𝐈𝐈𝐈

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El sol abrasador se cernía sobre Aether como un enemigo inclemente, proyectando sombras cortas y afiladas sobre la inmensidad desierta. Sus pasos, lentos y vacilantes, se hundían en la arena dorada que parecía extenderse hacia el horizonte sin fin, borrando toda esperanza de refugio. El calor era implacable, envolviéndolo en una bruma opresiva que hacía temblar el aire a su alrededor, distorsionando la visión y desdibujando las dunas en formas espectrales y esquivas. El sudor le cubría la frente y se deslizaba por sus mejillas, mezclándose con el polvo que se adhería a su piel, manchando su rostro con los rastros del agotamiento.

Había caminado durante una semana, sin descanso, sin alivio. Su cuerpo, delgado y vulnerable, estaba al borde del colapso. Sus piernas se movían con la cadencia mecánica de quien ya no lucha por avanzar, sino por no desplomarse en el acto.

Sus provisiones se habían agotado hace días, y la sed se había convertido en una tortura constante, punzante, que le quemaba la garganta y le dejaba la boca seca y pastosa. Había bebido hasta la última gota de agua, aferrándose a la esperanza de encontrar un oasis o algún signo de civilización en ese desierto implacable. Pero el paisaje no cambiaba, y la desesperación comenzaba a arraigarse en su mente, socavando lo poco que quedaba de su voluntad. Con cada paso, el suelo parecía ceder bajo sus pies, hundiéndolo más en la arena, que se arrastraba como un manto sepulcral.

Finalmente, su cuerpo se rindió. Sus rodillas se doblaron sin previo aviso, y cayó pesadamente al suelo. El impacto levantó una pequeña nube de polvo que se disipó rápidamente bajo el sol implacable. Aether jadeaba, abriendo la boca en un intento desesperado por tomar aire, pero cada respiración era insuficiente, torpe y agitada. Apoyó sus manos temblorosas sobre la arena caliente, sintiendo cómo sus dedos se enterraban en el grano ardiente, mientras sus brazos, apenas capaces de sostener su peso, temblaban con la tensión de mantenerlo erguido.

Un gemido suave, casi inaudible, escapó de sus labios resecos. El dolor se extendía por todo su cuerpo, desde los músculos agotados de sus piernas hasta la presión agónica en su pecho, que latía con un ritmo desbocado, alimentado por la desesperación. Sus ojos, entrecerrados por la luz que lo cegaba, se llenaron de lágrimas involuntarias, pero no hubo alivio en esa angustia, solo la confirmación de su fragilidad, de la cruel realidad que lo superaba. Apretó los dientes, tratando de recuperar algo de control sobre su cuerpo, pero cada intento parecía inútil, como si la arena misma lo estuviera tragando lentamente.

Miró hacia el cielo, buscando alguna señal de misericordia en la vastedad celeste, pero solo encontró la inmensidad azul e implacable del desierto. Sus labios se movieron en un susurro sin voz, una súplica dirigida a nadie, mientras sus pensamientos se desvanecían en la confusión del agotamiento. La realidad se tornaba borrosa, el horizonte se difuminaba en la distancia, y la esperanza de seguir avanzando se deslizaba como arena entre sus dedos.

Una figura apareció frente al rubi, que parecía surgir de entre las arenas, etérea y serena, como un espejismo traído por el viento. Sus largos cabellos verdes, ondeando suavemente bajo la brisa del desierto, fueron lo primero que captó la atención de Aether, aunque pronto sus ojos se detuvieron en algo más inquietante: una serpiente blanca, enrrollada en el cuello de aquel hombre, de escamas brillantes como perlas y ojos rojos como el fuego, que lo miraba con una intensidad perturbadora. La criatura parecía observarlo con una inteligencia misteriosa, haciendo que un escalofrío recorriera su ya debilitado cuerpo.

La voz del extraño, suave y tranquila, rompió el silencio abrasador.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó, ofreciendo su mano con un gesto que parecía tanto una invitación como un mandato silencioso.

Aether vaciló, sus manos temblorosas levantándose con esfuerzo. Tocó aquella palma extendida, descubriendo que era increíblemente suave, como si estuviera hecha de algodón, y exhalaba un leve aroma a hierbas medicinales que le resultaba reconfortante a pesar de su estado.

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𝑨𝒗𝒂𝒕𝒂𝒓: 𝑨 𝒏𝒆𝒘 𝒔𝒕𝒐𝒓𝒚Donde viven las historias. Descúbrelo ahora