Galletas saladas, chicles de menta y expray antimosquitos. Escrutaba con la mirada los estantes del supermercado en busca de los productos de la lista. Era una redacción muy sencilla y básica, pero no lograba concentrarme debido a la falta de sueño. Me había pasado toda la noche despierta, intentando dormirme, pero sin poder apartar mis pensamientos del consecuente viaje de fin de curso. Al día siguiente, hoy, tendría que hacer las maletas e ir a comprar todo lo necesario para no volver como si hubiese asistido a un campamento de supervivencia en el desierto; también debería estudiar, porque debido a la nula planificación del colegio, los exámenes finales estaban colocados respetuosamente la semana posterior a la excursión a Montreál. Y no me iba a dar tiempo de todo. Y ahora, con mi dificultad para mantener la atención en nada, estudiar no iba a ser posible. Daba gracias a Dios de que tenía algunos temas y trabajos adelantados.
Agaché la cabeza de nuevo hacia mi cesta vacía, ignorando el bochorno que sentía porque sabía con certeza que me había quedado como una boba mirando a la nada durante un buen rato. Remembrando. Me di cuenta de que no había cogido el expray y acabada de salir de esa sección. Con toda la paranoia, se me había pasado. Esforzándome al máximo, volví y cogí.
Cuando hube terminado, me coloqué en la cola de la caja registradora. Pegué un tumbo cuando sonó mi móvil a todo volumen, y miré en torno antes de contestar por si solo a mi me había parecido que el tono estaba demasiado alto. Nadie se había percatado de mi sensación. ¿Tanto afectaba una noche en vela? Casi se me pasa descolgar el teléfono. Era mi madre. Como siempre.
-¿Si?- contesté, ocultando mi neblina mental.
-Dania, pensé que te había pasado algo. Estabas tardando mucho en venir y no me has llamado al llegar y...- la interrumpí. No estaba dispuesta a aguantar su parloteo.
-Mamá, simplemente estoy nerviosa por la excursión y no he recordado avisarte. Hay mucha gente- el supermercado estaba casi vacío- y por eso tardo tanto. No te preocupes. Te aviso cuando suba al bus.
-Está bien, pero estoy empezando a sospechar de que utilizas la excusa del nerviosismo para ausentarte en todo. Quiero que vuelvas en una hora. Te da tiempo de sobra.
-Vale, pero no te enerves. Estaré ahí cuando me deje el autobús. Me toca en la cola, adiós.- intenté ser borde, pero creo que solo conseguí una vaga alusión al intento.
-Adiós, te quiero.
-Y yo- me apresuré a colgar.Llegué a mi lúgubre pero pintoresca casa cuando había pasado una hora y media de la llamada de mi impertinente madre, pero era culpa del autobús. Mi casa se balanceaba sobre el campo, rodeada de verdes y brillantes hierbas de baja altura, pero sin tener nada que ver con el aspecto. Mi hogar era de madera que crugía, ventanas que chirriaban al son del viento y cristales tornados translúcidos con el paso del tiempo.
Me abrí camino entre un sendero que se hacia paso perezosamente a través de la maleza. Mi madre no cuidaba mucho ese entorno desde que se fue mi padre, o eso me parece que me dijo.
Miré alrededor porque, aunque mi conciencia del momento no llegaba mucho más allá de lo que tenía delante de mis narices, me pareció escuchar un ruido.
-"Ahora es cuando sale alguien con una pala y me mata"- pensé. Era típico de película. Seguí avanzando y saqué las llaves de mi chaqueta a la vez que dejaba la bolsa en el suelo y el bol... Me detuve. ¿Dónde estaba mi bolso? Me giré en torno y escruté la zona en su busca. Para mi alivio, estaba colgado de una rama al inicio del sendero. Este atolondramiento me estaba matando.
Cuando volví de recuperar mi bolso mi madre ya había abierto la puerta y estaba allí plantada, como si uno de sus numerosos sexto sentido le hubiera avisado de que estaba cerca y su instinto de madre, de que había llegado tarde. Acerté sus palabras mentalmente:
-Llegas tarde-cruzó los brazos delante de su cuerpo y entornó los ojos.
-Díselo al autobús. -no estaba acostumbrada a que le replicará, así que mi madre puso una mueca como de haberle clavado una astilla o algo.
-¿Qué? Será mejor que dejes eso en tu maleta y subas a tu habitación, porque creo que necesitas pensar en...
-Sí, sí, enseguida.- Pasé a toda prisa entre el hueco de su hombro y el marco de la puerta. Tiré la bolsa en mi maleta, la cerré con el talón y subí las escaleras, escuchando a lo lejos como mi madre pegaba un silencioso portazo.
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Recordados.
General FictionDania era una chica canadiense más desequilibrada que normal. Su vida había empezado a enderezarse después de muchas vueltas, pero algo volvería a cambiarla. ¿Y si todo lo que creías a cerca de las almas gemelas no fuera cierto? ¿Qué, de repente, t...