Prefacio
Mi vida sería la típica novela de drama. Mis padres sobre protectores, metidos, vivían discutiendo a veces, y otras mejores veces se eran indiferentes el uno con el otro. Lo normal. Tenía un hermanito menor insoportable el cual me tenía al borde de la locura, podría jurar que las cosas se autocombustionaban si se las dejaban a su cuidado o al alcance de sus manos. Podía decirse que él fue el "ups" que había en cualquier familia.
Salí de mi habitación después de arreglarme un poco, si no mi madre molestaría, que por qué no me puse la camiseta tal o la blusa tal que me hacía ver más delgada. No sé mamá, los kilos de más no se disimulaban así de fácil. Bueno, ya no estaba redonda como cachalote como antes, al menos ya tenía cuerpo, solo un par de kilos más, lo normal, si se era fan de la comida como yo.
Tenía un loro, le puse Hoshi, que según vi, significaba estrella en japonés. Era todo colorido, pecho blanco, cabeza negra, alas verdes, como salido de un cuento. Bien raro a mi parecer, pero era el único que me escuchaba aquí. Me lo trajeron de la selva, ilegal, pero logré obtener su custodia con los de la organización quienes veían esas cosas. Total, en este país todo era posible.
Era mi cumpleaños. Enano-Fernando, mi hermano, corría de aquí para allá, chillando como loco y con mi padre detrás de él, y es que solo a él le consentían como si fuera el último niño fértil de la tierra. No haría nada por mi cumpleaños, a lo mucho, me cantarían el ridículo "happy birthday" y comería pastel. Eso era todo.
Vendrían unos pocos —muy pocos—, amigos que tenía. Toda mi vida fui una antisocial, que paró encerrada en su casa viendo televisión, no salía a jugar con los niños vecinos. Incluso hoy en día, estos pocos amigos me olvidaban con facilidad y preferían reunirse entre ellos. ¿Por qué? Porque a Karen no la dejaban salir a casa de otra persona sin hacer alguna especie de alboroto, porque me "vayan a robar" o algo similar.
"Si van a reunirse, háganlo aquí en la casa, aquí tienen para divertirse, no hay necesidad de que tengas que salir tú". "Si van a hacer trabajo, aquí en la casa, aquí tienen espacio, amanecidas en otra casa no se puede, ya sabes"
Tenía un amigo que me gustaba, claro, estudiábamos juntos en la universidad, biología. No le decía nada porque mis padres no lo tolerarían, nunca toleraron a nadie. Si por ellos fuera me hubiesen metido a una caja de cristal, eran algo extremistas. Una vez me hicieron un lío cuando quise a ir al cine con un novio que tuve, mi madre me mandó con mi padre. Sí, ¡mi padre!
Ya te podrás imaginar por qué quería respirar. Leía esas perfectas vidas de las protagonistas rodeadas de galanes de algunas novelas populares, o las geniales y románticas películas que no valía verlas en el cine por ser de bajo presupuesto, y sentía celos. Así que mi deseo sería que mi vida se asemejase a un cliché.
—Ay, feliz cumpleaños, mi muñeca. —Me dio un beso en la frente mi mamá.
Sí, podía ser melosa cuando quería, y también matarte a gritos en otras oportunidades, nunca se sabía cómo iba a reaccionar. Mi padre era un pan de dios, el pobre no tenía voz ni voto porque si no mi madre también lo mataba a gritos.
El loro voló a la mesa así que lo aparté un poco del pastel. Soplé las velas y suspiré, después de todo, las cosas no cambiarían, a menos que terminara la carrera, trabajara, y empezara a independizarme. Tarea muy difícil con mamá gallina, muy difícil y de largo plazo.
Pero no tenía ni idea de lo que pasaría.
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La maldición del cliché
HumorKaren se aventura dentro de las historias de los libros que leyó. Lleva con ella unas esposas embrujadas y la compañía de sus amigos y su loro mágico, quien hace de narrador, aunque los estríperes están siempre al acecho. *** ¿Quieres un Patch, Edwa...
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