Capítulo 3| Alma

287 9 0
                                    


Me despierto temprano, los primeros rayos de sol iluminan la habitación de Dante, y siento su calor detrás de mí, su respiración suave contra mi cuello. Su brazo pesado y protector me envuelve la cintura, y aunque sé que debería levantarme, quedarme un minuto más en sus brazos es tentador. Entre el deseo y el peligro que nos rodea, sé que estoy jugando con fuego, pero una parte de mí no quiere dejar de hacerlo.

Con cuidado, me deslizo fuera de la cama y empiezo a vestirme. Dante siempre está al límite de sus propios deseos, de esa necesidad de protegerme y controlarme. Pero yo no soy fácil de domar. Hoy tengo planes… y no le van a gustar.

Estoy abrochándome el vestido cuando siento su mano atraparme la muñeca. Me doy la vuelta y encuentro sus ojos aún llenos de deseo y posesión.

—¿Y a dónde crees que vas tan temprano? —murmura, su voz ronca y adormilada.

—A hacer algo que no te conviene, Dante —respondo, desafiándolo, levantando la barbilla.

Él sonríe, con ese gesto que mezcla arrogancia y control, y tira de mí hacia él, hasta que acabo sentada sobre sus piernas, mirándolo directamente a los ojos.

—Todo lo que haces me conviene, Alma. No te confundas —susurra, y su voz envuelve cada parte de mí, como un hechizo.

Intento resistirme, pero sus labios encuentran mi cuello, y el calor que había tratado de contener vuelve a desbordarse. Su mano se desliza por mi espalda y aprieta mi cintura, sosteniéndome como si yo fuera suya y solo suya. En estos momentos, la rabia que siento hacia él se convierte en deseo, en un fuego que no puedo ni quiero apagar.

Justo cuando estamos a punto de perder el control, alguien golpea la puerta.

—¿Qué? —gruñe Dante, claramente irritado, mientras se aparta ligeramente, pero sin soltarme.

—Es Luca. —La voz de su hermano se oye al otro lado de la puerta—. Tenemos a los hombres de Castiglione en la mira. Y también llegó Antonio.

—Antonio… —murmuro, reconociendo el nombre de uno de los aliados de los Castiglione y recordando lo peligroso que es.

Dante me mira y, aunque veo la tentación de seguir, respira profundo y me suelta.

—Esto no ha terminado, Alma —me dice, con una intensidad que me estremece.

Tomo mi bolso y, antes de que él pueda detenerme de nuevo, salgo de la habitación. Necesito despejarme, y, sobre todo, recordar que en este mundo no estoy para ser una simple muñeca. Al bajar a la sala, encuentro a Luca y a algunos hombres del equipo de seguridad de Dante, todos en guardia. Uno de ellos es Nico, un tipo alto y robusto con un aire misterioso que me intriga.

—Alma —me saluda Nico, inclinando la cabeza con una leve sonrisa—. ¿Necesitas algo?

—Solo el auto —respondo, tratando de mostrar indiferencia.

Pero antes de que pueda salir, Luca me detiene.

—Dante nos pidió que te vigiláramos. No puedes ir a donde quieras. No con la situación como está.

Le lanzo una mirada desafiante.

—Dante puede pedir muchas cosas, Luca. Pero yo no soy una de ellas.

Luca me observa, y en su expresión hay una mezcla de aprobación y advertencia. Pero Nico interviene, abriendo la puerta para mí.

—Yo la llevo —dice, y su tono firme no deja lugar a discusión.

Nos subimos al auto y, en silencio, me lleva a un pequeño café donde suelo reunirme con viejos contactos. Pero en lugar de encontrar la calma que buscaba, el lugar está lleno de figuras desconocidas, todas mirándome de una manera que me hace sentir como si estuviera en territorio enemigo.

Susurros en LlamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora