No hay rosas blancas

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Este es, en realidad, el comienzo de El color de las rosas. Vamos, que hace dos años que la subí a mi blog y es hoy cuando la subo a Wattpad. Fue un regalo muy especial para mi hermana, amiga... y un largo etcétera, Carla -que se merece esto y muchísimo más por parte mía-. Mi blog me desquicia a veces y creo que subir esta historia aquí me dejará de traer tantos quebraderos de cabeza con las correcciones y detalles que le vaya cambiando. Ahora os dejo con este, uno de mis más especiales relatos...

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Yo estoy hecho para hacer el mal, no para anhelar a una simple mortal. No estoy aquí para cultivar mi devoción por ella. Sin embargo, se plantó frente a mí, regia y altanera, queriendo doblegar mi objetivo. No, yo sólo quiero hacer el mal. Yo sólo quiero arrastrarla junto a mí. Entonces ¿por qué me frustra verla en los brazos de ese mindundi? ¿Por qué verlos retozar hace hervir mi sangre? "Sólo es deseo", me intento convencer. Lo que sé es que me va a encantar, me va a gustar mucho llegar hasta ella y arrebatarle lo que cree que es su felicidad, brindarle lo que realmente desea...

... A mí.

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No hay rosas blancas.

Elisabeth terminaba de buscar algo frente a la puerta de su departamento cuando sintió aquel escalofrío, insignificante para ella, ya que tenía algo más importante por lo que preocuparse en ese instante. Luchaba por que no se le cayera nada de lo que sostenía en sus brazos. Llevaba el bolso, las compras, el paraguas, las llaves del maldito coche ¿y qué más?: un jarrón de considerable tamaño. Para las flores, esas flores que adornaban su dormitorio con gracia. El día anterior, el tarro que las sostenía aterrizó descomponiéndose en mil pedazos. Sin querer, Matthew lo había tirado al pasar por la cómoda poniéndose su chaqueta y necesitaba algo que las sostuviera de nuevo.

Cada día, ese, su perfecto novio -como así lo consideraba-, le regalaba rosas naranjas, con la excusa barata de que, donde las compraba, nunca las había blancas. Pero, ¿de dónde había sacado que le gustaban las rosas blancas? En realidad ella las odiaba. Se suponía que su relación se basaba en la confianza adquirida a través de los años, al fin y al cabo, fueron amigos mucho antes de ser pareja y decidieron salir juntos desde hacía más de dos años -¿o ya habían pasado tres?-, la cosa era que deberían conocerse a la perfección el uno al otro ¿no? Sin embargo, aún se sentía confundida por esos pequeños detalles. ¿Por qué le molestaba tanto el descuido matutino de su pareja? O peor aún ¿por qué jamás le había aclarado que las rosas blancas le asqueaban?

No hay rosas blancas.

Y de nuevo aquella estúpida sensación. Estaba loca. Hacía como tres meses que comenzó a sentir aquellas cosas extrañas: como notar que alguien la observaba o escuchar susurros cuando más apresurada estaba. Completamente loca, se proclamó al contarle a Matthew. Este, lógicamente, le explicó que quizás era el estrés, que necesitaba descansar más o premiarse con unas buenas vacaciones. Lo más seguro es que tuviera razón y, como niña buena, anotó mentalmente su consejo.

No hay...

Hizo oídos sordos. Ahora sólo necesitaba hallar las llaves de su casa, tarea imposible para alguien con prisas como ella. Lo único que le faltaba es que se le hubieran olvidado y tener que esperar a Matthew, que no tendría ningún problema de salir del trabajo, correr y socorrerla en cualquier problema. No obstante, Elisabeth no quería depender completamente de él y su amabilidad, en fin, que no quería tener que llamarlo para una estupidez así. Él se ocupaba de sus asuntos y, al igual que ella, se sabía cuidar solo. Por lo que no lo iba a molestarlo en balde, eso era responsabilidad suya, aunque estaba segura de que algún día perdería la cabeza.

El color de las rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora