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5: Se pone peor

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Después del largo día que pasó rapidísimo, lo cual era inusual, llegó la hora de ir a casa de Alba. Nuevo problema: no sabía dónde rayos quedaba. Asumía que, si seguía quizá las mismas rutas que seguía en mi antigua ciudad, a pesar de la diferencia en cuanto a morfología de las calles, llegaría. 

Sin embargo, Manuel apareció, esta vez en un Porsche blanco.

—No creas que no me he enterado de la fiesta de Alba —dijo.

Rodé los ojos.

—Ah, espera... ya vuelvo. —Había recordado algo.

Hoshi apareció en la entrada de mi casa.

—¿Qué pasa?

—¿Qué pasa? Que no he ido al baño —renegué en susurro.

—Pero si ya te has bañado...

—¡No he hecho lo otro! Eso es contra la salud.

—Bah, ya no lo necesitas.

No le hice caso y entré.

***

Al llegar estaba, aparte de la bulla, todos los conocidos y desconocidos de la universidad. La casa no era pequeña, aunque tal y como lo había supuesto, hubiera podido llegar siguiendo las mismas rutas.

Alba vino con Daniela y me abrazaron. Estaban muy bien vestidas, con vestidos altos y ceñidos al cuerpo. Eran de diseñador sin duda, no como yo que estaba con sport elegante, o dizque elegante. Saludé a mi amiga por su cumpleaños y saqué un pequeño regalo de mi bolsillo.  Se fue a guardarlo feliz y Daniela me miró con diversión.

—He preparado algo genial, ya verás —susurró. 

Se alejó.

Me fui a sentar al sofá y María vino a sentarse a mi lado. Resopló cansada, pues había estado bailando por ahí.

—¿Si olfateo la comida, engordo? —preguntó. 

Fruncí el ceño. 

—No.

—Genial. Iré a olerla. —Se fue hacia las mesas con comida.

Daniela sacó a bailar a Paul, asumí que era por parecer tan rock star. Alba volvió y sacó a Edgar. Me dirigí a buscar a Manuel, sin embargo, pude verlo otra vez con María, muy pegados mientras ella le tocaba el pecho.

La sangre me hirvió. ¿Cómo podía hacerme eso?

Di media vuelta sintiendo el retorcer de mi estómago y choqué con alguien. 

—Rayos, perdón. 

—Tranquila, Karen. —Alcé la vista al reconocer su voz, era Adam.

—Ah, viniste.

—Claro. —Mostró una bonita sonrisa traviesa, tiró con suavidad de mi mano y me llevó a bailar.

Pero rayos, yo casi no sabía bailar, y este chico me ponía terriblemente nerviosa de pronto, eso no lo planeaba. Empezó a moverse y lo hacía muy bien. Tomo mi cintura y no me quedó opción más que apoyar mis manos en sus hombros. Estábamos muy juntos ahora, Daniela y Alba miraron y se hicieron señales. Sabía que luego molestarían.

Adam, hasta su nombre era uno de los más sexis. Se inclinó. Abrí mucho los ojos cuando noté que me besaría, se me escarapeló todo el cuerpo y el estómago se removió con bichos, animales, etc.

Me aclaré la garganta y me aparté.

—Perdón —susurré—. No puedo.

Me fui, dejándolo confundido.  Alba y Daniela me siguieron. Terminé cerca de las mamparas que daban al jardín. 

La maldición del clichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora