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I

Pasaba su mirada por el rostro de él admirando cada pequeño detalle. Le encantaba sentarse a observarlo de manera minuciosa. En silencio. Mientras fumaban. Mientras hablaban. Mientras él se perdía observando el cielo o la tele. Mientras él escribía o anotaba algo en su cuaderno. Empezaba por sus ojos, ¡y cómo adoraba aquellos ojos pequeños! Después su mirada seguía bajando por su nariz larga y redonda y a continuación su mirada seguía hasta su boca de delgados labios y sonrisa gingival.

Adoraba la forma en la que hablaba, la forma en la que se movía, la forma en la que fumaba su cigarrillo, la forma en la que manifestaba sus pensamientos. Se trataba de una personita simple y calma. Adoraba todo en él, era muy difícil encontrarle algún defecto a parte de su orgullo incesante y su negación a mostrarse completamente vulnerable.

Tenían una linda amistad, mejores amigos o no, compartían una relación demasiado íntima. Sus interacciones eran tan poco complejas... disfrutaban pasar el mayor tiempo posible juntos. Muchas veces ella lo llamaba a la madrugada y lo despertaba para ir a su casa o salir a caminar o a andar en bicicleta. Capaz se encontraba cada uno en una fiesta con sus amigos haciendo algo y les llegaba un mensaje del otro pidiéndole un cigarrillo o simplemente juntarse en la plaza para apreciar el cielo y la música. Su relación rozaba fuertemente el compañerismo. 

- Nos conocemos desde hace siete años ¿te diste cuenta?- le preguntó ella dejando de mirar la tele para verlo ahí sentado a su lado en el sillón con el semblante serio y los ojos semi cerrados. Estaba inmóvil, concentrado e inmerso en lo que estaban dando en aquella vieja televisión. Renzo no era alguien a quien le importaran ese tipo de cosas, o por lo menos, no solía demostrarlo. Muchas veces la gente lo malinterpretaba y lo consideraba una persona fría, desinteresada y apática.

- Ocho en realidad, tenías doce cuando nos conocimos- le contestó haciendo que la muchacha se sobresaltara un poco. 

Después de eso no volvieron a hablar, se concentraron en terminar de ver Desayuno En Tiffany.

Esas eran las cosas que a él le gustaban de ella y de pasar tiempos juntos. No era una mujer complicada o lo que socialmente (algo erróneo y machista) se considera como histérica. Era simple y sabía un montón, aquello último le encantaba. Siempre lo sorprendía con algo nuevo o siempre tenía una nueva historia que contarle. A veces se quedaba horas escuchándola hablar de unos ensayos científicos que había leído por pdf una madrugada algo borracha y aunque no escuchaba cada palabra que salía de su boca, disfrutaba verla hablar de forma pasional. 

- ¿Te quedas a dormir?- le preguntó la morocha parándose para traer algo de comer.

- No lo sé- pausó algo incómodo- Alana está en casa esperándome.

Kalista no le dijo nada. Volvió con un plato lleno de comida chatarra, se lo entregó en silencio y él agradeció que no le preguntara acerca del tema, aunque conociéndola, tarde o temprano lo haría.

- Las cosas con Alana cada día están mas jodidas- le contó unos segundos más tarde cuando se encontró con ganas de hablar.

Kalista sacó sus cigarrillos y antes de ofrecerle alguno lo hizo pararse, agarró el plato y se dirigió a su balcón que quedaba a unos metros del sillón.

- ¿Sos feliz?- le preguntó la chica completamente sumida en sus pensamientos cuando ya se habían sentado en el piso del balcón. Ella fumaba a un lado, el plato estaba en medio de ambos y él simplemente se había limitado a sentarse ahí, con el semblante serio y el ceño fruncido.

Renzo no le contestó porque sabía que no podía hacerlo. ¿Qué iba a decirle, que si cuando en realidad era un infeliz? Con su vieja a punto de morir internada en el hospital y su novia controlándole la vida, con quien podía o no juntarse. Su deseo de escribir y hacer música habían disminuido por completo, su trabajo en el call center no hacía más que generarle ganas de no levantarse de la cama nunca más y para colmo, sus mejores amigos estaban rehaciendo sus vidas en otros países o casados haciendo vida de hogar. No le iba a decir que era un tipo feliz.

La morocha se dio cuenta de que él no quería hablar del tema así que cuando terminó su cigarrillo y lo tiró por el balcón, se acercó lo suficiente a el para abrazarlo por los hombros y atraerlo a ella.

Lo abrazó dejándolo lagrimear en su hombro sin decirle nada y haciendo como si no se hubiera dado cuenta de que estaba llorando. Renzo apreció el gesto de dejar pasar eso por desapercibido. Kalista sabía que el muchacho simplemente odiaba llorar en frente de cualquier persona. Al ser hombre y crecer en una sociedad como la suya era normal terminar creyendo que llorar era signo de debilidad.

- Quiero que cuando vaya a ver a mi vieja dentro de unos días me acompañes, dice que te extraña.

- Yo también la extraño.

MAÑANA ES MEJOR.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora