CAMINO POR EL OSCURO PASILLO DEL CALABOZO de la academia, deteniéndome frente a la última celda. Los dos guardias infernales me observan en silencio mientras abro la puerta. Dentro, encuentro a Nick inconsciente en el suelo, rodeado por un círculo de sal. Sus manos y pies están asegurados con gruesas cadenas que impiden cualquier movimiento.
Después de haberlo sacado del infierno, este calabozo fue el único lugar que se me ocurrió para mantenerlo bajo control mientras busco un nuevo recipiente para Lucifer. Sé que es un riesgo tenerlo aquí ahora que la academia ha reabierto sus puertas, pero los muros sagrados de este lugar ofrecen una protección que mi habitación jamás podría proporcionar.
Observo a Nick por unos segundos, asegurándome de que el círculo de sal siga intacto. Su respiración es lenta, apenas perceptible, pero suficiente para recordarme que aún está ahí, luchando en algún rincón de su mente contra la oscuridad que lo consume.
El sonido de mis botas resuena en el suelo de piedra mientras me acerco a él. La cadena que rodea sus muñecas parece haber dejado marcas profundas en su piel. Dudo por un momento antes de arrodillarme cerca del círculo, manteniendo una distancia segura.
—Nick... —mi voz se quiebra un poco, pero me obligo a mantener la calma —no tienes que seguir luchando. Pronto todo esto terminará.
Él no responde, pero un leve movimiento en su rostro me hace retroceder. Sus labios se entreabren y un susurro, apenas audible, sale de su boca.
—no... Confíes...
El aire se vuelve más denso. Siento un escalofrío recorrer mi espalda, como si algo invisible estuviera observándonos. Me levanto de golpe y refuerzo el círculo con más sal, asegurándome de que no haya brechas.
—tienes que resistir un poco más —le digo, aunque no estoy segura de si hablo para tranquilizarlo a él o a mí misma.
Me giro hacia la puerta, dándome cuenta de que debo apresurarme. Encontrar un nuevo recipiente para Lucifer no es tarea fácil, pero dejar a Nick en este estado mucho tiempo tampoco es una opción.
Recojo mis cosas y me dirijo a la puerta de la celda. Antes de salir, lanzo una última mirada a Nick, aún inconsciente en el centro del círculo. Cada segundo que pasa aquí siento el peligro latente, pero también la urgencia de encontrar una solución definitiva.
—aguanta, Nick —susurro más para mí que para él, y cierro la puerta con firmeza tras de mí.
Frente a la celda, los dos guardias infernales se enderezan, sus ojos brillando con un destello carmesí bajo las antorchas del calabozo. Son imponentes, figuras altas y musculosas que parecen estar hechas de piedra fundida y fuego.
—no permitan que nadie entre —les ordeno, mirándolos fijamente para asegurarme de que entiendan la seriedad de mis palabras.
Los dos asienten en silencio, sus movimientos rígidos pero decididos.
Doy un último vistazo al oscuro pasillo antes de alejarme, mi mente ya centrada en los pasos que debo seguir. Encontrar un nuevo recipiente no será fácil, pero es la única forma de mantener a Nick a salvo... Y de evitar que Lucifer desate el caos dentro de él.
Subo las escaleras, dejando atrás el opresivo calabozo. Mi mente sigue ocupada con el plan para encontrar un nuevo recipiente, pero la presión en mi pecho no cede. Siento una extraña pesadez, como si algo oscuro estuviera siguiéndome.
Cuando llego al baño, me detengo frente al lavabo, observando mi reflejo en el espejo. Mi rostro luce pálido, el cansancio evidente en mis ojos. Abro una de las llaves del agua y dejo que el líquido frío fluya mientras inclino la cabeza para mojarme el rostro.
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