Becky
El sol aún no se había levantado completamente cuando Becky se despertó. La oscuridad de la mañana filtraba una luz tenue a través de las cortinas, pintando la habitación con un gris melancólico. Becky se estiró lentamente en la cama, dejando que el silencio la envolviera antes de que la marea de pensamientos la arrastrara de nuevo. Se levantó sin hacer ruido, como siempre lo hacía para evitar ser vista por los sirvientes que aún dormían.
Se acercó al espejo de oro que decoraba una de las paredes de su aposento. Su reflejo le devolvía la mirada de una mujer que ya no era joven, pero cuya belleza seguía siendo su carta más fuerte. No necesitaba más. Becky había aprendido a caminar por la vida con la cabeza alta, a pesar de los desdén que la rodeaban. No por egoísmo, sino por necesidad. La corte le había enseñado que una mujer como ella no podía ser vulnerable. No podía permitirse el lujo de la debilidad. No después de todo lo que había sufrido.
Se arregló con la prisa que había adoptado desde su llegada al palacio: su cabello recogido, su vestido sencillo pero elegante, y su expresión impasible, lista para enfrentar el día que la esperaba. El príncipe aún no había regresado de su última escapada nocturna, lo cual no sorprendía a Becky. Su matrimonio, una farsa desde el principio, se había convertido en un campo de batalla emocional donde solo quedaba un vencedor: él. El príncipe se mostraba frío y distante, y Becky ya no se molestaba en fingir que no lo sabía. Cada vez que regresaba, no podía evitar notar el rastro de otras mujeres en su piel, el perfume que nunca era el suyo, el aroma dulzón de sus amantes. Pero Becky no lloraba. Lo que le dolía no era el abandono, sino la humillación de ser tratada como una simple pieza en un juego político.
Aquella mañana, sin embargo, había algo diferente en el aire. Un sentimiento de inquietud la envolvía. No solo era el silencio que reinaba en el palacio, sino una sensación latente, como si todo a su alrededor estuviera a punto de cambiar. Era algo que se percibía en la brisa ligera que entraba por la ventana, en el modo en que las sombras se alargaban a través de las paredes. Algo, o más bien alguien, estaba por cruzar su camino y alterar su mundo de una manera que aún no comprendía.
Cuando la doncella entró a su habitación para informarle que el príncipe había partido al amanecer, Becky no mostró sorpresa. Era la misma rutina de siempre. La misma farsa. "Con la hija del ministro Khan", pensó sin emoción, como si la noticia fuera tan insignificante como el aire mismo. El príncipe podía hacer lo que quisiera con su vida, pero Becky ya no se sentía atada a él. Algo en su interior había roto, había dejado de esperar algo que nunca llegaría.
Sin embargo, la rutina se rompió cuando la joven esclava, Freen, apareció por primera vez en su campo de visión. La conoció al día siguiente, en uno de esos encuentros casuales que, sin embargo, cambiaron el curso de su vida.
Becky la observó con atención desde la distancia mientras la joven pasaba entre los sirvientes. Freen, con su cabello oscuro y su porte imponente, caminaba con una confianza que contrastaba con la sumisión habitual de las esclavas. Su presencia era diferente, como si la joven no fuera una mera sierva, sino alguien que, de alguna manera, podía desafiar el orden establecido. La marca roja en su mano, visible solo para aquellos que supieran mirar, atrajo la mirada de Becky, despertando una extraña sensación en su pecho. Algo no estaba bien. O tal vez, era algo más: algo que Becky deseaba sin siquiera entenderlo.
En un principio, Becky pensó que era solo curiosidad. Después de todo, las esclavas no tenían mucho que ofrecer en términos de conversación o influencia en la corte. Pero Freen era diferente. La forma en que miraba a las personas, cómo se mantenía erguida, como si no fuera parte de ese mundo opresivo que la rodeaba, le intrigó. La conexión que sintió en ese primer encuentro fue tan instantánea como desconcertante. No podía explicarlo, ni quería hacerlo. Sabía que debía acercarse a Freen, pero no solo por esa sensación extraña que había nacido en su pecho, sino por algo más profundo: la necesidad de tener el control.
El príncipe la había dejado sola durante tanto tiempo, no solo física, sino emocionalmente. Becky, por primera vez en años, deseaba sentir algo más que indiferencia. Necesitaba algo que la hiciera sentir viva, algo que la hiciera sentir que aún podía tomar decisiones, que aún tenía el poder de cambiar su destino.
Así fue como, al final de aquel día, Becky se acercó a Freen, consciente de que su vida estaba por tomar un rumbo inesperado. En la sala del trono, con los ojos de la corte observándola, Becky hizo su oferta.
—Quiero que seas mi criada personal —dijo con la voz suave pero decidida. No hubo dudas ni vacilaciones en su tono. El destino de ambas ya estaba sellado.
Freen levantó la vista, sorprendida pero sin mostrar miedo. No era una esclava común, y Becky lo sabía. Había algo en su mirada que decía que no se sometería fácilmente. Aquella mujer no se arrodillaría, no sería una simple obediente. Había algo en ella que desbordaba la sumisión habitual de las siervas, algo que, en el fondo, Becky deseaba con desesperación.
—¿Mi criada? —La voz de Freen era baja, casi en un susurro, pero no había temor en ella, solo una curiosidad cautelosa.
Becky sostuvo su mirada, y en ese momento, sintió cómo un vínculo invisible comenzaba a formarse. No era solo la necesidad de tener una criada a su lado, sino algo más. Freen representaba la libertad que Becky había perdido, y al mismo tiempo, el poder que anhelaba recuperar.
—Sí, mi criada —respondió Becky, sin apartar la mirada de la joven. Las palabras se sentían como un pacto silencioso. Freen no era solo una pieza en su juego de poder, sino alguien que podría ayudarla a recuperar lo que más deseaba: el control de su vida.
Freen no dijo nada más en ese momento, pero Becky notó cómo la joven se mantenía firme, como si ya hubiera tomado una decisión. No era un rechazo, pero tampoco una aceptación ciega. Era más bien una aceptación mutua, silenciosa. Ninguna de las dos era la víctima en este encuentro. Ambas se entendían, de alguna manera, sin necesidad de palabras.
A medida que las semanas pasaron, Becky comenzó a conocer más a fondo a Freen. La joven, a pesar de su posición, mostraba una fortaleza impresionante. No era la sumisa que Becky había esperado. Al contrario, su independencia y sus respuestas prudentes pero decididas comenzaron a despertarle una admiración que nunca pensó que experimentaría por alguien en una posición tan baja.
Becky había planeado que Freen fuera solo una herramienta, alguien que la ayudaría a ejercer cierto control sobre su vida en la corte. Pero algo había cambiado. El vínculo entre ellas se estaba forjando con cada día que pasaba. Ya no era solo un juego de poder. Ahora, Becky sentía que había algo más. Algo mucho más peligroso.
Mientras tanto, los enemigos en la corte comenzaban a murmurar. La "emperatriz rebelde", como la llamaban, ya no se conformaba con ser la esposa de un príncipe ausente. Su influencia, aunque todavía limitada, comenzaba a sentirse. Y aquellos que ya la despreciaban por ser extranjera, por ser mujer, ahora la temían más que nunca. Becky no era solo un adorno en el palacio. Estaba tomando las riendas de su propio destino, y eso no gustaba a todos.
En los pasillos del palacio, el peligro acechaba en cada esquina. Pero Becky no se detenía. Sabía que su relación con Freen, aunque no comprendida, era su mayor arma en ese campo de batalla político. Y a medida que la joven esclava se acercaba más a ella, Becky se preguntaba hasta qué punto aquella conexión podría transformarse en algo más que una simple alianza de poder.
Porque en ese palacio lleno de mentiras y traiciones, Becky finalmente había encontrado algo verdadero. Algo que no podía ser ignorado, ni controlado.
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"La Favorita de la Emperatriz" (gl)
RomanceEn la corte imperial de Tailandia, Becky, una emperatriz atrapada en un matrimonio sin amor, busca venganza tras las infidelidades de su esposo. Pero su destino cambia cuando conoce a Freen, una joven esclava de mirada profunda que despierta en Beck...