Hace tres años un encuentro inesperado en el que Anniebeth, una bruja, atropelló accidentalmente a Alec, un cazador de sombras, sus caminos vuelven a cruzarse. Desde aquel choque que cambió sus vidas, ambos han seguido sus respectivos caminos, pero...
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Anniebeth estaba disfrutando de la fiesta subterranea, aunque en su interior sentía un torbellino de emociones. Había llegado con la intención de distraerse un poco, pero algo no estaba bien. La música, la gente, las luces brillantes, todo parecía un poco lejano. Aun así, estaba intentando pasarla bien, como si nada estuviera ocurriendo.
De repente, entre la multitud, vio a Alec. Estaba en el centro de la sala, vestido con una camisa azul oscura, conversando con algunas personas. Cuando ella lo vio, su corazón dio un vuelco, pero inmediatamente sintió un nudo en el estómago. Sabía que él no debía estar allí. Había dicho que estaría ocupada con su misión, y ella había decidido ir a la fiesta para despejar su mente. Sin embargo, verlo ahí, entre la multitud, la hizo sentirse incómoda.
Alec aún no la había notado. Anniebeth, instintivamente, dio un paso atrás, como si esperara que el suelo se tragara en ese mismo instante. Se acurrucó en un rincón, intentando que la multitud la cubriera. Pero, por más que trató de esconderse, no pudo evitarlo. Sus ojos se encontraron con los de Alec.
Él la miró fijamente. Su expresión pasó de la sorpresa a la comprensión. Sin decir nada, comenzó a caminar hacia ella, con paso decidido. El mundo que los rodeaba pareció desvanecerse momentáneamente mientras él se acercaba. Anniebeth, sintiendo que no tenía escapatoria, intentó hacerse pequeña, mirando hacia otro lado, esperando que él no la alcanzara. Pero Alec, con su mirada intensa, ya había visto suficiente.
—Anniebeth... —dijo con una voz baja, pero firme, al llegar hasta ella.
Anniebeth no pudo evitar girarse hacia él, su rostro tenso, intentando disimular lo que sentía. El estrés, la sorpresa, la culpa. Todo estaba en su pecho, aprisionándola.
—No... no quería que me vieras aquí. —respondió, intentando sonar indiferente, pero su voz traicionó la mezcla de emociones que había estado conteniendo.
Alec la observó por un momento, con una ligera preocupación en sus ojos. Estaba claro que algo no estaba bien.
—¿Por qué te escondiste? —preguntó, un poco confundido.
Ella lo miró a los ojos, pero no pudo mantener su mirada mucho tiempo. Sintió que no podía mentirle, pero tampoco quería que supiera lo que estaba pensando. No quería que pensara que se había saltado su promesa, pero la situación era más complicada de lo que parecía.
—No quiero que pienses mal de mí... —dijo en voz baja, casi como si fuera un susurro. —No quería que pensara que me había ido sin más, pero... no pude evitarlo.
Alec frunció el ceño, notando el tono de su voz.
—No tienes que esconderte de mí, Anniebeth. Si hay algo que quiero que sepas es que lo último que quiero es que sientas que me decepcionas. —dijo, acercándose un poco más a ella, buscando su mirada. —¿Qué haces aquí, de todos modos?
