los hombros.

—Es verdad. —Me giré hacia él, con la poca fuerza que tenía—. Si te hubiera escuchado, no habría terminado en esa maldita fábrica, con ellos…

Mi voz se quebró al recordar lo que habían hecho. Las quemaduras, los cortes, las risas crueles de Marco mientras me torturaba. Sentí que me faltaba el aire.

—Mírame. —Dante tomó mi rostro entre sus manos, obligándome a mirarlo a los ojos. Había un fuego en su mirada, una mezcla de culpa y furia que me dejó sin palabras—. Esto no es tu culpa. Esto es culpa de Santiago, de Marco… y ya están muertos en mi lista.

—¿Qué pasa si vuelven? —pregunté, mi voz temblando de miedo—. ¿Qué pasa si esta vez no llegas a tiempo?

Dante cerró los ojos por un momento, como si mis palabras fueran un cuchillo en su pecho. Cuando los abrió, su mirada estaba llena de determinación.

—Mientras yo respire, nadie volverá a tocarte.

Quería creerle, pero las cicatrices en mi cuerpo eran un recordatorio constante de que no siempre podía protegerme.

—Dante… no sé si puedo hacer esto.

—¿Qué quieres decir? —Su voz se endureció, pero sus manos aún eran suaves en mi piel.

Susurros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora