3.Principios, secretos y limones

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La luz del sol entraba a través de las persianas entreabiertas de mi habitación, dibujando rayas en el desorden de ropa y zapatos tirados tras la fiesta de anoche. Me levanté lentamente, sintiendo todavía el eco de la música en mi cabeza y un leve peso en el pecho que no lograba identificar. Me puse una camiseta vieja y unos pantalones cortos, recordando las palabras de mi madre de la noche anterior.

"Voy a necesitar que me ayudes unos días, hijo. Tu padre no puede quedarse mucho tiempo, ya sabes cómo es."

No necesitaba que me explicaran más. Mi madre, Selena, se había operado del túnel carpiano hace unos días y ahora tenía el brazo derecho vendado y en reposo. Pero el verdadero desafío no era ayudarla con las tareas de la casa; era soportar los momentos incómodos con mi padre, Roberto.

Bajé las escaleras, sintiendo un leve olor a café y pan tostado que venía desde la cocina. Mi madre estaba sentada a la mesa, hojeando un periódico con una mano, mientras la otra descansaba inmóvil en el cabestrillo. Parecía tranquila, como siempre, incluso cuando todo a su alrededor amenazaba con desmoronarse.

—Buenos días, ¿dormiste bien? ¿Quieres una manzanilla para la resaca? No le diré a tu padre —dijo con una sonrisa, intentando disimular su cansancio.
—Más o menos. Y... sabes que no suelo beber. ¿Cómo estás hoy? —respondí mientras me acercaba para revisar el vendaje.
—Sobreviviendo, como siempre. Pero el café me está ayudando —bromeó—. Hay latte en la nevera, el que te gusta. Con esta mano no puedo hacer milagros.

Me serví un vaso de latte y me senté junto a ella. Antes de que pudiéramos intercambiar más palabras, la puerta de la casa se abrió de golpe. Entró "el rey de la casa", con el ceño fruncido y pasos firmes. Traía consigo esa energía cargada que llenaba la casa con una nube gris.

—¿Sabes lo que hizo tu primo Santiago? —soltó, sin siquiera saludar.
Mi madre lo miró de reojo, sin levantar mucho la vista del periódico.
—Buenos días para ti también, Roberto.
—¡Ha empezado a comer carne! —exclamó, ignorando el comentario—. ¡Carne, Selena! Después de la educación que le han dado sus padres. ¡Increíble!

Yo bajé la mirada hacia mi latte, tratando de desaparecer. No era nuevo escuchar a mi padre quejarse por esas cosas, pero esa intensidad siempre lograba ponerme incómodo. Continuó su monólogo, paseándose por la cocina con gestos exagerados.

—Me esfuerzo para mantener mis principios, los de mi familia, para ser un ejemplo, y resulta que tu sobrino no me respeta ni un poco. ¡La carne, Selena! ¿Qué sigue después? ¿Mentiras? ¿Robo? ¿Drogas?

—Y fetiches de pies también, Roberto, por favor... —interrumpió mi madre, cansada—. No puedes hacer un drama por eso. Es un chico y puede comer lo que quiera en la época en la que estamos. Además, ¿qué tal si bajas un poco la voz? Gaby está aquí.

Él se detuvo un momento y me miró, como si recién notara mi presencia. Su rostro se suavizó ligeramente, pero su tono seguía tenso.
—Hijo, tú al menos entiendes lo importante que es tener principios, ¿verdad? Tú no me harías algo así.

Asentí levemente, aunque por dentro lo único que quería era terminar mi latte y salir corriendo. Mi madre, notando mi incomodidad, intervino con suavidad.
—Gaby, cariño, ¿cómo va el trabajo? ¿Todo bien en el café? —preguntó, cambiando de tema deliberadamente.

Ese cambio de conversación me alivió.
—Sí, mamá, todo bien. Amanda siempre está de buen humor y Dante... bueno, es buen compañero. No hay mucho más que contar.

Ella sonrió con calidez.
—Eso es lo importante, que te guste lo que haces. Ahora, ven a ayudarme a doblar la ropa, que con esta mano inútil no puedo hacer nada.

Después de pasar la mañana ayudando con las tareas y soportando las miradas críticas de mi padre, necesitaba escapar. Me puse las zapatillas deportivas y salí a correr. El parque cercano a mi casa siempre había sido un refugio cuando necesitaba despejarme; allí podía pensar con claridad.

Mientras corría, repasaba las palabras de mi padre. Aunque no quería admitirlo, me afectaban más de lo que me gustaría. Esa insistencia en "los principios" siempre me había puesto en una posición incómoda, como si tuviera que cumplir con expectativas que no sentía como propias. Pensé en Dante y en la noche anterior. ¿Qué diría mi padre si supiera lo que realmente pasaba por mi cabeza? ¿Si supiera que el interés que sentía por Dante no era solo de amistad? O que, igual que Santiago, tenía unas ganas locas de probar un miserable trozo de carne.

El sol comenzaba a esconderse cuando decidí regresar a casa. Estaba agotado, pero al menos mi mente se sentía más ligera. Subí a mi cuarto, me duché y me lancé a la cama con el teléfono en la mano.

El grupo de WhatsApp, "Los Guardianes del Chisme", estaba lleno de mensajes nuevos. Amanda había estado enviando notas de voz narrando los eventos del día con su usual dramatismo.

—¡Gaby! No te imaginas lo que pasó hoy. Una clienta se enojó porque Dante no le sabía poner un lazo a un regalo que envolvió. ¿Puedes creerlo? Le dijo que lo demandaría, que era un crimen contra la belleza de su regalo. ¡Discriminación, dijo la niche, chamo!

Solté una risa mientras escribía:
—Me siento desconectado sin estar ahí.

Dante respondió casi al instante.
—No fue tan grave. Amanda está exagerando, como siempre.

—¡Exagero porque es mi chamba! Pero lo mejor fue que Dante se quedó mirando a la clienta como si fuera a decirle: "¿Quieres ponerlo tú, caniche? ¡Pues adelante!"

Amanda siguió contando chistes y chismes. Yo no podía dejar de reír hasta que Dante envió un mensaje que hizo que mi corazón latiera más rápido:
—Ya te extrañamos aquí, Gaby. Espero que vuelvas pronto. Se siente raro sin ti.

No supe qué responder. Escribí y borré varias veces, buscando un tono casual. Finalmente, Amanda rompió el silencio con un mensaje que cambió la atmósfera:
—Por cierto, Dante, ¿ya le contaste a Gaby lo que pasó después de que él se fue anoche?

El mensaje quedó flotando en la pantalla, y mi corazón dio un vuelco.
—¿Qué pasó? —escribí rápidamente.

Hubo un largo silencio antes de que Dante respondiera:
—Hablamos mañana. Buenas noches, Gaby.

Me quedé mirando la pantalla, con la mente llena de preguntas. ¿Qué había pasado después de que me fui? ¿Por qué Dante parecía tan evasivo? Cerré los ojos, tratando de no pensar demasiado en ello, pero sabía que algo estaba a punto de cambiar.

Y, por primera vez en mucho tiempo, no estaba seguro de si quería saber qué era.

¿Carne o Pescado?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora