La Casa de las Imágenes

La Casa de las Imágenes -Introducción-

Fin de siglo, pueblos que surgen a partir de sus recuerdos y otros que, como imanes culturales, cobran vida y respiran nuevos aires que inspiran a crear. Millares de almas olvidadas deambulan en las calles empedradas o entierradas, embriagan sus recuerdos afuera de las vecindades de gente persignada y prejuiciosa, pero tolerante; vuelan fuera de sus montañas para alejarse de esa trampa cruel que los condenó desde su nacimiento.En uno de tantos poblados perdidos en la espesura de la niebla, un grupo de asesinos del tiempo tuvo la idea de ponerle un techo a sus musas y paredes a sus ideas para que no escapasen o pudieran permanecer a la vista de todos; nació la casa de las imágenes.Nunca tuvo éxito alguno, la gente del pueblo prefería ver al cielo como un lienzo y a la tierra como su vida entera. Algunos tal vez preferían comerciar sin darle importancia a soñar, otros añoraban salir del agujero sin futuro, nombre con el que bautizaron a su pobre tierra.Los años pasaron y con dificultades la casa de las imágenes comenzó a aglutinar a gente inquieta, poetas de tradición oral ininterrumpida, pintores efímeros buscando inspiración, músicos soñando con tener un instrumento que no fuera hecho por sus manos, actores de la vida, todos locos.Hubo efervescencia en su cafetería y trovadores rurales (y algunos perdidos urbanos) tuvieron noches de ensueño, rodeados de musas de la calle y filósofos contradictorios; y ahí, en ese preciso lugar; entre las mesas, sillas, mamparas, atriles y caballetes, nací yo.Mi vida se volvió una espiral de humo y licor que apuntaba hacia sitios invisibles para el ojo cotidiano, se volvío una casa de imágenes, se volvió todo, y nada a la vez.El día de mi muerte, con melancolía, cerré la puerta de aquella cafetería, de aquellos animales de barro empolvados que podían contar historias, de aquellas pinturas olvidadas, de recuerdos infinitos, que continuaban tal vez, en otras calles, en otros cielos, en otras montañas...