4. Verdades Entre Líneas

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El sonido insistente de la alarma me arrancó de un sueño confuso. Apenas eran las 8 de la mañana, pero el peso del día ya se sentía sobre mis hombros. Había pasado toda la noche dándole vueltas a los mensajes en el grupo, intentando imaginar qué podría haber pasado después de que me fui de la fiesta. Las palabras de Dante seguían rondando en mi mente, en concreto ese: "Hablamos mañana."

Con un suspiro, apague la alarma y me senté en el borde de la cama, sintiendo un nudo en el estómago que no sabía si era nerviosismo, miedo o simple curiosidad. Decidí empezar el día como si nada. Si algo había aprendido a lo largo de los años, era que no podía dejar que las emociones me controlaran... aunque ese principio era más fácil de decir que de cumplir.

Baje a la cocina, donde mi madre ya estaba despierta, luchando por abrir un frasco de pepinillos con un brazo inmovilizado. Me apresure a agarrarlo de sus manos.

—Déjame ayudarte. —Gire la tapa con fuerza y la abrí de un tirón.

—Gracias, mi amor. —Me sonrió con cansancio y deje el frasco sobre la mesa. Había bolsas bajo sus ojos, pero su energía seguía siendo serena, como siempre—. ¿Dormiste bien?

—Más o menos.

—Te noto distraído. ¿Seguro que todo está bien?

Asentí, aunque por dentro sabía que no era del todo cierto.
—Sí, mamá, no te preocupes.

Me observó un momento más, pero decidió no insistirme. La ayude a preparar el desayuno: café, pan tostado y algo de fruta. Mientras ella empezaba con el almuerzo y yo colocaba los platos en la mesa, mi padre entró a la cocina, bostezando y ajustándose el cinturón del pantalón.

—¿Ya está listo el desayuno? —preguntó, como si fuera algo automático.

—Sí, papá. —Señale la mesa.

El se sentó, mirando a la señora con una mezcla de impaciencia y preocupación.
—No deberías estar levantada tan temprano. Tienes que descansar el brazo, según el medico.

Ella alzó una ceja, sorprendida por el comentario.
—Si espero que tú no ayudas a tu hijo, la casa se va a caer a pedazos.

Aprete los labios, sintiendo la tensión. Intente calmar el ambiente lavando los platos sucios de la cena de anoche.

—Papá, no te preocupes. Yo estoy ayudando con todo.

Mi padre asintió lentamente, como si considerara mi respuesta.
—Eso está bien, hijo. Hay que ser responsable, sobre todo en momentos como estos.

Ella rodó los ojos.
—Roberto, no lo sermonees tan temprano. ¿Por qué no mejor ayudas a secar los platos? Así Gaby puede terminar más rápido.

El hombre frunció el ceño, pero no discutió. Se levantó, tomó un paño de la encimera y empezó a secar los platos que yo iba lavando. Aunque el gesto fue pequeño, no pude evitar sentir cierto alivio al ver a mi padre colaborar, aunque fuera por un momento.

Cuando terminamos, La mujer sonrió con cariño.
—Gracias, cariño. Eres un sol. Y tú también, Roberto... por hacer al menos algo. —La última frase iba cargada de sarcasmo, pero mi padre milagrosamente lo dejó pasar.

Después de las tareas matutinas, subí a mi habitación para tomar un descanso. Apenas se senté en la cama, mi teléfono vibró con un mensaje de Dante:
"¿Tienes tiempo para hablar? Quiero contarte algo de la fiesta."

Sin pensarlo demasiado, respondí:
"Claro. ¿Todo bien?"

Dante no tardó en llamar. Al contestar, su voz sonaba calmada, pero había una ligera tensión en sus palabras.

¿Carne o Pescado?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora