Acto 2

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A la mañana siguiente, Israel despertó con la sensación de que algo no estaba bien. No fue un mal presagio, solo una sensación vaga, algo que se escurrió entre las sombras del sueño. Al principio, todo parecía normal: la casa en silencio, la luz del sol entrando por las ventanas, la rutina de siempre. No le sorprendió no saber nada de su madre; después de todo, ella siempre estaba ocupada en el hospital. Sin embargo, algo le extrañó al intentar llamar a su hermana. Nadie contestó. Levantó el teléfono varias veces, marcó su número y esperó, pero la línea se cortó cada vez que la llamada se redirigía al buzón de voz. Aun así, no le dio demasiada importancia. Pensó que quizás estaba ocupada, o que, simplemente, no quería hablar.

A medida que avanzaba la mañana, algo en su interior le decía que Willow no estaba bien. Pero en lugar de insistir, pensó que estaba siendo dramático. Ella solía ser reservada, distante, y se le ocurrían mil razones para su actitud. "Seguro está de mal humor", se dijo a sí mismo, encogiéndose de hombros. Después de todo, había algo de rutina en las discusiones silenciosas que se daban entre ellos. Tal vez le pasaba algo y necesitaba su espacio.

Aun así, un nudo en su estómago no se deshacía. Fue solo cuando entró a la escuela que la preocupación se transformó en algo más palpable. Gabriel lo interceptó en el pasillo, con la cara pálida y los ojos desorbitados. En su mano temblorosa, sostenía una carta, como si fuera un objeto con un poder desconocido.

— ¡Se suicidó, o... por lo menos lo va a hacer! — dijo Gabriel, la voz temblorosa y con un evidente pánico que hizo que Israel se detuviera en seco.

Israel lo miró, atónito. En ese momento, su corazón dio un vuelco, y la sensación de incomodidad que lo había estado acompañando desde la mañana comenzó a expandirse como una niebla densa.

— ¿Quién se va a morir? Dímelo tranquilo, por favor. De una vez te digo que si es de alguna de tus series o lo que sea, te voy a mandar por un tubo — respondió, buscando con sus palabras restarle gravedad a lo que Gabriel había dicho, intentando mantener el control. El sarcasmo, aunque fuera una máscara, fue lo único que se le ocurrió para no mostrarse completamente vulnerable.

Gabriel, sin embargo, no tenía intención de hacer chistes. La desesperación era evidente en su rostro, y sus manos temblaban más al hablar. Se acercó un paso, extendiendo la carta hacia Israel. La carta de Willow.

— Willow... ella me dio estas cartas y dijo que era la última sorpresa. Yo... no sé qué hacer — dijo Gabriel, su voz quebrada. Su mirada, llena de angustia, era todo lo que Israel necesitaba para entender que esto no era una broma, ni una exageración de Gabriel. Algo había pasado. Algo estaba terriblemente mal.

Un silencio denso se instaló entre ellos, como si el aire se hubiera vuelto irrespirable. Israel no podía creer lo que estaba escuchando. La imagen de Willow, tan distante y taciturna, apareció de repente en su mente, más clara y vívida que nunca. Las discusiones que habían tenido, las veces que la vio callada en su habitación, pero nunca imaginó que pudiera llegar a tomar una decisión tan extrema. ¿Por qué no le había dicho nada? ¿Por qué no lo había notado antes?

La sangre en sus venas se volvió hielo. De repente, no podía pensar en nada más. Su respiración se hizo irregular, y su corazón comenzó a latir con fuerza. De repente, toda la rutina y la indiferencia de la mañana desaparecieron, reemplazadas por un miedo frío que le heló los huesos.

— ¡Llama a una ambulancia o a la policía o a quien sea, pero que llegue a mi casa ya! — gritó, sin poder contenerse. Su voz era casi un rugido, llena de desesperación y pánico. Cada palabra parecía desgarrar el aire a su alrededor, y su cuerpo se movió impulsado por una adrenalina incontrolable. La sensación de estar perdiendo el control lo hizo sentirse completamente impotente.

CrisantemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora