Negué con la cabeza.
—Amayra... Cariño, no tengas miedo, la serpiente ancestral te está esperando para llevarte al mundo de las sombras con ella...—susurró, con una dulzura tan espeluznante que me heló la sangre.
Las garras de algo que no podía ver me sujetaron por la sudadera levantándome del sillón, para después dejarme levitando en el aire. Me agarré a las garras invisible que me sujetaban, me estaba quedando sin aire, mi vista era cada vez más borrosa, me pitaban los oídos.
—No puedes escapar mi dulce Amayra. El destino ya está marcado. La serpiente ancestral te aguarda. No hay vuelta atrás.
Mi cuerpo flotaba en el aire, suspendido en un espacio vacío y oscuro, incapaz de moverme, de gritar. El miedo me nublaba la mente y, aunque lo intentara con todas mis fuerzas, mis piernas no tocaban el suelo. Una risa distante y retorcida llenó la habitación, haciendo eco en cada rincón, cada grieta, como si las sombras mismas se rieran de mi impotencia. Mis ojos intentaron buscar algo, alguna forma de resistencia, pero lo único que vi fue la oscuridad, el vacío absoluto, como un abismo que se tragaba todo a su paso. Las garras me arrastraron más cerca del techo, como si no hubiera lugar en este mundo para esconderme. La serpiente ancestral estaba allí, acechando en la penumbra, esperando el momento en que cediera, en que me rindiera.
—Tu alma pertenece a mi amada Diosa Eira, Amayra —susurró la voz, esta vez más cerca, como un suspiro frío sobre mi oído.
—Mamá... —susurré, mi voz quebrada por el esfuerzo, como si cada palabra costara más de lo que mis fuerzas podían soportar. Los parpados se me cerraban con pesadez, y las sombras comenzaban a tragarse mi visión, arrastrándome a un abismo del cual no sabía ni como había caído, y mucho menos si podría salir. El aire volvió cada vez más espeso, como si las paredes de la habitación se estrecharan, aplastándome el pecho con la firmeza de la muerte invisible. Aunque no podía ver su rostro, pero sentí su presencia, tan cerca de mí. Ese ser antiguo y poderoso, la serpiente ancestral que siempre había estado detrás de mí, alimentándose de mis miedos, de mis debilidades, de mis penas, de mi dolor, de mi maltrecha alma.
—A las tres me despiertas, a las tres me levantas, a las tres mis pies tocan la tierra. A las tres tu velo alza, que eso que en mis sueños sea mostrado se transforme. Por tu tridente sagrado, tres veces sea retornado. Que tu espada justiciera no se canse de cuidar mi tierra. Envía tus guardianes para que me protejan —las palabras de mi madre resonaban como un cántico arcaico, un susurro de poder antiguo que envolvía la habitación en una atmósfera solemne y mística. —Que destrocen con sus fauces y también con sus garras, ganada la victoria por ti y... la deuda sobre los espectros nocturnos ya queda saldada...
La serpiente me soltó, y mi cuerpo cayó bruscamente contra el suelo. Esas iban a ser las últimas palabras que iba a escuchar antes de morir. La réplica de un rito antiguo, un sacrificio inevitable, en el que yo era la ofrenda necesaria para una purificación que no entendía, pero que no podía evitar. Me hice un ovillo en el suelo, abrazando mis rodillas, como un intento inútil de minimizar el daño que me provocaba los cortes de aquel objeto filoso, que... que sujetaba mi propia madre.
Amayra... deja de luchar... ven conmigo...
Una voz susurró en mi mente, tentadora, suave como un canto lejano. Pero no podía. No podía rendirme aquí, no así. Tenía que resistir, aguantar un poco más. No sería mucho, ella pronto caería de nuevo en su cordura rota. Solo tenía que aguantar un poco más hasta que alguien viniera a salvarme.
Amayra... Amayra... Abre los ojos y ven conmigo.
Las fuerzas me abandonaban, el dolor me atenazaba y, aunque sabía que la sangre me abandonaba por cada segundo que pasaba, sentía una presión en el pecho que me impedía respirar con normalidad. Probablemente, tenía alguna costilla rota. La muerte venía a por mí. Con un esfuerzo sobrehumano, logre abrir los ojos. La luz que entraba por la ventana me cegaba, y el miedo, una oleada visceral, me quebró el alma al imaginar que ella pudiera estar frente a mí. Pero no, ya no estaba, una flecha estaba clavada en su frente, la habían obligado a retroceder, empujándola hasta el final del pasillo, casi entrando en la cocina. Apenas pude gritar cuando escuché el golpe seco de su cuerpo contra el suelo.
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El llamado de las sombras
FantasyHoy en día todos creen saber sobre la mitología, pero solo sabemos lo que ellos quieren que sepamos. Se ocultan tras las sombras, conviven entre nosotros, fingiendo ser uno más. ¿Pero son capaces de sentir?, ¿Son como las películas o relatos los cue...