04. Memorias y promesas

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Vanesa jadeaba mientras apretaba una mano ensangrentada contra su costado

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Vanesa jadeaba mientras apretaba una mano ensangrentada contra su costado. Podía sentir el calor de la sangre empapando su camisa, pegándosele a la piel, pero no tenía tiempo para preocuparse por eso. Las explosiones aún se escuchaban, sacudiendo el suelo bajo sus pies. La batalla contra los oficiales de Nova Pax había escalado más rápido de lo que esperaban, y aunque su grupo había logrado retroceder al enemigo, las bajas eran mayores de lo que podía soportar.

—¡Vanesa! —La voz grave y tensa del chico rebelde la alcanzó a pesar del ruido de las detonaciones. Él se acercó corriendo, con el rostro manchado de hollín y los ojos entrecerrados por el esfuerzo.

Vanesa apenas logró mantenerse de pie cuando él llegó a su lado. Intentó apartarse cuando él extendió la mano hacia su herida.

—Estoy bien.

—Deja de mentir —replicó él. Sujetó su brazo con firmeza pero sin brusquedad, obligándola a sentarse detrás de una estructura de metal que los protegía del fuego.

El chico se quitó la mochila con movimientos rápidos y sacó un pequeño botiquín. Vanesa intentó apartarse nuevamente, pero él no se lo permitió.

—¿Por qué siempre tienes que hacerte la fuerte? —gruñó mientras rasgaba la tela alrededor de la herida para examinarla.

—Porque si no lo hago, nadie más lo hará —respondió ella, con los dientes apretados mientras él limpiaba la sangre con un paño húmedo.

—Eso no es cierto —contestó él, mirándola fijamente por un momento antes de volver a centrarse en la herida —. No tienes que cargar con todo, Van. No estás sola.

Ella apartó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de sus ojos. Había algo en la forma en que la miraba, como si pudiera ver más allá de la fachada que se esforzaba tanto por mantener.

—No puedo permitirme flaquear —susurró, más para sí misma que para él—. Si lo hago, ¿quién los mantendrá unidos?

El chico suspiró, sacudiendo la cabeza mientras aplicaba presión sobre la herida. Vanesa apenas pudo reprimir un gemido de dolor.

—Eres más dura contigo misma de lo que eres con el enemigo —murmuró, sacando un vendaje para envolverle el costado—. No sé cómo alguien puede tener tanta fuerza y ser tan terca al mismo tiempo.

Vanesa dejó escapar una pequeña risa, a pesar del dolor.

—Supongo que esa es mi mayor virtud.

Él se detuvo, su mano todavía descansaba sobre la venda recién colocada. Sus ojos buscaron los de ella, y esta vez Vanesa no apartó la mirada.

—No es solo una virtud, es también tu mayor debilidad —dijo con suavidad—. Eres tan fuerte que te olvidas de que también tienes derecho a caer.

Disidente X Donde viven las historias. Descúbrelo ahora