ll 07:30 ll de la mañana y mi despertador sonó como siempre.
Me levanté con esfuerzo, porque las sábanas parecían estar conspirando para que volviera a abrazarlas. Pero sabía que tenía que empezar el día. Después de pelear con el sueño, me di una ducha fría, dejando que el agua me despertara de golpe.
Me vestí con ropa sencilla: una camiseta blanca holgada, pantalones vaqueros beige y zapatos negros. No era el atuendo más llamativo, pero lo suficiente para sentirme cómodo. Agarré mi mochila, revisé que todo estuviera en orden, y me fui al trabajo en bicicleta.
Al llegar a la tienda, la rutina me recibió como siempre. Ordené cajas, revisé pedidos y rellené estantes. No llevaba mucho rato cuando Amanda hizo su entrada triunfal. La puerta resonó con fuerza al abrirse de golpe, y la vi entrar bailando con demasiada energía para la hora que era.
Cuando la miré con mi típica cara de indiferencia, ella notó que el pomo de la puerta se había quedado en su mano. Su baile se detuvo al instante.
—Chama, esta tienda se cae a pedazos. Está para el arrastre. —Me lanzó una mirada de reojo mientras me tiraba una de sus sonrisas encantadoras—. Esto necesita un cambio de look, cariño. Igual que tú con esas greñas que traes, ¿te lamió una vaca esta noche o qué?
Antes de que pudiera contestarle, sacó un neceser con peine incluido y me obligó a sentarme.
—Porque yo siempre estoy preparada, mi amor. —Con una velocidad que daba miedo, empezó a peinarme mientras yo trataba de soportar la humillación.
—¿Qué tal la noche? ¿Pudiste hablar mucho con Dante o te quedaste tartamudeando igual que siempre?
Su pregunta hizo que levantara la cabeza de golpe.
—¡¿Qué?! ¿De qué hablas? —le dije, más alto de lo que quería.
Amanda arqueó una ceja y me miró con picardía.
—Por favor, no te hagas. —Su sonrisa se amplió, como si hubiera descubierto mi mayor secreto—. Sé cómo lo miras, pero tranquilo. No le diré nada... todavía.
Bufé, tratando de ignorarla, y me levanté cuando terminó de peinarme. Me escondí detrás del mostrador para evitar más interrogatorios.
El ambiente estaba tranquilo esa mañana. Revisaba la caja registradora mientras Amanda organizaba los precios del día. Fue entonces cuando Dante apareció. Lo vi cruzar la puerta con esa chaqueta negra que lleva el logo de la tienda. Nada más entrar, llevaba una caja llena de paquetes para repartir.
—Buenos días —saludó, con su voz tan casual como siempre.
Nuestros ojos se encontraron por un momento. Solo fue un segundo, pero suficiente para que mi corazón diera un pequeño salto.
—¡Llegó el repartidor estrella! —exclamó Amanda, poniéndose a mi lado detrás del mostrador—. El que no atropelló a ninguna abuelita en el barrio... por suerte o desgracia para algunas. ¡Dante!
Dante soltó una sonrisa breve, dejando la caja sobre el mostrador.
—¿Trajiste los croissants que me prometiste? —Amanda le guiñó un ojo con exageración.
—Croissants no, pero traje arepas. —Dante alzó la bolsa con las arepas como si fuera un trofeo—. Gaby me dijo que les encantaban, pero que eran difíciles de conseguir por aquí, así que las compré en una tienda al lado de mi casa que las hace caseras.
Mi estómago se encogió al escucharlo. Sentí que Amanda me abrazaba exageradamente, como si quisiera remarcar mi incomodidad. Dante me lanzó una mirada rápida, pero aparté los ojos al instante.
A la hora del almuerzo, los tres cruzamos la calle hacia un pequeño parque frente a la tienda. Era un lugar sencillo, con bancos de madera y algunos árboles que daban sombra. Amanda sacó las arepas de la bolsa, y empezamos a comer mientras hablábamos de cualquier cosa.
—¿Qué harían si mañana les toca la lotería? —preguntó Amanda de repente, mientras mordía su arepa—. Pero no una pequeña, ¿eh? Me refiero a millones.
Dante rió, relajado.
—Me compraría una moto nueva. Quizá me iría a recorrer el país.
—¿Y dejarías esta chamba? —Amanda le lanzó una mirada burlona.
—Probablemente. —Dante le devolvió la mirada, con un destello travieso en los ojos—. ¿Y tú? ¿Qué harías?
Amanda suspiró dramáticamente, como siempre hacía cuando intentaba llamar la atención.
—Primero, me compraría un boleto de avión para Venezuela. Y luego... no sé, una cadena de areperas por el mundo. ¡Amanda's Arepas! ¿Te imaginas?
Dante soltó una carcajada, y luego ambos me miraron, esperando mi respuesta.
—¿Y tú, Gaby? ¿Qué harías con millones?
Me quedé pensativo, arrancando un poco de césped entre los dedos.
—Creo que abriría una librería. Una de esas bonitas, con sillones cómodos y café gratis para los que leen.
Dante asintió, y noté algo en su expresión que me hizo sentir nervioso.
—Suena bien. Tienes pinta de dueño de librería.
El comentario me hizo sonrojar, pero Amanda no tardó en interrumpir el momento con un codazo juguetón.
—¡Ay, Dante, qué galán eres!
El resto de la tarde pasó entre clientes habituales y alguna que otra sorpresa. Una mujer mayor pasó casi una hora eligiendo una caja de té, y un hombre joven llegó tarareando mientras pedía un café.
—¿Por qué no tenemos días así siempre? —preguntó Amanda mientras limpiábamos el mostrador al final del día.
—Porque entonces no los disfrutaríamos tanto —respondí con una sonrisa.
Antes de irse, Dante dejó algo en el mostrador. Me acerqué y vi una nota escrita con su letra. Gracias por la compañía. Nos vemos mañana en la fiesta.
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¿Carne o Pescado?
RomanceGaby es un chico de 19 años de edad, su vida era tranquila hasta el día que hizo una pregunta que desembocaría una gran distanciación familiar, pero que también abrió una gran puerta de oportunidades y experiencias nuevas ¿Qué plato elegirá nuestro...