Capitulo 1

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Demasiadas personas en una habitación pequeña sonaban muy parecido al rugido de un incendio -inflexiones altas y bajas, el zumbido constante y familiar que sólo se hacía más fuerte cuanto te acercabas. En los cinco años que llevaba atendiendo mesas para Chuck y Phaedra Niles en la Cafetería Bucksaw, rodeada de personas impacientes y hambrientas día tras día, a veces me hacíaquerer destruir el lugar. Pero la multitud del almuerzo no era lo que evitaba que me fuera. Era el zumbido reconfortante de la conversación, el calor de la cocina y la dulce libertad que en otros trabajos no ofrecían.

-¡Falyn! ¡Por el amor de Dios! -dijo

Chuck, tratando de no sudar dentro de la sopa.

Estiró la mano y revolvió el caldo en una olla profunda. Le tiré un trapo limpio.

-¿Por qué hace tanto calor en Colorado? -Se quejó-. Me mudé aquí porque soy gordo. A la gente gorda no le gusta tener calor.

-Quizás no deberías trabajar en una cocina para ganarte la vida -dije con una sonrisa.

La bandeja se sentía pesada cuando la levanté en mis brazos, pero no tan pesada como solía sentirse. Ahora podía llevarla con seis platos llenos, si fuera necesario. Retrocedí hacia las puertas dobles de vaivén, chocando mi trasero contra ellas.

-Estás despedida -ladró. Se limpió la cabeza calva con el trapo de algodón blanco y luego lo arrojó al centro de la mesa de preparación.

-¡Renuncio! -dije.

-¡Eso no es divertido!

-Se alejó del calor irradiando de su estufa.

Girando hacia el comedor principal, me detuve en la puerta, viendo las veintidós mesas y doce taburetes llenos de profesionales, familias, turistas y lugareños.

De acuerdo con Phaedra, la mesa trece tenía a una reconocida autora y su asistente. Me incliné, compensando el peso adicional de la bandeja, le guiñé un ojo como agradecimiento a Kirby cuando abrió el soporte junto a la mesa donde pondría mi bandeja.

-Gracias, cariño -dije, levantando el primer plato.

Me puse delante de Don, mi primer cliente regular y quien dejaba las mejores propinas en la ciudad. Él levantó sus gruesas gafas y se acomodó en su asiento, quitándose su sombrero habitual. La chaqueta color caqui de Don se veía un poco desgastada, al igual que la camisa y corbata que llevaba todos los días. En las tardes lentas, lo escuchaba hablar de Jesús y lo mucho que extrañaba a su esposa.

La larga coleta oscura de Kirby se agitaba mientras limpiaba una mesa cerca de la pared de ventanas. Sostenía una pequeña cubeta llena de platos sucios contra su cadera, guiñándome un ojo al pasar por la cocina.
Entró sólo el tiempo suficiente para dejar la pila de platos y vasos para que Hector los lavara, y luego regresó a su podio de anfitriona. Sus labios naturalmente borgoña se curvaron en las esquinas cuando una ligera brisa sopló a través de la puerta de entrada de vidrio, manteniéndose abierta por una gran geoda, una de las cientos que Chuck coleccionó durante los años.

Kirby saludó a un grupo de cuatro hombres que entraron mientras atendía a Don.

-¿Cortarías ese filete por mí, guapo? -pregunté.

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