El cuento de Melián

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Ésta, es la historia de una chica, la historia de muchos, la mía, y quizás, también la vuestra. Dejadme que os cuente...

Hace ya muchos años, en un reino lejano y perdido de Occidente cuyo nombre no salía en los mapas, nació una niña. Algunos recuerdan su nombre en otras lenguas, otros la llaman "La primera", pero su verdadero nombre, era Melián. Desde su nacimiento, fué una niña más, con la piel suave, rosada y tierna que era agradable de acariciar. Vestida de lino blanco y con unos ojos azules que hacían sonreír a cualquiera, se combirtió en la criatura más graciosa que había visto el pueblo. Muchos, incluso se ofrecían a cuidarla en sus primeros meses. Y así, arropada por todos y con su sonrisa imantada, Melián fué creciendo hasta alcanzar la edad de quince años. Hija de artesanos del gremio del cristal, decidió seguir con la tradición de su padre y tomó el relevo del negocio familiar. No le costó demasiado aprender lo que había visto hacer a sus padres una y otra vez durante toda su vida. Su madre le solía decir que era un trabajo delicado, y que requeria de paciencia y practica, pero nada de eso le faltó a la pequeña de la familia para dominar los secretos del cristal. Aprendió las recetas de los cristales simples y las de los más complejos; Incluso sorprendió a su padre planteándole alguna nueva que acabaría funcionando. Contó en segundos todos los suspiros que debía soplar de más para convertir un vaso en un plato, y nadie jamás pudo negar que servía para eso. Un buen día, de mañana soleada y atardecer sin nuves, alguien llamó a su puerta. Era un hombre fornido que montaba un caballo de raza pura. Le dió una carta y se marcho sin decir más. Sorprendida y sin etender del todo lo que acavaba de suceder, abrió la carta estratégicamente doblada y empezó a leer. Su rostro pálido se volvió rosado al saber que el Rey en persona le pedía un encargo que, decía, sería especificado en su cita a palacio al día siguiente. Melián, se quedo sin palabras. ¿Qué podía querer el Rey de su modesta familia? Estaba impaciente, nerviosa, con ansias de saber de una vez qué le hacía tan importante para que el Rey, propietario de todas las tierras que sus ojos podían alcanzar, se pusiera en contacto con ella, una simple y humilde artesana. Así que al día siguiente, se levantó más pronto que los panaderos e hizo todas las tareas, al fin de poder compensar las horas que estaria atendiendo la petición de su majestad. Le hubiera gustado poder lucir un vestido bueno, pero ninguno de los que poseía lo era realmente, así que se resignó a ir con el último que le había hecho su madre, de color azúl, como sus ojos. Se recogió la larga melena castaña en un moño y se lavó la cara más veces de las que eran necesarias. Se llevó la carta en el cesto junto a ella, y empezó a andar hasta llegar a la muralla. Grande, de piedra, robusta, alta... No podía imaginar nada en el mundo capaz de derribar una construcción como ésa. Los guardias abrieron la puerta a su paso después de mostrarles la carta que contenía el sello real. Al llegar a la entrada un paje la acompañó por los pasadizos de esbeltos techos y paredes cubiertas de cuadros preciosos hasta una sala grande y ámplia, donde el Rey la esperaba sentado en un sillon de elegantes telas burdeos y aparente tacto de terciopelo. La charla fué breve y clara. Liren, el hijo del Rey, se casaba con la princesa de un reino vecino y como regalo de bodas quería sorprender a todos con una vajilla de primeríssima calidad roja, honorando el color del escudo real. Así pues, Melián fué enviada durante unos días al reino vecino, bajo petición del Rey, con el objetivo de comparar su tarea con la de los demás artesanos y aprender nuevas recetas. Incluso se le había dado permiso para, en caso de necesitarlo, poder comprar materiales que le fueran imprescindibles. Paseó por todas las calles: Las grandes y fluidas, las estrechas y malolientes, hasta que al fín, dió con la primera cristalería. Después la segunda, y la tercera. Hasta que no hubo más vendedores de cristal por descubrir. Todas las piezas que pudo contemplar no eran nada nuevo para ella, así que se resignó a seguir andando sin rumbo por la ciudad y disfrutar del ambiente festivo que presidía una gran boda. Entró en una librería, donde le inundó los pulmones un olor fuerte a pergamino y tinta, y dedicó un rato a hojear un libro de ilustraciones detalladas y caligrafía impecable que parecía proceder de algún monasterio antiguo. Entró también en un establo, para comprobar el precio de un caballo. Con eso podías intuir mucha información: si los caballos de silla eran muy caros significaba que había muchos nobles en la corte que podían permitírselo, y que pensaban ir a la guerra en breves, si los burros eran caros, la agricultura iba mal, la población era pobre, y finalmente, si los caballos de tiro eran buenos, eso significaba que la economía estaba destinada a subir. Era una idiotez quizás, pero con este simple detalle se podía saber si era combeninente o no invertir en esas tierras. Antes de volver a la posada donde se alojaba, entró en un negocio familiar un tanto extraño, ni siquiera tenía un rótulo para anunciar lo que vendían. El local era grande y mal iluminado,un tanto tétrico y con los productos desordenados. Entre estanterías vió algo de cristal que ella jamás había logrado, vió un espejo. Se quedó varias noches hablando con los artesanos y al fín consiguió hacerse con el secreto. Un revestimento con polvo de plata era lo que daba ese acabado reflejo tan especial.
Después de volver del largo viaje a su reino, Melián estaba impaciente por poner en práctica lo que acabava de aprender. Al día siguiente empezó a modelar la bajilla del Rey, concretamente todas las copas y vasos de los cien invitados que asistirían al evento. Al cabo de unos días de sólo hacer copas, no pudo resistirse de sacar el polvo de plata: "serà lo último que haré hoy" pensó. Al anochecer, salió la Luna y la encontró con una lámina redonda y plateada. Ése fué su primer espejo. Le gustó, y después de ese quiso hacer otro, pero recordó que era mejor dejarlo para otro día. Lo que no sabía era que después de esa noche ya no fabricaria nada más. Ni espejos ni cristales, ni copas. Nada más. Se quedó un rato observando el espejo asombrada por cómo un primer patrón le había quedado mejor de lo que imaginava. Esa noche, al acariciarlo, sin darse cuenta, su mano travesó la fina lámina de reflejos oscuros. Notó algo frío, y vió un paisaje, vió como nevaba. Igual que en el pueblo en invierno, lentamente, posandose en todo lo que encontraba, como un manto blanco e imperturvable. A los dos segundos, como si lo hubiera hecho sin querer, volvió a sacar la mano del espejo. Se miró la mano y la frotó junto a la otra notando a su vez el frío de la superfície de la piel de una, caliente en la otra. ¿Que era eso? El artesano del reino vecino no le había advertido sobre ese posible error. Se fué a dormir sin conseguirlo realmente, pensando que estaba cansada y seguramente habrían sido alucinaciones. Esa noche tubo pesadillas.
Al día siguiente en solo despertarse fue a por el espejo y se lo quedo mirando. Se lo mostro a algunos clientes y todos lo admiraron después de lamentarse por el excesivo precio,pero ninguno notó nada extraño. Melián veía cosas al otro lado, todo el tiempo. Como un paisaje cambiante y a la vez imperturbable,precioso, delicado, con seres extraños, mágicos que jamás había imaginado, actuando como si ella no existiera. Pero nadie más lo lograva. Solo ella. Pensaba que se estava volviendo loca. Pasó dias sin comer ni trabajar, noches sin dormir y aún así no podía quitarse de la cabeza lo que había sucedido. La semana siguiente le pidió al Rey una pluma y tinta con el pretexto de disenyar los platos del banquete, ya qe eran materiales lujosos que ella no se podía permitir.

Durante todo ese periodo de tiempo, Melián decidió escribir lo que veía. Relatarlo, contarlo, guardarlo por escrito.

Al enterarse del engaño y de que el encargo no estaba acabado, el Rey se enfadó y ya que su orgullo seguía intacto, quiso recuperar las hojas de papel. Sin más remedio, Melián se las entregó, y como castigo fueron leídas en público, delante de todo el pueblo,como forma de humillación. Pero Melián no sintió verguenza, solo satisfacción. Por fin escucharían sus relatos. El día de la lectura la gente acudió a la plaza por obligación real más que por interés. Les sorprendió lo que oyeron, y puede que muchos recordaran ese relato el resto de sus vidas, incluso que lo contaran clandestinamente a sus nietos. Pero al finalizar el relato, la gente no pudo reconocer lo mucho que le gustó, ya que hubiera sido oposición al Rey y habrían sido castigados. Después de eso, Melián fué desterrada del reino. Antes de irse, rompió las cien copas que ya había acabado y pulido. Su casa y su taller fueron quemados posteriormente. Los que contaron estas hazañas diciendo que apagaron el fuego de su hogar os habrán contado también que una luz roja brillava de entre las paredes, como si las estrellas se hubieran tintado de sangre y hubieran muerto arropando los humeantes muebles de su casa. Eran los cristales de la vajilla hecha pedazos, que aún el humo y las llamas brillavan. Nadie supo que decir al principio, pero después, como siempre, se extendieron los rumores. Unos decían que era bruja y debía morir en la hoguera, otros que se había vuelto loca. Los que la conocían bien, no entendían nada. La habían visto crecer y no daban credito a lo que inventavan porque sí de una buena persona.
Desterrada sin motivo y con solo una burra vieja, sus anotaciones y el espejo, Melián caminó, sudó, pasó hambre y sed, hasta llegar a algún reino lejano donde sí estaban dispuestos a aceptarla. Al principio todos le ofrecían colaborar en sus empleos ya que no conocía su profesión, hasta que un día, reunió al pueblo y les dijo que tenía algo importante a decirles. Los corros en las aldeas estaban bien vistos, eran señal de confianza, de hermandad. Ese día, al caer la noche, les contó un cuento, una historia. Nadie la interrumpió. Ni siquiera los bebés se atrevieron a llorar. Su voz era calida y su relato brillante. Nadie supo nunca de donde lo había aprendido. Nadie supo nunca como, pero al acabar, entre sonrisas, ojos abiertos y alguna que otra lagrima, la felicitaron, aplaudieron. Le ofrecieron entre todos un poco de dinero, para comprar tinta y papel con tal de poder escribir, a cambio de un cuento cada dos o tres días. Ella aceptó. Desde entonces todos los habitantes se reunían a escuchar su voz dulce y sabia que siempre sorprendía incluso a los más viejos y expertos que en algún momento creyeron saberlo todo.

Se dice que tubo hijos, y que de su sangre nació el espiritu de la escritura. Se dice que todos los que al escribir nos recorre ese escalofrío poseemos su don. Muchos aún la juzgan y tachan de loca. Yo, prefiero dar gracias al destino por darme el frío en las manos y su inacabable imaginación. Y recordad, si algún día os llega una historia brillante y anónima, puede que sea una historia de Melián.

Cuentos desordenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora