El aire del palacio, siempre cargado y denso, parecía aún más sofocante en el corredor que recorría hacia los aposentos de Becky. No era solo el frío en el mármol ni el eco de los pasos de los sirvientes lo que me inquietaba, sino la sensación persistente de estar observada. A menudo sentía las miradas de los demás empleados del palacio, algunas llenas de curiosidad, otras de desaprobación. Como si fuera un ser que no pertenecía a este mundo, un intruso que no debía estar aquí. Pero lo que más me preocupaba era la presencia de Becky en mi vida, aunque de una forma que no había esperado.
Era extraño, realmente. Yo, una simple esclava, destinada a servir y callar, habiendo cruzado miradas con una mujer tan poderosa y a la vez tan atrapada. Me resultaba complicado entender mi propia confusión sobre ella. Becky no era como las demás, no se conformaba con el destino que se le había impuesto. Esa misma chispa de resistencia la hacía fascinante, y aunque sus ojos raramente se cruzaban con los míos, había algo en su voz, en sus gestos, que me invitaba a quedarme cerca.
El recibimiento de la emperatriz había sido frío al principio. No esperaba más. Como esclava, lo único que debía hacer era cumplir con mi tarea y estar en mi lugar. Sin embargo, lo que comenzó como una simple función, como cualquier otro día, pronto se transformó en algo más. Cada conversación, cada pequeño gesto, comenzaba a atarme a ella de formas que no comprendía.
Me detuve frente a su puerta. Su silueta era visible a través de las cortinas de seda, y la luz dorada del sol poniente le daba un aire etéreo. Aunque sabía que su vida estaba lejos de ser perfecta, algo en su calma me atraía. Me sentí impulsada a abrir, aunque no había sido invitada, aunque no era mi lugar. Pero la cercanía con Becky, incluso sin palabras, me hacía sentir más humana, más real, más capaz de soportar todo el peso que recaía sobre mi vida.
Toqué la puerta suavemente.
—¿Entra? —La voz de Becky resonó desde dentro, con ese tono tan característico de quien no se deja dominar por nada ni por nadie.
Abrí, con una mezcla de incertidumbre y algo que no podría describir. Ella estaba allí, de pie junto a la ventana, su mirada fija en el jardín. Había una desconexión en su postura, como si su cuerpo estuviera en ese lugar, pero su mente estuviera a kilómetros de distancia.
—¿Puedo ayudarte con algo? —preguntó Becky sin mirarme, pero yo pude detectar la tensión en su voz.
Me acerqué con la bandeja de té, un movimiento que había repetido muchas veces, pero que nunca dejaba de parecer extraño entre nosotras. Como si estuviera traicionando una línea invisible entre la emperatriz y su esclava, esa línea que siempre había estado allí y que, por alguna razón, ahora parecía desvanecerse.
—Pensé que podrías necesitarlo —respondí, colocando la bandeja sobre la mesa que se encontraba cerca de la ventana. Mis dedos rozaron las orillas del mueble, evitando la mirada de Becky.
Ella no dijo nada al principio, pero algo en el aire cambió. Era como si el silencio, aunque presente entre nosotras, se hubiera convertido en un acuerdo tácito. Becky se dio la vuelta, mirándome por fin. Su expresión no mostraba sorpresa, sino algo más profundo, algo que no había visto antes: vulnerabilidad.
—Gracias. —Su tono fue bajo, casi inaudible. La mirada que me dirigió hizo que mi corazón latiera más rápido. No entendía por qué, pero algo en su mirada me hacía sentir que, de alguna manera, estábamos más cerca de lo que creía. Un lazo invisible que comenzaba a tomar forma entre nosotras.
La luz en la habitación era cálida, casi como un abrazo, y mientras nos quedábamos en silencio, sentí cómo se llenaba de una tensión que no podía explicarse. Becky, una mujer a quien la vida había impuesto un destino que no deseaba, estaba comenzando a confiar en mí. Y aunque lo hacía de manera indirecta, me estaba permitiendo un lugar en su vida, algo que nunca habría imaginado.
Me senté en una silla cercana, sin saber exactamente qué decir. El espacio entre nosotras seguía siendo amplio, pero el aire parecía más ligero. Un par de minutos pasaron antes de que Becky rompiera el silencio.
—Freen… —dijo, probando mi nombre como si fuera la primera vez que lo dijera en voz alta. La forma en que lo pronunciaba me hizo sentir importante, como si mi nombre, en ese momento, tuviera más peso del que jamás hubiera tenido. En el contexto del palacio, en donde no se me reconocía como nada más que una esclava, ese gesto simple parecía un pequeño acto de rebelión.
—¿Sí? —respondí, mi voz sonando más suave de lo habitual. No quería parecer insistente ni inoportuna, pero una parte de mí deseaba saber qué pensaba de mí, cómo me veía.
Becky se sentó también, con un suspiro profundo, y sus ojos se posaron sobre los míos, como si tratara de leerme.
—Sé que no tienes por qué decirme nada, que probablemente no lo harías si no te lo pidiera, pero… —su voz titubeó un poco—. Necesito saber si puedo confiar en ti.
Esas palabras me golpearon con una fuerza inesperada. El peso de la frase se instaló entre nosotras, creando una atmósfera de seriedad que nunca antes había existido. Sentí que mi respiración se volvía más lenta, más pesada, y que mis pensamientos se apagaban al instante.
No estaba preparada para este tipo de conversación. Después de todo, ¿cómo podía alguien como yo, una simple esclava, ser digna de la confianza de la emperatriz?
Pero sabía que no tenía otra opción que responder. Mi instinto me decía que esta era una oportunidad que no debía dejar escapar.
—Puedes confiar en mí, emperatriz —dije, con una sinceridad que apenas me reconocí a mí misma. La mirada que intercambiamos no necesitaba más palabras. Sabía que, por primera vez, estábamos tomando una decisión que cambiaría todo.
Un suspiro se escapó de Becky, como si hubiera liberado una carga invisible. La tensión en su rostro cedió ligeramente, y por un momento, me pareció ver una chispa de alivio en sus ojos.
—He estado planeando algo —comenzó, su voz firme, pero con una pequeña dosis de inseguridad que me sorprendió—. Algo que puede cambiar todo aquí. Pero no puedo hacerlo sola. Necesito alguien en quien confiar, alguien que pueda estar a mi lado sin miedo.
Mis ojos se abrieron más. Sabía lo que implicaba eso. Sabía que, al involucrarme, las consecuencias podrían ser drásticas para las dos. Pero no pude evitar que una mezcla de emoción y determinación se apoderara de mí. Si esto era lo que Becky necesitaba, entonces lo apoyaría.
—Lo que sea —respondí, sin pensarlo demasiado. Mi voz sonaba más segura de lo que me sentía en ese momento.
La mirada de Becky se suavizó, y pude ver una pequeña sonrisa dibujarse en sus labios. No era una sonrisa feliz, sino más bien una sonrisa de quien, por fin, sentía que tenía a alguien en quien confiar, alguien que realmente la escuchaba.
—¿Sabes? —dijo, cambiando de tono—. Tal vez no sea tan diferente a ti, después de todo.
El silencio volvió a caer entre nosotras, pero ahora no era incómodo. Era un silencio compartido, una quietud que nos unía de formas que no habíamos imaginado.
Freen, había tomado mi decisión sin darme cuenta. Sabía que la alianza entre nosotras no solo cambiaría mi vida, sino que también transformaría el destino de las dos. Y aunque las sombras del palacio seguían acechando, en ese momento, me sentí más fuerte que nunca.
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"La Favorita de la Emperatriz" (gl)
RomanceEn la corte imperial de Tailandia, Becky, una emperatriz atrapada en un matrimonio sin amor, busca venganza tras las infidelidades de su esposo. Pero su destino cambia cuando conoce a Freen, una joven esclava de mirada profunda que despierta en Beck...