Las vacaciones estivales

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Las vacaciones estivales son el recuerdo que Malta no puede eliminar de su cabeza de mujer adulta repleta de traumas de la infancia, por supuesto eso, ella lo ignora. Es un rumor emocional que siempre ha estado presente en su mente, instalado cómodamente en una nebulosa neuronal que se enciende con el "clic" del interruptor circunstancial adecuado. El sexo.

Malta no puede dejar de mantener relaciones sexuales. No desde que, en esos veranos paradisíacos, visitaban un mes entero el pueblo de los abuelos. Su primer recuerdo es de una muy temprana edad. Puede verse a sí misma tumbada sobre la cama del cuarto que, para ella, preparaban sus amados abuelos. Puede ver a su tío, un joven y guapo muchacho hermano de su madre, tumbado a su lado. Puede ver sus piernecitas abiertas. Siente la mano de su tío acariciar suavemente su "cosita" (así le llamaba mamá). Huele el aliento del joven como si estuviera presente. Abre los ojos y ve nítidamente a su tío tocando sus propias"partes feas" (también las llama así mamá). El cuarto huele a moho, ¿o es su tío?. La siesta era el momento. Tío Pablo se ofrecía a dormir a la nenica, siempre. Las siestas duraban dos horas. Y Malta acababa durmiéndose con las caricias. Porque eran caricias. Pablo la quería a rabiar. Era su padrino. Le regalaba todas las cosas que ella deseaba en sus cumples y en su comunión le regaló un "I Par Air 3" blanco. El blanco parece ser el color de la pureza, pero quién sabe...

Al los doce años Malta dejó de ir al pueblo. Su tío Pablo se había casado con una mujer bastante mayor que él. Ironías de la vida, un pedófilo con mujer que le sobrepasaba más de diez años en edad. Pero ésto es lo que él necesitaba para que su perversión sexual se mantuviera oculta. ¿Cómo alguien podría sospechar nada de él?

Los abuelos habían fallecido un par de años antes. Uno tras otro casi sin solución de continuidad. Y Malta lloró. Pablo se olvidó, literalmente, de ella. Y Malta lloró. Sola, en la oscuridad de sus noches repetía el nombre de su tío. Porque ella quería a ese hombre. Parecerá que el Síndrome de Estocolmo es algo irrelevante, inexistente... pero no, es algo habitual, normal, cotidiano, cercano a cada uno de nosotros en mayor o menor medida.

"A esta niña le pasa algo"

Y su madre dio la voz de alarma porque la cría lloraba mucho por las noches, y aunque se levantaba bien por las mañanas, los sollozos se podían escuchar porque en ocasiones eran irrefrenables. Una congoja que helaba un tanto la sangre de su madre e irritaba a su padre.

Porque su padre creyó reconocer los signos del enamoramiento adolescente y pensó que andaba detrás de algún muchacho del instituto. Intentó aconsejarla:

"Malta no llores por un hombre jamás, los hombres somos unos seres egocéntricos, no sufras hija"

Malta le miraba con grandes ojos color chocolate, con párpados hinchados y rojos, con lágrimas en sus mejillas, con sollozos incontenibles.

"Papá sí que lloro por un chico al que quiero mucho"

Pero, a pesar de los consuelos de sus padres y de sus atenciones amorosas y comprensivas, Malta bajó de rendimiento escolar. Suspendió repentinamente varias asignaturas. La tutora les citó para hablar del tema... La chica estaba sola y abatida en el Centro Escolar. ¿Había ocurrido algo en el ámbito familiar que justificara ese cambio de comportamiento? Podría ser algo que hubiera pasado desapercibido para todos, algo que ella hubiera ocultado, algo imperceptible a simple vista.

Ambos padres no se lo explicaban. No era normal. Nada ocurría en casa. Y lo del enamoramiento juvenil perdió fuerza explicativa para la tutora y para los padres cuando Malta les dijo:

"Echo de menos al tío Pablo"

Papá y mamá se miraron aterrados.

Asteroidea y amén. #PromocionaTuNovelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora