Un papel.
Eso era lo único que la caja escondía, un papel doblado por la mitad. Por lo visto, su padre lo escondió junto con la caja porque la hoja se comenzaba a tornar de un extraño color amarillo. Aleyna lo desdobló y con sus enigmáticos ojos verdes lo observó. Esa era la letra de su padre. Leyó:
Sabine. Av. East Stanford, #1224. Santa Ana, Condado de Orange, California.
Eso era todo. No había más. ¿Cómo rayos se suponía que eso ayudaría a su padre que estaba moribundo? ¡Su padre! Aquel papel la había distraído tanto que casi olvidaba a su padre. Salió de la habitación con el papel en la mano y se dirigió hacia donde se encontraba el hombre. No tuvo que acercarse más. Estaba a un par de pasos del cuerpo de su padre. Lo supo en cuanto lo miro. Jonathan estaba muerto.
—¿Papá...? —dijo Aleyna, aunque sabía muy bien que él no respondería.
Sus palabras se quedaron en el aire. Ahora estaba completamente sola en el mundo.
Miles de pensamientos invadieron la cabeza de Aleyna mientras conducía hacia el #1224 de East Stanford. ¿Quién rayos había entrado a su casa? ¿Por qué no se habían llevado nada, mientras, en cambio, habían asesinado a su padre? Jonathan no tenía ningún tipo de enemigos, vaya, ni siquiera tenía amigos. La única persona que Jonathan tenía en el mundo era Aleyna y para ella la única persona que tenía en el mundo era él. Pero ahora se había ido y ni siquiera sabía quién fue el maldito que le había arrancado la vida. Aquello la llenaba de coraje y de impotencia. Entonces cruzaron por su mente más preguntas: ¿Quién era Sabine? ¿Por qué tenía que ir con ella? ¿De dónde la conocía su padre? ¿Por qué nunca la había mencionado?
Pero sobre todas aquellas preguntas, una sola la aterraba: ¿Qué sería de ella ahora que su padre ya no estaba? Tan solo tenía dieciséis años y el estado no iba a permitir que una adolescente de dieciséis viviera sin la tutela de alguien mayor. Pero a Aleyna ya no le quedaba nadie en el mundo, su madre había muerto en el parto, la poca familia materna que tenía vivía en algún extraño país de Europa y Jonathan era hijo único cuyos padres habían fallecido hace más de veinte años... ¿Con quién se supone que la iban a dejar? Lo más probable es que el estado decidiera llevársela a algún orfanato hasta que cumpliera dieciocho, para eso no faltaba mucho pero cuando pasas el tiempo en un lugar que no te agrada, éste transcurro mucho más lento y Aleyna sabía que un orfanato no iba a ser precisamente su lugar favorito. Tenía que encontrar una solución ante ese problema, pero eso sería después, en aquel momento se encontraba frente al #1224 de East Stanford.
Aquella casa era de una sola planta, tenía el aspecto de tener ya muchos años ahí, la pintura del exterior estaba desgastada y el césped del patio estaba tan alto que a Aleyna le llegaba a las rodillas, y eso que ella era una chica alta para su edad, tuvo suerte de encontrar un caminito de piedra (que también estaba bastante desgastado) en medio de aquella selva de césped y se pudo dirigir a la entrada de la casa. Una vez en la puerta de madera cuya pintura negra comenzaba a caerse en pedazos, pudo leer el letrero de madera con letras rojas talladas en él, se podía leer en una letra cursiva y mayúscula MADAME SABINE.
Esto no suena nada alentador, pensó Aleyna antes de tocar con sus blancos nudillos la puerta.
No apareció nadie. Volvió a tocar la puerta pero esta vez un poco más fuerte.
Al ver que nadie acudía a su llamado, decidió hablar:
—¡HOLA! —Volvió a tocar la puerta— ¿Aquí vive Sabine?
Inmediatamente, la puerta se abrió sin el menor indicio de movimiento por dentro, así que aquello tomó por sorpresa a la joven.
La mujer que acababa de abrir la puerta era alta, demasiado delgada, pero no como si no hubiera comido, daba la impresión de que así era su complexión, tenía el cabello tan negro como el carbón, tan lacio y largo que le llegaba hasta la cintura, su piel era morena, sus facciones eran finas y femeninas y sus ojos de un bellísimo color dorado... Aleyna solo había visto ese enigmático color de ojos en los de otra persona: Jonathan.
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Revelaciones
Science FictionLa vida de Aleyna Duvall transcurría normal en el Condado de Orange, California: una chica de dieciséis que cursaba el onceavo grado, que tenía amigos, y vivía sola con su padre. Sin mencionar que ella podía manipular el fuego. Nadie lo sabía, por s...