Esta historia empieza con un infortunio y una noche muy larga, oscura y fría. Después de la desgracia, al alzarse el perezoso amanecer, justo cuando el gallo hubiera cantado, de haber habido alguno allí, un hombre grande y robusto golpeó la puerta de Tao Lin. Ése, era un monasterio modesto, perdido en medio de la nada, solitario, olvidado. Arropado entre la densa y abundante nieve, sus torres, que se elevaban al cielo, eran un poema para los ojos. Parecían un espejo a las esveltas siluetas de los montes próximos, puntiagudos, que travesavan las entrañas de las nuves como espadas gigantes. Daba la impression que las torres habían crecido para verlo todo desde arriba y no dejar que la niebla les cesara la visivilidad. Si parabas a observarlas minuciosamente, podías ver un hilo de pequeñas filigranas que se enredavan en la piedra gris, fundiendose en un abrazo que ni hielo, ni niebla lograrían separar jamás. Destacaba, rebozado de nieve, por las aleatorias partes que el temporal había creído cubrir. El paisaje blanco era casi hipnótico. Entre los muros, el péndulo: Una puerta de hierro maciza y fuerte, imantaba respeto. Al hombre le pareció oir el eco ahogado de su puño contra el metal,y se preguntó, cómo habían subido semejante objeto hasta ese paradero. Mientras acariciaba el valle con la mirada, el silencio inundaba el lugar, dejando al hombre entrever la distancia que había recorido durante toda la noche. Un sendero de huecos profundos se desenvolvía tras suyo, como si la nieve no quisiera ocultar sus heridas. Sintió frío, y por enésima vez, controló el instinto de su cuerpo temblante. Allí, ni las ardillas se atrevían a tiritar. El viento soplaba susurrando que lo peor aún estaba por venir. Las temperaturas descenderían. Se planteó la vaga idea de dar media vuelta y marcharse cada vez con más rotundidad. Quizás aquel lugar llevaba ya tiempo abandonado. Decidió volver a llamar. Mientras esperaba una respuesta, bajó la mirada, rindiendose a la negatividad que invadia su mente. Pensando en todo lo que esa noche había recorrido, en las llagas de sus pies, las botas que pesaban más a cada paso... Un ruido chirriante y pesado atrajo su mirada. Al borde del portal vio a un monje de estatura media y manos juntadas bajo las mangas anchas de una túnica color grisaceo. Inclinó levemente su cabeza ante el viajero en un gesto de respeto, y sin pronunciar palabra alguna, le invitó a passar.
Al cabo de un rato, cuando la tormenta de nieve se hizo más intensa, el monje condujo a su visitante hasta una puerta, la abrió y empujó suavemente al extraño hombre. Después, cerró la puerta a su espalda.
El viajero se encontraba en un tipo de patio interior precioso. Meticulosamente cuidado, tanto en la orientación como en el entorno vegetal. Nunca hubiera dicho que entre esas temperaturas podrían sobrevivir todo tipo de plantas. Era un tipo de invernadero gigante, desde el que se divisaban todas las dentescas colinas, que se estiraban sosteniendo la respiración, intentando besar el cielo blanquecino. Era un paisaje de postal. En medio de la estancia, había un lago llano, de superficie impertorvable. Era extraño. Aunque había viajado mucho, nunca había visto un lago así. Era negro. Totalmente negro y oscuro. Estaba seguro que ni a un palmo de la superficie conseguiría averiguar que escondían sus aguas. Pero lo más sorprendente, era tranquilo. Como si todas la paz del mundo se hubiera concentrado en mantener esa balsa llana y perfecta a los hojos de cualquier hombre.
Frente al gran lago, había un banco de piedra de aspecto pesado, y sobre él, otro monje rezaba sentado. Decidió sentarse a su lado. Al cabo de un rato, cuando la serenidad del hombre ya no aguantaba el silencio impoluto, el monje se digno a preguntarle qué hacía él allí. El viajero repitió las mismas palabras que le había dicho al otro monje, esta vez, sin esforzarse mucho. Le contó la desgracia del resto de sus compañeros alpinistas al ser alcanzados por una avalancha. Dijo también, que había acudido allí para llamar a los servicios sanitarios pero que en medio de la llamada se había cortado la línea a causa de la ventisca, y dijo esto último con desprecio, cansanció y algo que el anciano monje no había visto jamás, rabia.
El sabio dejó que el aventurero se calmara y después le preguntó eso mismo de nuevo. Ya sea por cansancio, irritación o frío, no contestó. Pensó en la leve posivilidad de que su presencia alli se debiera a que había molestado al primer monje siendo impertinente y tal vez este, le invitara a una reflexión. Muy astuto, pensó. Le devolvió la mirada al monje que estaba frente a él. Y asentió como si comprendiera lo que había passado por su mente. El joven, habiendo consumido sus esfuerzos, decidió cambiar de tema. Preguntó la finalidad de ese lago. Como respuesta,
El monje se levandó ayudándose de un bastó y fue hasta la orilla, donde se arrodilló y acarició las plantas con manis temblorosas hasta quitarlas de la roca. Allí, habían tres palabras esculpidas en caracteres grandes, desconocidos para el prisionero del templo.
El anciano monje empezó a hablar con cautela. "La teoria del Yar", le dijo. Esas tres cosas eran necesarias para todo, y si una faltaba, las demás no podían ser. No podían existir. Se morían. Solo con una , o con dos, no era suficiente. Tenían que coincidir las tres, o de nada servía. Dijo que sin aquel lago, no exiatiría él, ni la montaña, ni el templo, ni la nieve, nada.
Cuando el viajero quiso saber de que palabras se trataran el monje guardo silencio. Y señaló la vista que el pequeño patio tenía, pero por más que el aprendiz mirara, no veía nada que no hubiera visto ya. Un monton de nieve, y altas colinas. El monje se señalo la barbilla, y al elevarla, el chico contempló la llanura cristalina que ofrecía la nieve al reflejar la luz del sol.
-"Luz", esta era la primera palabra del Yar.-dijo orgulloso el hombre.
Después, al preguntarle por la segunda, se fijó en los gestos que el anciano le hacia y fracasó en intentar adivinar la segunda palabra. Dijo: corazon, sangre, amor...Pero el monje negaba con la cabeza una y otra vez. Entonces, se acercó a su huesped desconodido y le abrazó. Y fué ahi, en medio de toda la nieve y todo el frío, donde recibió el abrazo más calido que jamás podría recordar. Entonces comprendió el significado de la segunda palabra, "vida".
Se preguntó cual seríala tercera. Estaba intrigado y la curiosidad le podía. A diferencia de las otras, el monje sí sabía decirla en la lengua del estrangero.
-La última palabra es "color".
Para ésta, dejó que el chico adivinara dónde se escondía. Paso un dia y una noche, y al reencontrarse con el monje en aquel patio, le confesó avergonzado que no había logrado encontrar el "color". Reflexionó en voz alta diciendo que tenía que estar en algún lado, porque sino los otras dos no existirían, pero su reflexión no cobro fundamento. Dijo que ese lugar era demasiado puro y blanco, que allí no había más color que el blanco. Entonces, el monje señaló las aguas negras y sonrió. El viajero añadió que el negro no contaba, el negro no era un color, y que no le servía. Asqueado, impulsivamente y con rabia, tiró un trozo de algo que había dejado en los bolsillos de su chaqueta polar días atras. Lo hizo impulsivamente, con rábia. Era un trozo de pan seco, que se quedó flotando en la superfície negra del lago. Al cabo de unos instantes, un ruido rapido y fugaz desconcertó al chico. Y vió como de aquel lago totalmente negro saltaban pequeñas carpas doradas, naranjas, verdes, y también azules. Todas juntas formaban un efecto precioso. Así comprendió el significado del color.
Desde entonces, el hombre no quiso ser, ni soñar más que un par de pinceles y un papel. Se le recuerda como un pintor chiflado. Algunos dicen que el cuadro de Tao Lin no existió nunca. Otros dicen, que lo dejó pintado en un lienzo en blanco, antes de empezar.
ESTÁS LEYENDO
Cuentos desordenados
PoetryÉste es un libro de cuentos, obra de mi imaginación. Espero que os guste!