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Spencer comenzó a leer lentamente, razonando las palabras que leía, a Ella nunca le gustó que leyera tan rápido siempre, decía que debía disfrutar la lectura, que no era una máquina.

Todo comenzó cuando te conocí, ¿te acuerdas?

En aquel hospital en el que Morgan entró por un brazo roto, tú tenías una contusión y en broma te pregunté cuál era la distancia entre la tierra y el sol, y tú, sin dudarlo, me respondiste la respuesta exacta.

Al principio pensé que eras un pretencioso.

Pero eres un rayo de Sol.

Te amo tanto, tanto, que no puedo permitirme hacerte daño.

Mi trabajo en el hospital me permitía aliviar mis deseos, mis pensamientos insanos, mis impulsos psicópatas.

Una vez me explicaste como es el hacer perfiles, como había reglas y como todas las mentes funcionaban de manera similar, me contaste de patrones y de errores, me enseñaste de interrogatorios y de lenguaje corporal.

Me mostraste, sin saber, como todo lo que yo hacía era una excepción a la regla.

Siempre fui un monstruo, incluso entre los de mi propia clase.

Es literal, todo lo que te diré en esta carta tómalo con literalidad, porque es justo así como todo paso.

Mindy Richardson. 24 años. Morena, ojos azules. 25 de septiembre. Era maestra de preescolar. La encontré en una cafetería, cerca de la casa de mi madre, la seguí dos o tres días, ingresé al sistema de tránsito, averigüe sus rutas y esperé. La drogué con cloroformo y le abrí el pecho con una daga de plata. Arranque sus costillas con mis manos, y su corazón con las uñas.

Helena James. 26 años. Pelirroja, ojos verdes, 23 de octubre. Era agente de ventas. La vi mientras me hacía una manicura cerca de la BAU, averigüe sus rutas y esperé. La drogué con cloroformo, le abrí el pecho mientras aún estaba viva y probé su sangre. Arranque sus costillas con unas pinzas de metal y le quité el corazón con ellas.

Karen Johnson. 22 años. Rubia, ojos azules, 27 de noviembre. Estaba en la universidad, estudiaba filosofía. La vi cuando salía de mi turno en el hospital y la seguí. La drogué, abrí su pecho y corté sus costillas con una sierra de mano, que también usé para sacar su corazón.

Deanna Smith. 26 años. Rubia, ojos verdes, 24 de diciembre. No sé su profesión, la seguí después de hacer las compras navideñas de emergencia, metí nieve en su boca y nariz haciendo que se ahogara, no traía conmigo cloroformo, este fue inesperado, había mucha gente en el parque, solo abrí su pecho con un abrecartas que iba a regalarte, fue muy difícil, y su sangre se enfrió rápido. Este fue un poco asqueroso. Al final, robé de entre sus cosas aquel Yoda de juguete que recibiste de mi parte al día siguiente.

Samantha Weeson. 24 años. Castaña, ojos verdes, 29 de enero. Era pasante en el hospital, lo supe por su carta de aceptación, debió estar muy feliz, fue muy fácil atraparla, no llegó a registrase. Hacía frío, cuando abrí su pecho sumergí mis manos en él y las calenté un tiempo, quité sus costillas con una sierra de mano y dejé su corazón intacto. Ella se veía inocente.

Alice Brandon. 29 años. Morena, ojos cafés, 26 de febrero. Tomó un atajo para el estacionamiento. Su licencia decía que era dentista, y portaba un arma con ella. Muy paranoica, ella intentó apuntarme pero no sabía quitar el seguro y la golpee con la culata. Me rogó piedad cuando la asfixie con su cinturón. Abrí su pecho con un bisturí que robe del hospital, arranqué sus costillas con las manos y extirpé su corazón con cuidado. Creo que recuerdas que lo encontraron en pedazos a varios metros de ella.

Hayden Panetiere. 21 años. No estoy segura del color de su cabello, ojos miel, 26 de marzo. Era extranjera, estaba en la ciudad de intercambio, estudiaba letras. Fue fácil, era menuda y débil, sus costillas se rompieron bajo mis manos como rama de árbol, su corazón estaba lastimado, lo dejé en su pecho.

Elizabeth Bates. No estoy segura de cuantos años tenía. Pelirroja, ojos miel, 23 de abril. Salió de urgencias del hospital, no era paciente. Aún no sé cómo dejaron pasar la coincidencia. Rogó y lloró hasta el cansancio, me tomé mi tiempo y después introduje cloroformo en sus fosas nasales. Abrí su pecho con una daga y con el mango rompí las costillas, corté su corazón en cuatro dentro de su pecho. Su sangre manchó mis manos y se sintió tan bien.

Ana Milligan. 20 años. Morena, ojos azules, 28 de mayo. La más joven de ellas, la encontré en el parque esperando a un traficante, le dije que tenía un poco de lo que ella quería y le di a oler cloroformo. Le abrí el pecho con una navaja y sus costillas fueron fáciles de romper. Su corazón estaba deteriorado, solo Dios sabe desde cuando lo había estado dañando con esas porquerías.

Julianna Thomas. 22 años. Latina, castaña, ojos cafés, 25 de junio. La encontré en el parque mientras tomaba un café, me pidió fuego y le di un golpe en la mandíbula, intentó darme pelea pero supongo que el cloroformo fue más fuerte. Entre sus cosas guardaba una navaja suiza y la use en ella. Su sangre era más clara de lo normal. Debió estar enferma.

Alexa Evans. 25 años. Tenía el cabello rosado, supongo que era rubia, ojos celestes, es curioso como los tonos de azul cambian, ¿no?, 30 de julio. Ella prácticamente vino a mí, me dijo que había visto lo que hice con Julianna, un mes antes, estaba loca, justo como yo, y me sedujo, me tentó, pero no caí. Dijo que se había tocado mientras yo sometía a Julianna, me contó cómo se excito cuando le abrí el pecho con su propia navaja y como llegó a un fuerte y delicioso orgasmo cuando sumergí mis manos en su pecho, sintiendo su sangre recorriendo mi piel. Intentó besarme pero la golpee. Yo no iba a traicionarte, mi amor. Ella se ganó que la matara, ella se ganó que su pecho fuera abierto con saña, mientras lo veía todo. Intentó seducirme, intentó profanar mi cuerpo, el cuerpo que tus suaves manos recorrían cada noche, el cuerpo que reformaste y que suavemente acariciabas. Ella se ganó que los animales comieran su corazón.

Sandy Morrison. 23 años. Rubia, ojos verdes, 27 agosto. Ella salió de un restaurant al que fuimos dos días antes, celebrando nuestro aniversario. Entre al sistema de tránsito y memoricé sus caminos. Esperé en el parque, la perseguí mientras movía su bonito y claro cabello con el andar de sus pasos. Estornudó y le ofrecí mi pañuelo lleno de cloroformo, ella no se durmió por completo, y me lloro, con las últimas fuerzas que le quedaban, que parara, que su esposo estaba en casa, esperando por ella, que no quería morir así, que quería pasar el resto de su vida con su amado, que se arrepentía de todo lo que había hecho, que la perdonara. Yo no soy quien para perdonarla, pero, ¿sabes? Mientras rompía sus costillas con el mango de mi daga pensé en ti. No de una forma burda o morbosa, si no con amor, pensé en ti y en tus ojos, en la forma en la que me miras, y en la forma que ignoras el hecho de que tu subconsciente te grita que duermes junto a una asesina. Y por un pequeño instante, sentí miedo, tristeza, y remordimiento.

Mentía. (SpencerReid)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora