1. La Caja

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Aún seguía con vida. Se aferraba a ella. No porque le tuviera miedo a la idea de morir, sino porque estaba esperando a Aleyna. A pesar de que una parte de él deseaba con todo su ser que su hija no lo viera en aquel estado, moribundo, con la ropa llena de sangre y la preocupación en su mirada. Pero tenía que recordarle sobre la caja.

El hombre intentó arrastrar su cuerpo hasta su habitación, puesto que ahí se encontraba la caja. Mientras se arrastraba iba dejando un rastro de sangre por el pasillo. Hubiera preferido caminar, por supuesto, pero le habían herido la pierna izquierda y el vientre con una espada, así que no se podía sostener en pie. Eso sin mencionar la golpiza que le habían propinado en todo el cuerpo. Para ese momento seguramente el 80% de su cuerpo estaba lleno de hematomas.

Finalmente, se dio por vencido. Estaba gastando energías en vano.

Cuando Jonathan Duvall sintió que los parpados se le cerraban de manera automática deseó con todas las fuerzas que le quedaban que Aleyna apareciera pronto. Y sobre todo que no se olvidara de la caja.

Nunca se había atrevido a decirlo en voz alta, pero le gustaba ser diferente. Diferente, pero no rara. Claro que había una diferencia muy grande entre algo diferente y algo raro. Pero con frecuencia las personas cuya capacidad intelectual no les permite ver más allá de sus narices confundían aquellos dos términos. Y para aquellos que se creían “normales” lo raro y lo diferente siempre era visto con malos ojos. Pero claro que aquellos que se creían “normales” no sabían por qué ella era diferente. Su padre le había prohibido revelarlo. Además suponía cómo reaccionarían los demás al saberlo. Algunas personas la mirarían con asombro y quizás hasta la alabarían. Otros, en cambio, la llamarían monstruo, antinatural, e incluso dirían que iba en contra de la naturaleza de Dios. También estarían los curiosos que tratarían de investigarla y la tratarían como una rata de laboratorio. Aleyna no se iba a arriesgar. Prefería mantener aquel secreto guardado en lo más recóndito de su ser.

Sin darse cuenta, ya había llegado a su destino. Cuando estaba a punto de sacar las llaves de su mochila, se percató de que la puerta estaba abierta. Era bastante extraño porque se suponía que su padre no llegaría a casa hasta las cuatro de la tarde. Tal vez había llegado temprano. Pero la semilla de la duda comenzó a sembrarse cada vez más en Aleyna, su padre siempre procuraba la seguridad y por ningún motivo habría dejado la puerta abierta.

Aleyna decidió entrar. Empujó la puerta de madera y entró en su casa. Desorden, esa era la única palabra que podía describir el estado en que su casa se encontraba. Todo estaba patas arriba. Y había manchas de sangre por todo el piso. Movió la cabeza buscando a nadie en concreto. Pero tenía que haber alguien en la casa. Las manchas de sangre tenían que pertenecer a alguien. ¿Pero quién rayos pudo haber hecho eso? Tal vez algún ladrón intentó entrar a su casa, rápidamente se quedó inmóvil ahí donde estaba: ¿y si aquel ladrón seguía ahí adentro?

Se movió con sumo cuidado para no generar ningún ruido. Si aquel ladrón, atacante o lo que sea que haya sido seguía ahí no quería arriesgarse a averiguar que le podía hacer. Se desplazó hacia la cocina pero en el trayecto al recorrer el largo pasillo se encontró con algo. Más bien alguien: Jonathan. Su padre.

Se quedo un rato mirándolo, perpleja. Jonathan estaba cubierto en sangre, su camisa blanca había pasado al rojo con unas cuantas manchas de blanco; su rostro tenía enormes moretones que casi le habían cerrado por completo los ojos. Aquel no era su padre. Era lo que quedaba de su padre.

Lo que la trajo de vuelta de fue el sonido de la voz de Jonathan.

—Aleyna… —su voz tampoco era la misma. Ahora arrastraba las palabras y hablaba en un susurro apenas audible. Al escuchar su nombre, Aleyna decidió ponerse de rodillas para ayudarlo. Se inclinó y cuando quiso poner las manos en él para poder levantarlo, él hombre exclamó—: No… por favor, no…, me duele mucho…

—De acuerdo, papá, pero necesito saber si hay alguien más en casa —Aleyna trató de hablar en voz baja, pero abandonó aquel tono cuando Jonathan le negó con la cabeza—, te dejaré aquí… iré a buscar el teléfono para llamar a emergencias, ¿de acuerdo?

—No —se apresuró a decir su padre—, no llames a nadie… —tosió y con ello unas manchas de sangre fueron expulsadas por su garganta— sólo ve por la caja… y cuando hagas lo que dice, regresa por mí…

—¿La caja? ¿Para qué rayos quieres la caja ahora? ¡Necesitas un médico, la caja puede esperar!

—¡Escúchame, Aleyna!... Sólo ve por la caja…

Aleyna advirtió que Jonathan comenzaba a cerrar los parpados. Se estaba yendo. Ella no podía permitir eso. Rápidamente se puso de pie y advirtió que sus manos también estaban ya teñidas de rojo. Se encaminó hacia la habitación de su padre, ahí estaba la caja. Por un instante recordó el primer momento en que su padre le habló de aquello. Ella tenía unos diez u once años, no lo recordaba con exactitud, su padre tenía una expresión bastante seria en el rostro, una expresión que Aleyna nunca antes había visto, en aquel momento Jonathan le dijo:

—Quiero que me escuches bien, Aleyna, si alguna vez me llega a suceder algo, quiero que tengas esto —Jonathan le puso sobre las manos una caja del tamaño medio, hecha de madera con finos tallados de arboles alrededor y un candado al frente—, la llave es esta —y, acto seguido, le entregó una llave bastante grande, casi del mismo tamaño de su dedo medio, parecida a las que se utilizaban en la edad media. Sin duda, era una llave bastante vieja.

—¿Por qué me das esto?

—Ya te lo he dicho, quiero que lo abras el día que yo ya no esté aquí.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que esconde?

—Lo sabrás cuando tengas que saberlo.

Ahora, ese momento había llegado. Aleyna regresó de aquel recuerdo y entró en la habitación, que también estaba completamente desordenada. Observó las paredes, estaban intactas, así que la caja estaba a salvo. Desde aquella primera platica que tuvieron respecto a aquella caja y lo que guardaba, Jonathan la escondió en las paredes. Según él, aquel era el único lugar seguro en toda la casa. Aleyna tomó una de las sillas que estaban en la habitación y la azotó contra la pared. Una. Dos. Tres veces. Entonces, se percató de la abertura que se iba formando en la pared. Sabía que no iba a ser tan difícil pues esa no era realmente una pared. Jonathan había construido una pared un par de centímetros enfrente de la pared original, puesto que la que Jonathan había construido no era de ladrillos sino de madera y recubierta con barniz le fue bastante fácil perforarla.

La joven rubia volvió a azotar la silla con la pared y esta vez se creó un hoyo mucho más grande. Rápidamente introdujo su mano derecha en la abertura y palpó a los alrededores para tratar de sentir la caja de madera. Ahí estaba. La había encontrado. Con su mano trató de sacarla,  aunque al principio le fue un poco difícil, logró su objetivo. Pero faltaba algo: la llave. Aleyna dejó la caja de madera en el piso y esta vez introdujo la mano izquierda dentro de la abertura de madera. Movió su mano una y otra vez para tratar de hallar la llave. Al principio no encontró nada. Pero un par de instantes después logró palpar algo en el piso: una llave. La atrajo rápidamente hacia ella y logró sacarla.

Tomó la caja de madera y la colocó sobre la cama, sujetó el candado e introdujo la llave para abrirla.

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