La tercera vez que despertó

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Iop!

Antes de empezar, quería agradecerles por los comentarios y los votos, me animaron mucho :D, porque no es el tipo de historia en que contemplara varios lectores, así que gracias por sus palabras.

En fin, ojalá les guste un poquito, gracias por pasarse C:


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II:


LA TERCERA VEZ QUE DESPERTÓ


La tercera vez que despertó ―de un sueño nada apacible― ya no pensaba en ángeles, ni en demonios, y su frente continuaba fresca gracias a la tela húmeda que aquel muchacho se había encargado de cambiar. Tenía el pecho descubierto, por lo que la fiebre había desaparecido casi por completo, tan solo sentía un indicio del dolor de cabeza que antes le martillaba las sienes. Experimentaba, eso sí, una debilidad cuya causa identificó en cuanto su estómago se revolvió ansioso al percibir un delicioso aroma en el aire. Segundos después de ese perfume entró el portador del platillo, quien se lo tendió de inmediato.

―No comas muy aprisa, estuviste mucho tiempo sin probar nada. Si no fueras un guerrero con tanta fortaleza no creo que hubieras sobrevivido ―platicó el desconocido (que no tenía una mano), mientras Irgan engullía el caldo en el tazón.

Degustar esa comida con tanto fervor fue la prueba necesaria para afirmar que no estaba muerto. O había resucitado.

El hombrecillo no permitió que ingiriera una segunda ronda, avisó que podría ser perjudicial.

―Tendrás que esperar un rato, después puedo servirte algo más delicioso. Soy bueno cocinando, ¿sabes?

―Cómo iría a saberlo ―contestó Irgan, observando el muñón con desagrado. Optó por apartar la vista: si seguía así no retendría su primera comida después de renacer―. ¿Dónde estoy? ¿Qué quieren hacer ustedes, demonios, conmigo?

―No somos demonios; te he dicho ya que no estás muerto.

―No estoy muerto, eso lo sé, pero estoy en un sitio rodeado de mal, eso también me es evidente. ¿Qué pecado tan cruel cometiste para que te condenaran a andar sin mano?

El joven no contestó, tampoco se molestó por sus palabras, las aceptó con la serenidad de quien se sabe merecedor de ellas, o al menos ese fue el veredicto del foráneo.

―Tú eres de los que no saben de la existencia de este lugar. ―El de cabello claro, el falso ángel, se levantó de la silla en la que antes se encontraba―. No te preocupes, vendrán por ti, pronto te explicarán sobre esto que no conocías. A pesar de que no me creas, nosotros somos humanos iguales a ti.

―¡No son humanos! ―se exaltó Irgan, resintiendo el forzar la garganta―. Que te quede claro, los humanos somos seres perfectos, creados a imagen y semejanza de Dios. Tú, que has sido marcado, no mereces definirte como uno.

Conservó un gesto tajante, repitiéndose que no debía sentirse culpable por hablar con la verdad, aun si pareciera que agredía a un ser frágil. Su maestro se lo había advertido muchas veces: los individuos más repulsivos se visten de seda para atraer a los corazones clementes. Ningún monstruo se muestra como tal esperando ser reconocido; el disfraz es el ardid preferido de los malditos.

Su discurso aprendido se detuvo en cuanto un sonido lo hizo voltearse, y apenas dio con la escena que se desarrollaba frente a él, su espalda encubó un escalofrío que le impregnó todas las extremidades del cuerpo y los confines de la mente. De nuevo se encontraba con el primer ser que había visto al despertar, ese cuyo cuerpo renegaba de una pierna menos. Irgan mantuvo una gran inhalación contenida en su pecho, buscando en vano aparentar más fortaleza de la poca que lo mantenía consciente.

La recién llegada ―hasta entonces tuvo la oportunidad de notar que era una mujer― estaba ocupada tratando de sentarse, con ayuda de su blanco camarada.

―Está bien, hijo ―habló la mayor, y acompañó sus palabras con un ademán de su mano―. ¿Qué tal el señorito? Puedo decirle a alguien que te ayude si se pone muy insoportable.

Irgan ignoró la negación por parte del menor en la sala, aunque su rostro evidenció el rojizo con que debía estar bullendo su sangre. No cabía duda de que el mal tenía demasiadas formas de presentarse y una de ellas era la siempre grosera ignorancia. No importando cuánto hubiese escuchado sobre ellos, resultaba increíble que no entendieran su posición inferior frente a alguien con gracia a los ojos de Dios. ¿Cómo podían ser tan ciegos para no advertir su innegable naturaleza condenada y rogar el perdón a quien se evidenciaba superior por mandato divino? Si bien nunca había pensado en encontrarse seres sin miembros durante su vida, no se diferenciaban en nada respecto la descripción que había aprendido de los peores hombres.

―Bien, ve a jugar un rato, debes estar cansado ―aconsejó la mujer, escondiendo un mandato tras sus palabras.

El hombre en cama no perdió su postura, podía prever una actitud mucho más agresiva por parte de ella; no estaba en posición de hacerla perder los estribos. Incluso si decidiera lanzarse en su contra no avanzaría mucho antes de que otros se interpusieran, eso sumado a que no conocía nada más allá de las paredes que lo rodeaban. Colocaría especial atención a las palabras de la vieja, en estas quizá habría algo que pudiera servirle en la situación en la que se encontraba.

―Esto ―inició la anfitriona, quien sostenía entre sus manos un broche―, esto dice mucho sobre ti. Cosas importantes.

Hasta entonces, Irgan no había prestado importancia a sus ropajes, pero le fue imposible no bajar la vista para notar que solo traía un pantalón de tela floja puesto. Su uniforme colgaba de una esquina del cuarto, y tal y como había mencionado la otra, solo con este se podían entender varios datos sobre él.

―¿Qué cosas crees que dice?

―Este símbolo solo lo usa el primer hijo de la casa más poderosa de Paraíso. Por la soberbia que respiras no creo que seas un ladrón.

―¿Cómo te atreves a... ?

―Escucha ―interrumpió la vieja―. Mi nombre es Mayul, será mejor para ti si lo aprendes. Sobre tu estadía en este sitio, tardarán unas cuantas semanas en venir por ti. Puede que parezca que estás encerrado, pero eres más bien un visitante, apenas logremos contactar con tu maestro te lo haremos saber. Mientras eso ocurre, es mejor que empieces a bajar esa frente tan ancha que tienes, soy capaz de asegurar tu seguridad ante mí y mi hijo, pero no puedo decir lo mismo de los otros habitantes del pueblo. Tú... no les pareces muy atractivo.

―¿Cómo esperan contactar con mi maestro? ―Ignoró las burdas intenciones de violentar su confianza.

―Tu maestro nos conoce mejor de lo que tú a él. ―Mayul se levantó, buscando apoyo en esos instrumentos de madera que utilizaba para sustituir el desequilibrio de un solo pie―. Sé que tienes muchas dudas sobre este lugar, sobre nosotros y, si eres listo, sobre tu maestro y Paraíso. Oasis te ayudará a responder unas, la verdad de las otras se te mostrará cuando tropieces.

―Sé lo que estás tratando de hacer, mujer. Mi maestro me ha platicado sobre ustedes, las gentes de corazón negro, siempre buscando obscurecer también el camino de otros. No creas que por haber vivido en el Paraíso no he oído hablar del Infierno.

Mayul abrió la puerta sin devolver como respuesta más que una mirada de infinita compasión. Una mirada anciana, nada rencorosa.

Irgan escuchó la puerta cerrarse. Aun sin la presencia del odioso ser, una oscuridad aterradora pobló su interior.

La sociedad de los deformesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora