Capítulo 10| Dante

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La habitación estaba impregnada con el olor de medicinas y las luces tenues hacían que el espacio pareciera más pequeño de lo que era. Alma estaba recostada en la cama, su rostro pálido aún marcado por el cansancio y el dolor. Aunque sus ojos estaban abiertos, había una distancia en su mirada que me hizo sentir como si estuviera a kilómetros de ella, aunque estuviera a solo unos pasos.

Tomé aire, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero antes de que pudiera decir algo, ella habló.

—Ya no puedo seguir con esto, Dante.

Me quedé helado.

—¿Qué dijiste? —pregunté, aunque cada palabra se sentía como una bala directa al pecho.

Ella cerró los ojos un momento, como si reunir fuerzas para hablar fuera más difícil que cualquier otra cosa.

—Esto nos está destruyendo. —Su voz era suave, pero cada palabra llevaba un peso insoportable—. A ti, a mí, a lo que somos. Ya no puedo más.

Di un paso hacia ella, pero ella levantó la mano, deteniéndome.

—Terminamos. No me vuelvas a buscar.

Mi mundo se derrumbó.

—¿Qué estás diciendo, Alma? —mi voz sonó más baja de lo que quería, casi inaudible.

—Que esto… —hizo un gesto débil con la mano, señalando el espacio entre nosotros— ya no funciona.

—No. No voy a aceptar eso.

—No es tu decisión, Dante. Es la mía.

Algo en su tono, en su determinación, me hizo dar un paso atrás, como si me hubieran empujado. Esta no era la Alma que conocía, la que siempre encontraba una forma de quedarse, sin importar lo que ocurriera.

—Estás cansada, confundida por todo lo que ha pasado. Pero no puedes tomar esta decisión ahora.

—Dante… —Su voz se rompió, y pude ver cómo las lágrimas se acumulaban en sus ojos—. Ya no puedo más.

Mis manos se cerraron en puños a mis costados. Sentí que me faltaba el aire, algo irónico después de verla apenas respirar hace unas horas.

—¿Esto es por lo que pasó con Lara? —pregunté, mi voz endureciéndose—. Porque no la vi venir, porque te dejé en peligro.

Ella negó con la cabeza.

—No, no es solo eso. Es todo. Es este mundo, Dante. Es la forma en que siempre estoy luchando por sobrevivir, por respirar… no solo físicamente. Estoy cansada de tener que mirar por encima del hombro todo el tiempo, de no saber si voy a despertarme al día siguiente.

Mi mandíbula se apretó. Sabía que tenía razón, pero admitirlo no era una opción.

—No puedes dejarme —dije, dando un paso hacia ella—. No puedes.

—Sí puedo. Y lo estoy haciendo.

Salí de la habitación antes de perder el control. No quería gritar, no quería romper nada frente a ella. Me dirigí al despacho, cerrando la puerta de un golpe tan fuerte que las paredes vibraron.

Me serví un whisky doble y lo bebí de un trago, sintiendo el ardor bajar por mi garganta. Mi mente estaba en llamas, buscando respuestas, soluciones, algo que pudiera traerla de vuelta a mí. Pero por primera vez en mi vida, me sentí completamente impotente.

Un golpe en la puerta interrumpió mis pensamientos.

—¿Qué? —gruñí.

Era Matteo.

Susurros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora