Capítulo 1.

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Nuestra vida no era exactamente una cosa fácil de sobrellevar, no se sobrellevaba, más bien, se sobrevivía. Imaginad por un momento que os toca una vida así, lejos de comodidades y caprichos, sin ordendores, sin móviles, sin techo, sin comida, y con una camiseta medio deteriorada por el paso de los años que encima te queda tan pequeña que apenas deja circular la sangre, como si te pusieras una goma muy apretada en un dedo y te pasaras así un día entero, no creo que durase demasiado.

Cuando llega la noche, absolutamente todo se transforma. Mi madre desaparece, supongo que para al menos ganar 5 dolares para comer, o a veces incluso menos. No creo que deba explicaros en que trabaja, de todas formas, mi madre no es alguien de quien esté muy orgullosa de hablar.

Vivimos en Brownsville, uno de los barrios más peligrosos de Brooklyn y también, el único sitio donde nos aceptan. Aquí se podría decir que ha habido de todo; asesinos, camellos, prostitutas, ladrones, sin techo, ocupas, miles de personas que se han entregado a la droga... Para gente como nosotros, la vida es todo lo que tenemos, digo la vida, porque a nosotros ya nos hemos perdido. Mucha gente mataría por un trozo de pan, y lamentablemente, no es una expresión, es la realidad. Si la vida en la calle ya es dura, imaginaos vivir en un sitio donde en cualquier momento podrían clavarte una navaja y acabar con tu miserable vida.

Teníamos la suerte de que era verano y por lo tanto no se estaba tan mal en la calle, cuando llegaba el invierno, nos veíamos obligados a ocupar uno de los tantos edificios abandonados si no queríamos morir congelados.

Durante el día, la gente hacía su  vida normal. Mamá se quedaba en una esquina de la calle completamente drogada. La gente que le vendía a mi madre también lo intentó conmigo, incluso intentaron que me uniese a su oficio de camellos, llegué a pensarmelo. De los 5 euros que ganaba mi madre 3 era para droga, los 2 sobrantes, me los daba a mí. Ella se atiborraba a comida por las noches, yo sin embargo, no solo tenía que alimentarme a mí, también a Eddie. Era como mi hermano pequeño, mataron a su madre hace dos años y lo encontré en un parque con su ropa llena de sangre y desde entonces vive con nosotros, la policia investigó su muerte, sin embargo, están para hacer el paripé y enseñar su plaquita, pero a la hora de la verdad son unos completos inútiles, incluso muchos de ellos encubren a los camellos, y por su puesto, a cambio de su protección, se llevan un par de pastillas.

¿Yo? Yo robaba, no siempre, solo cuando mi madre se gastaba 'sus ahorros' en droga. Robaba por necesidad, yo podía vivir sin comer un par de días, pero no quería que Eddie tuviera más problemas de los que ha tenido ya, quien sabe donde estaría ahora si no le hubiera encontrado aquel día...

-Maya, tengo hambre- Dijo acurrucandose en un par de periodicos antiguos y cajas de cartón

-Lo sé, Eddie, falta poco para que vuelva mamá.

-Maya, yo podría trabajar, podríamos conseguir dinero y marcharnos de aquí.

-¿Y a dónde iríamos, Eddie? No pienso permitir que te entregues a las drogas, no puedes regalar tu vida así como así.

-Pero Maya, si consigo un poco de dinero podríamos...

-No, Eddie, no hay más que hablar. Además, la vida allí fuera es incluso más dura, aquí la gente nos conoce y por lo menos no se atreven a darnos una paliza.

Suspiré, realmente cansada. No era la mejor vida, pero era todo lo que teníamos. Después de unas horas, mamá llegó, con su ropa destrozada y completamente borracha.

-Maya, que guapa estás, ¿Cuándo has crecido tanto? -Dijo intentando mantener el equilibrio.

-Crecí mientras tú desaparecías.

-Tan dura como siempre- Sonrió.

La tumbé en una de las cajas, junto a Eddie, rebusqué en su ropa interior con la esperanza de encontrar algo de dinero, sin embargo, lo único que encontré fue droga, diferente esta vez, jamás había visto ninguna de ese tipo, supuse que se había gastado todo el dinero para conseguirla.

Comencé a caminar por las calles, las farolas a penas funcionaban, de modo que la luna era lo único que me hacía saber por donde pisaba. Divisé un mini supermercado que solía frecuentar cuando ocurrían estas situaciones, cuando mi madre se olvidaba que tenía dos bocas que alimentar, cuando la calle la consumía hasta que se olvidaba de que era humana. Miré a mi alrededor, comprobando si había alguien a la vista, aunque en realidad, si querían saber quien había en la calle, solo tenían que asomarse, estaba totalmente al descubierto, sin embargo, era mi única opción.

Entré por un pequeño callejón que rodeaba el supermercado y rebusqué entre los arbustos que decoraban la puerta trasera para encontrar la llave de nuestra salvación. La tienda tenía un sistema de camaras que cuando notaba que alguien entraba o que simplemente la puerta se abría, grababa la escena hasta que alguien la reiniciaba. Abrí la cerradura y pegué una patada para que se abriera. Rápidamente, descolgué la rendija que había en la pared, cerca del suelo. Era un conducto lo suficientemente grande como para que una persona entrase en él. Poco a poco me introduje en el conducto, topandome con una nube de polvo que me hizo toser. Juro que odiaba a mi madre en esos momentos. Cogí el cuchillo que llevaba guardado en el pantalón e hice como un tipo de palanca en la rejilla, esta cayó al suelo causando un chirriante sonido que cualquiera que estuviera cerca podría haber oido, debía darme prisa.

Me asomé para asegurarme de que las cámaras habían cumplido su objetivo, y sonreí ante su simplicidad, la tienda estaba a oscuras excepto por la luz intermitente de las farolas de la calle, y eso solo hacía más difícil mi misión. Miki, la rata que vivía en el conducto, me miraba espectante.

-No te chives- Susurré guiñandole un ojo. Las ratas se habían convertido en la compañía más agradable que se podía encontrar por estos barrios.

Salí con un poco de dificultad del conducto, chocando contra el suelo en un intento de actuar con rapidez. Me levanté como pude, sacudiéndome el polvo de los pantalones y observé la tienda con cierta cautela. No dejaba de ser un riesgo que no me gustaba afrontar, si alguien me veía, llamarían a la policía, y son gente con la que no me apasiona toparme, los desprecio con todas mis fuerzas.

Caminé lentamente, intentando no causar ruido ni hacer movimientos bruscos.

Llegué a uno de los estantes de comida y encontré un par de patatas fritas y algunos dulces. De las neveras cogí un par de refrescos y algunos sandwitches, lo metí todo en mi mochila y volví a donde estaba el conducto. De repente, una luz brillante se coló por una de las ventanas, mi corazón comenzó a latir muy fuerte, tenía que salir de allí. Mientras me colaba por el conducto con la mochila en la espalda, escuché como alguien intentaba abrir la cerradura de la puerta delantera. Salí y cerré la rendija con gran nerviosísmo, mi respiración se aceleraba por momentos, tenía que darle la comida a Eddie, tenía que hacerlo. Desde fuera escuché como la puerta se abría.

-Sé que estás ahí, rata inmunda-Decía la voz de un hombre con tranquilidad pero sin controlar el tono de su voz, que amenazaba con ponerse demasiado alto como para pasar desapercibido.

Caminé poco a poco hacia atrás, girándo la esquina, tenía miedo, algo que me había acostumbrado a tener todos los días. Mi respiración agitada delataba mi paradero, así que huí, cogí un trapo que tenía en mi mochila y comencé a correr, lo coloqué sobre mi cabeza de modo que nadie pudiera ver mi cara. Escuché gritos al fondo y pasos que comenzaron a ir más y más rápidos, yo no podía pensar en nada más que Eddie, era la única razón por la que seguía aquí, era mi responsabilidad.

Sabía que esa persona me seguía, y comencé a callejear, no sabía a donde iba, y tampoco me importaba, solo corría y corría, y entonces todo paró, dejé de escuchar los pasos y miré a mi al rededor, había llegado a la autopísta, a mi vía de salida de aquel lugar, no había nada en las afueras más que una gasolinera y una parada de autobús. Recordaba este lugar, era el único sitio donde podías relajarte y olvidarte de ese mundo, pero por más que soñaba con salir de allí, sabía que no podía, sabía que estaba atrapada allí y que nada ni nadie podría cambiarlo, o al menos, eso pensaba.

Pasé el resto del tiempo intentando volver a 'casa' faltaban pocas horas para que amaneciera, aunque el cielo seguía siendo un mar de oscuridad. Ni siquiera las estrellas se veían aquella noche.

Después de mucho andar, llegué allí, a nuestro pequeño callejón, con nuestras cajas de cartón y con nuestras vidas.

-Eddie, he traido comida- Dije rebuscando en la mochila.

Pero cuando levanté la mirada...

Eddie ya no estaba.

Cuando todo acaba.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora