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Jungkook gruñó cansado después de haber terminado de arreglar los errores en el informe que había pedido, pero aún así sabía que no podía ponerse completamente exigente pues la persona que lo había hecho ni siquiera le correspondía ese cargo.

Desde el despido de Jeong y la secretaria de marketing todo el trabajo del mismo ahora le correspondía a él, por lo que durante toda la semana había estado repleto de estrés y debía quedarse hasta altas horas de la madrugada en la empresa, todo por culpa de ese imbécil de Jeong.

Había transcurrido una semana completa desde el incidente del Alfa y la Omega y el asunto no había salido de su cabeza, más bien alguien no había salido de sus pensamientos. Mientras trabajaba, mientras comía, cuando iba de camino a casa y una vez en la cama listo para dormir su último pensamiento era aquél bonito chico. Joder que iba a volverse loco.

Aún no se terminaba las galletitas que había dejado caer aquél día, pero es que quería que duraran lo máximo posible ya que probablemente nunca más pudiera probarlas.

Y si su cerebro no había dejado de joderlo con la imagen del bonito hombre, su lobo le hacía segundas pues toda la semana se la pasó lloriqueando y rasguñando en su interior tratando de salir. Y él enserio se preocupó ya que jamás le había costado tanto contener al animal.

Recostando su cabeza en el escritorio se permitió respirar profundo para relajar sus tensos músculos, y así poco a poco caer dormido.

En sus sueños apareció el tierno hombre pero, la escena no era nada buena. El pobre lloraba de manera desgarradora con la vista fija en aquella oficina de la que jadeos y gemidos salían.
Con un nudo en la garganta se acercó dispuesto a tomar al chico del brazo y alejarlo de ahí, pero una vez que miró aquella escena tampoco pudo hacer más que observar.

No supo en qué momento las lágrimas comenzaron a caer y los sollozos a abandonar su garganta, pero lo que sí sabía es que no podía respirar, algo se lo impedía. Con fuerza jadeó intentando inútilmente tomar aire pero no lo lograba, no hasta que despertó de golpe tomando aire de manera fuerte y ahogada, tosiendo un poco.
Su mano masajeaba su garganta mientras sentía un piquete a los costados de su cabeza.

Mierda, ¿acaso iba a morir?

Con ambas manos se abanicó el rostro hasta que la molestia se fue paulatinamente, dejando sólo el ardor en la garganta.

Entonces se dio cuenta que ese hombre no iba a salir de sus pensamientos nunca pues inconscientemente estaba preocupado por él, ¿cómo estaría? ¿Habría perdonado a Jeong? ¿Lo dejaría? ¿Estaría llorando en este momento?

Con un gruñido tomó su celular y marcó aquél número, sonando dos veces antes de que contestaran.

- ¡Jeon! Joder que algo malo va a pasar, esto de que me llames es un puto milagro.

- Si, bueno, no te emociones, necesito cobrarme el favor que me debes - dijo con impaciencia.

- Ya decía yo - el otro suspiró -, suéltalo.

- Necesito que rastrees a través de las cámaras de la ciudad a una persona, no preguntes nada y sólo hazlo, dime qué necesitas - indicó.

- Bueno, ocupo una foto de la persona y la dirección desde la que quieres que le siga. Pero también necesito saber qué quieres exactamente, ¿sólo quieres el rastro? ¿O el destino?

- Ambos - dijo de inmediato.

- Bien, dame unas horas y lo tendrás, mándame las fotos ya mismo y la dirección - cortó.

Jeon de inmediato entró al sistema de cámaras de seguridad de la empresa y siguió el rastro del chico mediante los videos. Con pena observó cuando entró al elevador y se dejó caer mientras lloraba, hasta que el ascensor llegó al primer piso donde salió corriendo sin mirar atrás. Cambió a la siguiente cámara y lo vio salir del edificio hasta subir a un auto y alejarse.

Tomó foto de las placas del auto y fotos de él para mandárselas a su amigo y una vez hecho continuó con su trabajo. Sabía que debía conseguir a alguien más para ocupar el puesto de Jeong, pero con las juntas y contratos que estaban por llevarse a cabo no se podía arriesgar a que la nueva persona cometiera un error, entonces por ahora él seguiría ocupando el lugar hasta que la situación mejorara.

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Jeong estaba recostado en el sofá de su sala con botella en mano, había pasado los últimos días completamente ebrio y pudriéndose en su miseria. En tan poco tiempo había perdido todo lo que más quería; su empleo y su Omega.

¿Cómo mierda había sido tan imbécil? ¿Por qué había caído tan fácil por esa simple Omega? Ella no era nada comparada con su precioso Omega, ese al que había hecho sufrir al verlo en aquella comprometedora escena.


El peso de su actos era demasiado y lo estaba jodidamente resintiendo; ahora al llegar a casa no existía un lindo Omega que con una bonita sonrisa lo recibiera, no había más abrazos cálidos y besos amorosos, no había más aroma a comida recién hecha y a ricos postres. No había más aroma de su Omega.

Por más que trató de mantener el aroma en su hogar lo máximo posible este desapareció poco a poco, hasta que no quedó nada.
Su lobo lloraba la falta del Omega y gruñia molesto. Y había algo que lo tenía en extremo preocupado, y eso era que su lobo se sentía cada vez menos dentro de él, al igual que su aroma la cuál con el paso de los días había estado disminuyendo, ahora debía inhalar con fuerza para poder sentirla.

Mierda, y todo eso era su culpa.

Dándole un trago a la botella gruñó para arrojarla con fuerza a la pared, donde se hizo pedazos, justo como él mismo se sentía.
Las lágrimas cayeron una tras otra y los sollozos las acompañaron, rasgando su garganta. Y ahí, sintiéndose miserable se juró recuperar a su Omega, sí, él volvería, no importa cuánto tiempo le tomara pero iba a volver.

Él recuperaría a su Omega.

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Jeon sonrió cuando su celular timbró anunciando un mensaje, en él se hallaba detallado el camino que tomó el chico y hasta dónde llegó. Era un complejo de apartamentos no muy lejos del suyo lo que lo emocionaba un poco.
Tomando las llaves de su auto salió rápido de la empresa para poder conducir al edificio donde vivía el bonito chico.

Su amigo le había dicho mediante el mensaje que el hombre había llegado a un edificio del que no tardó en salir con varias bolsas, mismas que subió al auto en el que continuó su recorrido hasta el complejo donde parecía que viviría de ahora en adelante.

No tardó mucho en llegar pues la emoción que sentía lo había hecho conducir con prisa. Ahora se hallaba estacionado frente al edificio mirando atentamente la entrada, tal vez el hombre saldría en cualquier momento, pero no fue así. Pasó más de una hora esperando pero él jamás salió, lo que lo frustró y lo llevó a irse a casa.

Mañana volvería, sí, tal vez lograra verlo.

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Ángel GuardiánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora