Capítulo 1: Sombras en la corte

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Becky

La luz tenue del amanecer se filtraba a través de las delicadas cortinas de seda que adornaban las ventanas del aposento imperial. Becky se sentó en el borde de la cama, sus dedos rozando el frío suelo de mármol. La habitación, aunque lujosa y llena de ornamentos dorados, se sentía como una prisión. El matrimonio que la había llevado allí no era más que una fachada, un juego político que la había convertido en una pieza más en el tablero de poder. Su esposo, el príncipe heredero, no la amaba, y Becky no esperaba que lo hiciera. Pero lo que sí esperaba, al menos, era respeto. Sin embargo, ni eso le concedían.

Él solía ausentarse noches enteras, y cuando regresaba, el aroma de otras mujeres impregnaba sus ropas. Becky fingía no notar, sus ojos clavados en el suelo mientras su corazón ardía con un fuego que no podía apagar. No por amor, sino por orgullo herido. Cada desaire era un recordatorio de que, aunque portaba la corona, seguía siendo una extranjera en la corte, una mujer sin aliados verdaderos, rodeada de enemigos que se deleitaban en cada paso en falso que daba.

Se levantó y caminó hacia el espejo, observando su reflejo con una mezcla de desdén y determinación. Era hermosa, sí, con una belleza que muchos admiraban, pero era su voluntad lo que la hacía destacar, su negativa a someterse a los dictados de una corte que esperaba que fuera dócil, obediente y callada. Desde el momento en que había cruzado las puertas del palacio, se negó a ser solo un adorno. Y eso, más que cualquier otra cosa, la había condenado.

Los murmullos en los pasillos no cesaban. "La emperatriz rebelde", la llamaban. Algunos decían que era peligrosa, que no debía permitirse que una mujer como ella ejerciera influencia. Otros la despreciaban por ser extranjera, alguien que no pertenecía a la tierra que ahora gobernaba como consorte. Pero Becky no se dejó intimidar. Había aprendido a caminar con la cabeza en alto, a responder con una sonrisa sarcástica y una mirada que podía cortar como el filo de una espada.

El sonido de pasos apresurados la sacó de sus pensamientos. Una de sus doncellas entró, inclinando la cabeza.

—Su Majestad, el príncipe ha partido al amanecer —dijo con voz temblorosa.

Becky alzó una ceja, no por sorpresa, sino por el hastío de la rutina repetida.

—¿Y con quién esta vez? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta.

—Con la hija del ministro khan—respondió la doncella con timidez.

Becky soltó una carcajada amarga. El príncipe no se molestaba siquiera en ser discreto. Era casi una burla deliberada. Pero Becky ya no sentía dolor. Lo que la consumía era otra cosa: la sed de venganza. No por amor, sino por dignidad.

—Perfecto —murmuró, mientras alisaba las finas telas de su vestido. Sus ojos brillaban con un destello peligroso—. Que disfrute mientras pueda.

El día transcurrió entre audiencias y reuniones tediosas. Becky se sentaba junto al trono, observando en silencio cómo el consejo discutía los asuntos del reino. Aunque no tenía poder oficial, su presencia imponía. Las miradas la seguían, algunas con respeto, otras con desdén. Entre los miembros del consejo, el ministro Chan destacaba, un hombre de mirada afilada y sonrisa falsa que había intentado despojarla de su influencia desde el primer día.

—Su Majestad, ¿no cree que sería mejor que se retirara a sus aposentos? Estos asuntos son delicados y quizás no sean de su interés —dijo el ministro con una reverencia exagerada.

Becky sostuvo su mirada, imperturbable.

—Siendo asuntos del reino, son también mis asuntos, ministro Chan —respondió con una voz suave pero firme—. Estoy segura de que no querrá privarme de la oportunidad de aprender.

El silencio cayó sobre la sala. Algunos se removieron incómodos, otros ocultaron sonrisas. El ministro apretó los labios, incapaz de replicar sin parecer insolente. Becky saboreó el momento.

Cuando la reunión terminó, se dirigió a los jardines. Allí, lejos de los ojos curiosos, podía respirar con mayor libertad. Sin embargo, la soledad también traía consigo sus propios tormentos. ¿Hasta cuándo soportaría esta farsa? ¿Cuánto más podría resistir antes de quebrarse?

Mientras paseaba entre las flores, una idea comenzó a formarse en su mente. Si el príncipe podía buscar placer fuera del matrimonio, ¿por qué ella no? Pero no quería a un amante cualquiera. No quería solo satisfacer un capricho. Quería encontrar a alguien que pudiera convertirse en su aliado, alguien a quien pudiera proteger y, en el proceso, tal vez encontrar un resquicio de la libertad que le habían arrebatado.

El destino parecía escucharla, porque al día siguiente, una nueva esclava llegó al palacio. Una joven de mirada intensa y cabello oscuro que destacaba entre los demás por una peculiar marca roja en la mano. Cuando sus ojos se encontraron, Becky sintió una extraña conexión, un latido que resonó en lo más profundo de su ser.

Aún no lo sabía, pero su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

 "La Favorita de la Emperatriz" (gl)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora