Ángel sin cielo

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VIII:

ÁNGEL SIN CIELO


Irgan entró a la habitación preparada, cerrando la puerta tras de sí después de pasar. Su mano continuó asiendo la cerradura mientras que su maestro se desabrochaba los primeros botones de la camisa y se deshacía de sus zapatos. Estos, cargados de arena, fueron lanzados sin delicadeza hasta una esquina, dejando una leve estela de polvo en el camino. Su dueño bufó al ver aquello, pero tampoco se tomó la molestia de levantarse a arreglarlo. No parecía que su maestro fuese capaz de dar un paso, se miraba agotado, con una mueca de desgaste grabada en su rostro. No era difícil presentir el porqué: aun con un plan y provisiones, además del entrenamiento que todo guerrero debe llevar, caminar durante varios días por medio de un desierto con un clima tan árido, resultaba una labor por completo fatigosa.

Y aun así, él lo había hecho para rescatarlo.

―¿Se encuentra bien? Ha de haber sido un viaje agotador.

―Por supuesto, muchacho ―suspiró―. Sospecho que lo agotador aún no termina, y es mejor dejar todo en claro. Hubiera podido aplazar esta plática, pero no me gustó lo que vi ahí afuera, lo mejor será despejar esos enigmas en tu cabeza antes de que estallen dentro.

―¿Qué fue lo que no le gustó, maestro? ¿Qué quisiera presentarle a alguien? ―interrogó con molestia, no sin olvidar la forma despectiva en que Oasis había sido rechazado.

―Eso y otros asuntos, pero creo que tienes preguntas más importantes, y yo tengo todas las respuestas. ―El rostro ya viejo del hombre se giró hasta toparse con el de su aprendiz―. Recuerda, no importa cuán potente creas que es la luz de tu sabiduría, no puedes alumbrar todos los caminos tú solo. A veces es bueno esperar a que alguien responda por ti eso que te importuna.

»Para hablarte sobre esto tengo que comenzar con el relato del nacimiento de Paraíso, el cual conoces a la perfección. Sabes que hace cientos de años un visionario único engendró en su mente la idea de un lugar sin defectos en la Tierra, y de este pensamiento nació lo que hoy conocemos como Paraíso. El sitio es justamente lo que su nombre indica, allí no hay maldad, no problemas que agobien, ni escenas desagradables a la vista. Todo debe ser blanco y hermoso, justo como una imitación, humana, claro está, de lo que alguna vez obtendremos por medio divino. Para llegar a esto, sin embargo, deben hacerse sacrificios necesarios. Si queríamos nuestro Paraíso en la Tierra teníamos que despojarnos no solo del pecado, también de quienes lo portaban.

»A pesar de ser un sitio tranquilo sabemos que es importante poseer un ejército y capacitar a nuestros guerreros, de otra forma no podríamos proteger el hogar de Dios que hemos sido capaces de edificar y mantener. Y durante las guerras los hombres regresaban maltratados, en cuerpo y alma, pero había quienes ya no eran los mismos: ya no tenían derecho a entrar a nuestro Paraíso. Durante el tiempo que pasaban fuera se vencían al pecado, y Dios los castigaba de varias formas: con la muerte o con la deformidad.

―¿Me está diciendo que los primeros habitantes de Infierno fueron hombres que lucharon en la guerra para proteger a Paraíso? ―Irgan jamás había impregnado de desprecio su tono al dirigirse a su maestro, pero en esa ocasión su sangre hirvió y tuvo miedo del alcance de su furia.

―Originalmente Infierno (aunque no le llamábamos de esa manera horrorosa, por supuesto) se creó como un refugio para quienes quedaban atrapados en el desierto o para crear una línea de escape, como has hecho tú, aún sin saberlo. Con los años y los cambios fue deformándose. ―El hombre notó el enjambre de emociones negativas en el rostro contrario y prosiguió―. Irgan, todo lo bueno ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. La deformidad es el castigo de la anti naturalidad, quien la posee ha recibido la marca, no importando si está le fue otorgada antes o después de nacer. ¿Es que no vez la lógica? Es una señal, Dios quiere separar lo correcto de lo incorrecto, como una vez hizo con el día y la noche. Muchos de los hombres que viajaron volvieron a salvo, pero otros se rindieron, y era nuestro deber cortarles el paso.

La sociedad de los deformesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora