Ella camina despacio, su corazón no aguanta más carreras.
Aún no entiende nada. No puede pasar página de algo que no ha vivido, por muy nítido que lo sienta.
En el espejo, se ve igual. Y eso le molesta. Ella es de las que creen que un cambio por dentro debe reflejarse por fuera, también.
Agarra unas tijeras, de esas que lleva utilizando media vida para hacer manualidades, pero no le importa. Uno a uno, mechones de pelo se van deslizando por su espalda, por su tripa, hasta terminar en las baldosas níveas del baño. Termina con media melena, a trasquilones.
Al menos, algo ha cambiado ya.
Se asoma a la ventana. Últimamente, es su ejercicio favorito. Ya no sale a correr, y no quiere ni hablar de meterse en un gimnasio. Al fin y al cabo, esa temporada ya estaba perdida.
Se fija en las personas. La mayoría ocupadas, irritadas, impacientes. Ella no quiere ser así de nuevo. Esa es una de las razones por las que no sale de casa.
Echa un vistazo al edificio de enfrente, pero se obliga a volver la mirada al suelo. Concentrándose en la muchedumbre.
Pasa un niño, y, aunque sepa que el corazón nunca deja de latir, en ese momento juraría que le dejó de llegar sangre a las venas.
Y los recuerdos le llevan.
ESTÁS LEYENDO
Todo lo que no vivimos.
RomanceNo todas las historias de amor terminan bien; algunas, ni siquiera comienzan...