Han pasado dos semanas desde que te fuiste, y aunque sigo mi rutina, nada es normal. Hoy intenté ir a la universidad como si fuera un día cualquiera, pero la verdad es que todo salió mal. No podía concentrarme en clase, y por más que traté de parecer normal, sentí que todos podían ver a través de mí.
Durante la lección de matemáticas, Javier me miró de reojo y susurró: "¿Qué pasa contigo? Pareces un zombie últimamente". No supe qué responderle.
Intenté concentrarme en la clase de literatura, pero fue inútil. La profesora nos habló de Dante y La Divina Comedia, y mientras ella leía fragmentos del infierno, mi mente estaba en otro lado. Cuando sonó el timbre, caminé hacia la salida sin realmente prestar atención a mi entorno. Paula me alcanzó y, con esa mirada inquisitiva que tiene cuando se preocupa, dijo: "Te ves mal. ¿Quieres hablar?". Le dije que estaba bien, que solo era un mal día, pero no era solo eso. Era todo.
De vuelta a casa, el silencio en el carro fue incómodo.
A veces me pregunto si sabías lo importante que eras para mí, lo mucho que significabas.
En casa, todo es una actuación. Ni siquiera quiero estar con mi familia. Mis padres intentan entender, pero no saben cómo. Ayer, cuando mi madre me preguntó si quería cenar, le respondí mal sin darme cuenta. El silencio que siguió fue como un puñetazo en el estómago. Vi el dolor en sus ojos, pero no pude decir nada. Mi padre se acercó después, sin decir una palabra, solo me dio una palmada en la espalda, como si quisiera decirme que estaba ahí para mí, pero también él se sentía perdido. El ambiente en casa está cargado, como si todos estuvieran caminando sobre cáscaras de huevo a mi alrededor, esperando a que me rompa o que finalmente vuelva a ser yo mismo.
Y aquí estoy, encerrado en mi habitación, en un día que no debería estar solo, escribiendo como si eso pudiera aliviar lo que siento.
Es gracioso cómo el tiempo parece distorsionarse. Ha pasado un año desde nuestra primera cita, y sin embargo, se siente como si hubiera sido ayer. Tenías esa sonrisa que parecía iluminarlo todo y aún la recuerdo con perfección.
Hoy, el dolor parece ser más fuerte. Todo en mí recuerda esa tarde. Todavía puedo sentir el sudor frío que empapaba mis manos mientras intentaba controlar mi estómago, que parecía a punto de traicionarme. Pasé mucho tiempo ese día frente al espejo, arreglando mi cabello y escogiendo la mejor camiseta de mi armario. Al final, me decidí por los jeans semi-ajustados y la camiseta gris con rayas negras. Cuidé cada detalle, queriendo impresionarte sin parecer desesperado. Estaba tranquilo, o eso creía hasta que empezó la angustia. ¿Y si no te gustaba? ¿Y si no teníamos nada en común? ¿Y si mis intentos de ser interesante resultaban torpes y sin gracia?
Te vi llegar y mi nerviosismo aumentó de forma exponencial. Estabas radiante como siempre y más hermosa que nunca, como una estrella descendiendo del cielo para iluminar mi mundo sombrío.
Me tomó algo de tiempo contemplarte. Estabas hermosa.Permíteme decirte lo que siento, susurré en mi mente, mientras tus pasos resonaban en el aire. El brillo de tus ojos le dio sentido haberme despertado temprano para intentar arreglarme y verme bien para ti. Apostaría a que el pájaro que estaba sobre la rama del naranjo cantó de admiración al verte. Y por un breve momento, tuve celos de ese pequeño ser que tenía el privilegio de verte sin restricciones, sin las barreras de la timidez y el nerviosismo que en ese momento me consumían.
Me saludaste con un beso lento en la mejilla, y mi piel se erizó casi de inmediato, como si tus labios hubieran dejado una huella ardiente en mi piel.
Quería hablarte de mis sentimientos, estaba preparado para hacerlo, o al menos eso creía. La noche anterior había practicado frente a mi espejo más veces de las que estoy dispuesto a admitir. ¿Por dónde empezar? ¿Cómo abrirme ante ti? ¿Cómo detener mis pensamientos?
Estabas preocupada por un examen que parecía importante. Podría haberte escuchado todo el día sin cansarme.
En un momento, me di cuenta de que te habías detenido. Me sorprendí al encontrarme atrapado en tu silencio. Me sonreíste genuinamente, como si quisieras descifrarme, como si tus ojos fueran llaves que intentaban abrir los secretos de mi alma.Mi corazón se detuvo, mi mente se silenció, y mi estómago bailaba al ritmo del hormigueo producido por tu mirada. Era el momento. Separé mis labios y estaba listo para declarar lo que sentía por ti, dispuesto a ser valiente y desafiar al miedo que me había retenido durante tanto tiempo.
Justo cuando me preparaba para pronunciar esas palabras, se nos acercó Luis, emocionado por algo que acababa de ocurrirle. Apareció de la nada y con ello me mataba.
Eras su mejor amiga y le diste toda tu atención, tu mirada se apartó de la mía.
Me quedé en silencio, tratando de ocultar mi decepción mientras él continuaba con su historia. Mientras hablaba, no pude evitar sentir un leve resentimiento por la interrupción. Había esperado tanto para ese momento, y ahora parecía desvanecerse en el aire, como un susurro perdido en el bullicio.
Fuimos tres en la conversación, y al poco tiempo, nos vimos envueltos en un círculo de siete personas, cada uno compartiendo sus propias cosas. Fue imposible no resistirme al impulso de morder mi uña.Me fui a clases con cierto desánimo que duró toda la mañana. Impaciente, abría tu chat una y otra vez, debatiéndome entre invitarte a salir o seguir esperando.
"¿Quieres ver algo interesante?", escribí apresuradamente.Pasó un minuto que se sintió como una eternidad y finalmente recibí tu respuesta, un simple "Quiero". Cuando sonó la última campanada, casi corrí saliendo del aula. En el camino, intenté arreglar mi cabello desordenado, tratando de parecer lo más presentable posible para ti.
Corrí. Corrí con desesperación, intentando retener mis sentimientos. Al verte, sonreí como si hubiera alcanzado la felicidad en su máxima plenitud. No me detuve a analizar la situación, simplemente te miré y pregunté con nerviosismo contenido: "¿Nos vamos?"
Tu respuesta afirmativa fue como música para mis oídos, y quise saltar y dar un grito de alegría, aunque me contuve.Aquel día fue especial, uno de esos que se graban en la memoria y se atesoran como tesoros preciosos. Al llegar a casa, mi madre me recibió abriendo la puerta, y por primera vez en mucho tiempo, la abracé con fuerza.
Mis manos temblaban cuando me despedí de ti al final. Ese beso en la mejilla que me diste fue todo lo que pensé en las siguientes horas. Quería girar y besarte en los labios, pero el miedo me detuvo. ¿Qué habría pasado si me hubiera atrevido?
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Soy Tuyo
عاطفيةHay cosas que nunca se dicen, se guardan en el corazón, propician nuestros insomnios, traen recuerdos del pasado, nos hacen revivir sentimientos olvidados y nos llevan a tomar malas decisiones.