El día se alarga más de lo que quisiera. Los minutos se arrastran, pesados, y yo los cuento en silencio, como si al hacerlo pudiera hacer que el tiempo pasara más rápido. Estoy en el salón de mi casa, pero mis ojos no se enfocan en nada. La televisión está encendida, pero el sonido me llega como un murmullo lejano, sin importancia. No puedo dejar de pensar en él. En lo que fue, en lo que nunca será. A veces, cuando cierro los ojos, siento que puedo escuchar su voz. Me imagino que está en la otra habitación, que va a entrar en cualquier momento y me va a sonreír, como siempre hacía cuando llegaba a mi casa. Su sonrisa, esa que me hacía sentir que todo iba a estar bien, que no importaba lo que pasara. Pero esa sonrisa no está. Hace cinco meses que desapareció, y no puedo dejar de esperar que regrese. Que me diga que todo fue un mal sueño. Que volvamos a ser lo que éramos.
Hoy en el insti, vi a Valeria, la chica que siempre me mira con compasión como si fuera un proyecto en el que ella tiene que intervenir. Ya me tiene harta, con su eterna actitud de "te entiendo, pero no sé qué hacer". A veces siento que los demás me ven como una especie de experimento, como si mi dolor fuera algo temporal que puede ser curado con una charla y un par de distracciones. A lo largo de estos meses, Valeria me ha sugerido todo tipo de cosas: salir más, "encontrar a alguien nuevo", "pensar en lo que me merezco". Pero no puede comprenderlo, no puede entender lo que es sentir que se ha perdido una parte de ti misma, algo que pensabas que era para siempre. Nadie lo entiende. No lo entienden mis amigos, ni Valeria, ni mi madre. Ninguno de ellos sabe lo que es estar tan segura de algo, de alguien, solo para verlo desmoronarse frente a ti. Me pregunto si alguien en este mundo ha amado alguna vez con tanta intensidad como lo hice yo, o si soy solo una tonta que se dejó llevar demasiado rápido.
El móvil sobre la mesa vibra y me saca de mis pensamientos. Veo que es un mensaje de Laura, una amiga del instituto. En lugar de abrirlo, me quedo mirando la pantalla, pensando si debería contestar. Laura me invita a ir a su casa este finde, como siempre. Pero hoy no tengo ganas de salir, no tengo ganas de hacer nada que no sea pensar en él. No sé cómo explicárselo sin parecer que estoy encerrada en mi propio mundo, sin que me vea como una persona que ya no tiene remedio. Al final, decido no responder. Me recuesto en el sofá y cierro los ojos, con la esperanza de que, al menos por un segundo, me olvide de todo. Pero, como siempre, es inútil. Los recuerdos de él vuelven, fuertes, intensos, como una corriente de agua arrastrándome sin piedad. Recuerdo su risa, la forma en que me abrazaba cuando las cosas no iban bien, cómo me hacía sentir que todo era posible cuando estábamos juntos. Todo eso se fue tan rápido. Se fue con la misma rapidez con la que empezó, sin previo aviso.
"Quizá debería dejarlo ir", pienso, pero la idea de hacerlo me llena de miedo. De miedo a perder esa parte de mí misma que solo existió cuando estaba con él. Me aterra pensar que no haya una posibilidad de recuperar lo que tuvimos.
El tiempo se sigue alargando, como si el mundo hubiera decidido ir más despacio para mí. Y sigo esperando, esperando que algo cambie, que algo me diga que no fue en vano, que el amor que sentí no fue solo un espejismo, que había algo real, algo que no debería haberse perdido.
Y con cada día que pasa, el vacío en mi pecho se siente más grande.
...
El sol comienza a esconderse detrás de las nubes, tiñendo todo de un gris apagado. El cielo de otoño siempre me da esa sensación de melancolía, como si todo estuviera en transición, esperando algo que nunca llega. Y así estoy yo, atrapada en esa espera interminable, mirando por la ventana sin realmente ver nada.