Capítulo 1

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Fue una mañana particularmente fría. El sol era enceguecedor y penetraba mis párpados sin dejarme conciliar el sueño. Mi cabeza rebotaba contra la ventanilla del coche torturando aún más mi desgastado cuerpo que no había descansando nada la noche anterior.
Me incorporé en el asiento de cuero y arreglé mi corbata, mientras dejaba escapar algunos escalofríos. Di un vistazo rápido al paisaje de la gran avenida, era un lugar que conocía como la palma de mi mano. Varias de las familias que vivían en aquellas grandes mansiones eran conocidos de mi familia. A pesar de esto último, sentía cierta repulsión a esos gordos morosos.
En medio de mis pensamientos el chofer frenó de manera violenta y mi cabeza chocó contra el asiento delantero.
-¡señorito Christopher! Perdóneme, hay un atraco enorme de coches- dijo el conductor, de quien no recordaba su nombre.
-esta todo bien, no fue para tanto- contesté mientras sonreía de manera incómoda.
Mi cabello había quedado desordenado y me peiné un poco molesto, el auto avanzó una calle en medio de la multitud y nos detuvimos en una esquina.
De manera inconsciente miré a través de la ventana. Ya no estaban las mansiones, sino que había una pequeña, pero lujosa tienda de ropa varonil. Los grandes ventanales daban paso a los hermosos trajes y camisas que sin duda costaban una fortuna. Al medio de la estructura, se notaba una puerta alta y doble, de cristal oscuro, la que era seguida por una pequeña escalerilla hasta el pavimento. En el último peldaño junto a las rosas blancas, había un joven posado cómodamente.
Sentí como mi corazón se aceleró de pronto, mi piel se tensó y una rara sensación nació en mi estómago. Parecía de mi edad pero era alto y esbelto, era fácil distinguir su negro cabello sobre su blanca y pulida piel. Su mirada estaba perdida sobre la nada y su cara simbolizaba una seriedad intimidante, pero atrayente.
El motor rugió una vez más y el coche avanzó como el resto dejando atrás a la tienda y aún más importante, al chico más hermoso que había visto en mi vida.

En el instituto seguía pensando en él, no podía concentrarme en nada más; y en medio de soledad diaria podía sumergirme en fantasías en las que podía conocer a aquel hombre.

Dos años pasaron luego de la primera experiencia, todas las mañanas seguíamos el mismo camino y el mismo atraco en el que en en cosas de minutos podía disfrutar de su rostro perfecto y angelical. Aveces el chofer, deseaba cambiar la ruta para llegar más rápido y debía ingeniármelas para seguir pasando por esa esquina.
Poco a poco sentía una sensación dentro de mi pecho, era como una bomba que quería salir y reventar en un beso eterno que me uniera a él por siempre. Algunos, lo llaman amor.

Ese sentimiento que todos buscaban y que pocos conseguían atesorarlo por toda su vida.
Yo era uno más del grupo, buscaba el tierno amor de una dama que me hiciera sentir especial y único.
Pero... ¿por qué siento esto por un hombre?

Esa pregunta, no me dejaba dormir en las noches.
Llegué a la conclusión de estar enfermo; estaba completamente loco.

Una tristeza y sensación de asco se atasco en mi mente, una depresión que me hacía sentir débil y muerto.

Mi garganta tenía un nudo ciego que jamás podría ser abierto. Las palabras querían escapar de mi boca, pero me era imposible. Sin amigos y con una familia conservadora y extremista era difícil abrir mi corazón, un corazón podrido y malsano.

Un día de invierno, nuevamente, pasamos por la gran avenida, atestada de carros. Como de costumbre,(disimuladamente) clavé mi mirada en la escalerilla en donde estaba siempre mi amado. Ahí estaba, con su chaqueta oscura y su bolso marrón. Sonreí de alegría sin dejar de mirar su nuca. Pero de pronto, enderezó su cuerpo girando su cuello en mi dirección.
Sus ojos (azules) se clavaron de manera amenazante sobre los míos.

Mis piernas temblaron.
Mi rostro estaba rojo, caliente y algo sudado. No sabía que hacer; quería esconderme y desaparecer, pero no podía dejar de mirarlo. Sentía tanto amor hacia él...una idea pecaminosa se traspasó por mi mente ¿Cómo sería besarlo ahora mismo?

Por fin pude mover mi cuerpo y con un libro tapé mi cara, tratando de fingir que leía algo, aunque era obvio lo que había sucedido.

De reojo lo miré nuevamente, sus ojos, como diamantes, seguían sobre mi.

Gracias a alguna fuerza divina , el coche avanzó rápidamente y me hundí en el asiento, como si fuera sido salvado de la misma horca.

La clase de álgebra parecía de verdad una horca. Mi pupitre estaba en el fondo del salón junto a los grandes ventanales. Mi concentración era detestable, no tenía interés de saber cual era la incógnita ni el valor de x, quería salir a buscar a aquel muchacho que hacía latir mi corazón tan fuerte y me hacía suspirar en medio de la fría soledad que me arropaba.
-¡¡señor Schnitzler!!- vociferó mi maestro desde el pizarrón - deje de andar fantaseando como mujercita, esta una escuela de caballeros, ocupamos nuestra inteligencia en cosas importantes-

Me invadió un poco de vergüenza. Odiaba tanto a ese maestro de matemáticas.
-perdón, profesor, no volverá a suceder- contesté apaciguando mi rabia mientras garabateaba mi cuaderno.

El profesor prosiguió con la clase determinando una horrible mirada hacia mí en señal de reto.

Mis compañeros de clase cuchicheaban y se reían en voz baja. Eran igual de estúpidos y sosegados que ese anciano.

Las clases transcurrieron y tuve mayor cautela en que no se notara mi distracción. Así paso todo el día hasta la tarde.

A la hora de la salida, esperaba a mi chofer en la entrada principal como todos los días. Habían pasado veinte minutos y todavía no había rastro de él.

Como el cansancio me invadía, me dirigí hacia las bancas posteriores al instituto, tras los jardines de los sacerdotes.

Media hora había pasado, mientras yo sumergía mi mente en un libro de política romana. No me había percatado de lo oscuro que se había puesto el cielo y el frío que empezaba a entumecer mis huesos.

Mis manos temblaban y en fracción de segundos dejé caer mi libro. Al momento de recogerlo, sentí un ruido profundo entre los jardines.
Un susto subió por mi espalda, pero la curiosidad era más grande y llamativa. Me acerqué a paso lento y poco confiado, tratando de causar el menor ruido posible hasta adentrarme en los arbustos.
-¿...hay alguien por aquí?-pregunté a susurros
Nadie contestó.
Decidí dar un último vistazo pero, sólo me decepcioné al comprobar que no había nadie.

Más confiado traté de salir de entre las ramas, cuando sentí un largo brazo apretando mi cintura y una mano violenta bloqueando mis gritos desesperados.
¿acaso era un ladrón? ¿iba a morir allí?
Sentí una suave voz que susurraba en mi oído.
-quédate callado...vienen religiosos-
Obedecí y claramente, pude oír a los padres de la iglesia y algunos profesores, si me hubieran visto allí estaría castigado de por vida.

En cuanto se alejaron traté de zafarme hasta que el hombre me soltó. Torné mi mirada furiosa sobre él y sin pensar quise gritarle. Tragué saliva. Era él.
Su mirada azulina y provocadora era indiscutible.

Mi cuerpo se posaba bajo el de él, me sentía acorralado entre la espada y la pared, oía a mi corazón latir sin dejar de mirarnos fijamente, como si nada más existiera en ese segundo.

-tus ojos, son preciosos...-comentó con su voz gruesa y seductora.
Mi sorpresa fue notoria y no sabia que responder a tal cumplido. Mi respiración se agitó y traté de escapar pero él tomó mis muñecas y las apretó contra el césped húmedo.
- ¿ya te vas...?- dijo en tono desafiante.

Creo que me voy a desmayar.

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