V:
EL HOMBRE QUE NO PODÍA PENSAR
―No te acerques tanto a él. ―Con esa frase lo recibió Mayul al aproximarse a desayunar una mañana.
Dentro de la cocina se escuchaban platos y utensilios chocando unos contra otros, mientras Oasis preparaba la comida. Solían servir carne de pollo en la mañana, así que el chico se levantaba desde temprano a prepararla, luciendo una actitud laboriosa que jamás se vería en un niño de Paraíso con esas obligaciones. Al menos no uno que conociera.
―No tengo intención de hacerle daño ―respondió Irgan, escueto, buscando a duras penas no dirigir su mirada al trozo de tela colgando que evidenciaba la falta de una extremidad inferior. Rara vez recordaba ese aspecto al conversar con el chico, pero Mayul era distinta, ni siquiera parecía una mujer, si por ella fuese mantendría su creencia de que el lugar que pisaba era el mismo Infierno. Uno de verdad―. Y no parece que él quiera alejarse de mí.
―Ese es el problema, ¿qué harás cuando tengan que alejarse? Puede que tú no lo quieras dañar, pero sí los tuyos. Vienes de un lugar donde él nunca entrará, dime, ¿qué harás cuando te dirija la palabra en frente de quienes vengan a llevarte? ¿Lo despreciarás, o harás recaer sobre ti el desprecio que provocará el que le respondas? ―Hablaba entre dientes, con el ceño fruncido, al tiempo en que Irgan buscaba retazos de ideas convincentes para responder―. Nadie vive aquí por casualidad, ningún pueblo puebla un sitio porque sí. Cuando grupos de personas están aislados no es la distancia la que los desune, alguna vez alguien los separó porque la unión representaba pérdidas para alguna de las partes. ¿Crees que puedes ser amable con él y esperar a que todo salga bien? ―preguntó Mayul, al tiempo en que el hombre desechaba la idea de abrir la boca―. Si te acercas a él de la forma en que estás pensando terminarás destrozándolos a ambos.
―¿Qué hacen ustedes aquí? ¿Qué fue lo que hizo qué...?
―Pregúntale eso a tu maestro. Lo verás pronto ―concluyó la mujer. Luego, recostó su espalda en el respaldar de madera de la silla, unos segundos antes de que Oasis llegara con los platos para servir.
Él decidió que era la mejor opción, no podía confiar en las palabras de Mayul, ni siquiera en las de su nuevo compañero de tardes. Incluso si la confianza en las enseñanzas de Paraíso se volvía cada vez más turbulenta, debía esperar a su maestro para que este volviera con la versión que ya parecía olvidada, pero con la que había vivido bien durante demasiados años. ¿Cómo puede hacerte feliz algo durante toda tu vida si está equivocado? La veracidad de sus creencias estaba fundamentada en lo bien que lo hacía sentir, eso no podía imitarse, y si los habitantes de Infierno tuvieran la razón, ¿qué los había llevado entonces a quedar encerrados en medio de un desierto, mientras se repetían no estar mal? Era fácil convencerse cuando no había quién refutara su argumento; se protegían entre ellos, dependientes de la misma mentira, acostumbrándose a la maldad.
Irgan lo repitió una y otra vez hasta que comenzó a tener sentido. Al repasarlo entendía que un conocimiento no podía sustentarse solo en un punto de vista, pues entonces sería una mera percepción personal, incluso si un grupo grande lo pensaba: lo que no era puesto a prueba siempre sería cierto. Era claro que los habitantes de Infierno habían sufrido de ese mal, y solo una mente serena como la suya podía darse cuenta de ello. Mientras más lo internaba más ramificaciones alcanzaba la idea principal y, deshaciéndose de la media sonrisa que habían adoptado sus labios hacía solo unos segundos, llegó a la desconcertante ―pero inevitable― conclusión, de que su teoría recién descubierta acababa de destrozar todo lo que había aprendido alguna vez.
Una sensación de bochorno lo siguió después de terminar lo que había en su plato, y mientras deambulaba observando las construcciones de piedra. Estas, construidas a base de un patrón de redondez, imitaban hormigueros sobresaliendo entre el suelo de tierra, con pequeñas ventanas que le recordaban esos hoyos por donde las hormigas se escurrían para ir en busca de trozos de hojas o algún manjar que un incauto humano hubiera dejado atrás. Irgan no había prestado atención a la arquitectura del sitio hasta el momento, pero las escenas de las viviendas frente a su mirada le recordaban algo, aunque era seguro que nunca había estado ahí, ni en un sitio que se le pareciera.
No todo le provocaba esa sensación de familiaridad, tan solo las casas. El verde alrededor de ellas lo descolocaba un poco... Quizá era tan solo el hecho de que no debía de existir verde en un desierto, ni fuentes de agua tan enormes y frescas como de las que gozaban los habitantes. Tal vez era eso lo que tanto desprecio generaba en su lógica, tantos privilegios para los no deseados era una contradicción a la que no le encontraba sentido ni gracia.
Continuó. Rondaba por los alrededores como un foráneo sin invitación, buscando un trozo de pan para devorar; Oasis había ido a trabajar en la reparación de una casa ―al parecer, eran propensas a derrumbarse por partes― y a pesar de que extrañaba la compañía, el estar solo le permitió pensar con más calma, investigar sobre el estilo de vida que adoptaban las personas en ese sitio.
Todo eran muy distinto a Paraíso, allí las paredes exhibían grabados exquisitos, muchas veces compuestos de materiales preciados como el oro y el diamante, y existían fuentes que lanzaban chorros de agua a lo alto para que los caminantes pudiesen tomar un trago. En Paraíso todos eran hermosos, los empleados, los ricos y los niños, pues no se juzgaba algo con más rudeza que la fealdad. Lo desagradable a la vista evidencia el pecado, ya que lo bello exalta la presencia de Dios; Irgan había escuchado muchas poéticas frases sobre el tema, podría rellenar un libro con todas las que conocía.
Antes, cada que las repasaba se henchía su pecho de algo que lo hacía sentir grande, ahora, temía susurrarlas entre dientes, propenso a la crítica de quienes lo rodeaban. En Infierno su discurso sería humillado, él no representaba más que una figura con una opinión intrascendental. Prefería guardarse lo que aún respetaba de sus enseñanzas, temeroso de que le arrebataran absolutamente todo su orgullo y lo convirtieran en uno de esos hombres lánguidos, siempre contradictorios, a los que alguna vez detalló con lástima.
Al menos el arte de Paraíso era insuperable, las pinturas y escritos resultaban despampanantes en cuanto a talento y sentimentalismo se refería. Hablaban de belleza y perfección, pero también ―la mayoría, si se ponía a repasarlo― ilustraban historias sobre seres malignos, venganzas, odios o cualquier otro mal que hubiera alcanzado al hombre alguna vez. Muchos de esos trabajos hablaban de deformidades y piezas mal fabricadas, las cuales se evidenciaban repulsivas para los ojos cautos.
Irgan se detuvo al pensar en ello, y aunque estuvo a punto de ahondar en algo importante, una voz llamándolo deshizo su atención en el tema, para concentrarse en la figura de Oasis, quien se aproximaba hasta su posición, sonriendo con sobriedad. Era algo que le gustaba de él, no lo había descubierto fingiendo emotividad excesiva, defecto del que pecaban muchos en Paraíso. La gente allí gustaba de demostrarles a los demás lo perfectas que eran sus vidas.
―Vamos a bañarnos, todos están allá ―invitó su amigo, quizá con el afán de motivarlo a socializar con otros habitantes de Infierno.
Si había algo que Irgan no llegaría a adoptar de la cultura del sitio era su frecuente necesidad de desnudez. En Paraíso los baños se llevaban a cabo en privacidad, muy de vez en cuando con la pareja, pero nunca con más de dos personas. Sentir la luz del sol sobre la piel desnuda a través de la ventana ya representaba un atrevimiento, el mostrarse por completo frente a grupos, sin siquiera un techo encima, simbolizaba una escena cercana a la demencia total.
―Me bañaré en la noche ―dijo, y buscando ser más amable en su rechazo, agregó―: No me gusta la algarabía de las multitudes.
―Está bien, lo que quiera que sea que signifique eso. Esperaré hasta la noche para ir contigo.
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La sociedad de los deformes
SpiritualIrgan había mantenido conversaciones con gente de diversos países formados por agua, fuego, viento y tierra. Había visto cuerpos devorados por plagas y plagas devoradas por un mal mayor, y por tal causa creía haber visto a la mayor de las plagas, ju...