-¿Un collar? -preguntó Serafina, alzando una ceja.
-¿Y de quién puede ser? -dijo Dael-. Las joyas están prohibidas en la escuela.
-Eso intento descubrir -susurró Aeliha.
El Consejo de la Escuela de Dragones, el C.E.D., había impuesto, a principios de la Era de los Dragones, cuando se creó la academia, la Ley Dorada, que prohibía a alumnos y profesores lucir joyas en horario de clases, por motivos de seguridad. Por eso, era extraño encontrarse dentro del recinto de la escuela, alguna joya como aquella.
-Puedes ir a Secretaría a avisar de que lo has encontrado, y... -empezó Silkeya.
-¡Ni hablar! -cortó Aeliha-. Si lo llevo a Secretaría, me lo confiscarán, y su dueño se quedará sin ello, puede que para siempre. Y... puede que lo expulsen de la academia.
-¿Y que vas a hacer con ese maldito colgante? -preguntó Dael-. Si te ven con él, puede que te expulsen a ti -susurró.
Aeliha se estremeció. Que la expulsaran era lo último que quería, pero no podía dar ese collar sin más y olvidarse del asunto. Debía encontrar a su dueño. Tras unos segundos de estar en silencio, cabizbaja, pensando, tomó una decisión muy arriesgada. Levantó la mirada y puso el collar enfrente de ella.
Serafina soltó una exclamación ahogada.
-¡Ae! ¿¡Qué narices haces!? -dijo, intentando no gritar ante la imagen de su amiga poniéndose el collar.
-Lo correcto -dijo la joven, metiéndose el colgante por debajo de su camiseta.
Sus amigos la miraron con los ojos como platos, sin poder dar crédito a lo que veían.
-Sabía que algún día te meterías en un lío -dijo Silkeya; suspiró-, pero nunca pensé que te meterías en uno tan grande como este.
***
Los amigos terminaron de comer y se dirigieron al Campo de Adiestramiento de dragones. Ese día, habían llevado a la academia un nuevo dragón salvaje, y la profesora Dinha quería enseñar a sus alumnos cómo adiestrar a un dragón. La clase era especial para alumnos de tercero, cuarto, quinto y sexto grado, pues los de primero y segundo eran considerados más inmaduros, y podrían montar un buen lío, según los profesores.
Aeliha y Serafina estaban muy entusiasmadas, más que los demás, pues ellas de verdad amaban a los dragones, y las apasionaba descubrir cosas nuevas sobre ellos. Además, la profesora Dinha había dicho que escogería a cuatro alumnos, uno de cada curso, para que fueran sus ayudantes. Las dos jóvenes deseaban, con toda su alma, que las escogiera a ellas. Pero, claro... solo podía escoger a una.
-Atención, alumnos -empezó la profesora Dinha-. Hoy, alumnos de tercero, cuarto, quinto y sexto grado de la academia estaréis juntos en la clase de Adiestramiento de Dragones. Espero que os divirtáis y aprendáis mucho en esta clase -añadió, con una enorme sonrisa dibujada en sus rosas y carnosos labios.
La profesora Dinha era alta, de mediana edad, de pelo castaño siempre recogido en un prieto moño y grandes ojos negros. Era muy simpática y paciente con sus alumnos, y casi nunca se enfadaba. Toda la clase estuvo hablando sin parar alegremente sobre cómo se adiestraba un dragón, y haciendo ejemplos de las cosas que decía. Serafina y Aeliha la escuchaban atentamente, emocionadas.
-Esta clase... -Dael chasqueó la lengua-. Creía que iba a ser interesante.
-Sí, sinceramente me lo paso mejor en las lecciones del profesor Noel -dijo Meron, encogiéndose de hombros, aburrido.
-Bah, que sabréis vosotros -dijo Serafina, sin dignarse a mirarlos.
Los chicos se encogieron de hombros y sonrieron. Cuando llegó la hora de elegir al ayudante de tercero, Serafina y Aeliha se llevaron un disgusto, pues ninguna fue elegida...
Sino que eligieron a Dael, que, a pesar de hacerse el duro, tenía un horrible miedo a aquel animal. Por lo menos, los amigos se divirtieron un poco.
***
Después de las clases, el grupo se dirigió al comedor. Hoy había sido un día especialmente agotador. Habían tenido tres exámenes, una sesión de vuelo bastante movida... Y Aeliha tenía que encontrar al dueño del collar. Después de comer un buen plato de gachas y dos trozos de pan, se dirigió a su cuarto. Los demás habían ido al estanque del jardín trasero, donde los estudiantes podían pasar su tiempo libre.
No podía dejar este asunto sin resolver. Abrió la puerta de su cuarto y entró. Cerró la puerta y se dirigió hacia la ventana, que dejó abierta de par en par. La dulce brisa la revolvió el pelo y la acarició la piel, haciéndole cosquillas.
La joven se sentó en su cama con las piernas cruzadas, mirando atentamente el collar, buscando alguna señal, alguna marca, por pequeña que fuera, que le diera una pista para encontrar al dueño de ese collar. Tras diez minutos contemplando fijamente el collar, Ae se dio por vencida y se tiró de espaldas en la cama. Y, tumbada boca arriba, con la luz del sol apuntando al collar, consiguió descubrir algo: una pequeña marca en el hocico del dragón dorado del colgante. La joven se incorporó de golpe.
Buscó la marca en el hocico del dragón y por fin la encontró. Eran letras grabadas en el oro. Eran tan pequeñas que Aeliha se tuvo que inclinar hasta rozar el colgante para verlas. Al fin consiguió ver lo que ponía: Elissa Moongroove Dalk.
Aeliha frunció el ceño. Ese nombre... la sonaba de algo. Aunque no sabía de qué. Suspiró y se estiró echándose de nuevo hacia atrás. Después iría a preguntar por la tal Elissa. Ahora, estaba tan agotada que ni podía pensar con claridad. La cabeza le dolía como si le hubieran dado un fuerte golpe con una gran piedra.
La chica cerró los ojos y dejó que el sueño se apoderase de ella mientras el sol le acariciaba el rostro.
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La chica dragón.
FantasíaAeliha estudia, a sus quince años, en la Escuela de Jinetes de Dragones de Maishell. Es la mejor de la clase, y sin duda una de las mejores de la escuela. Un día, su dragón, Leikhar, desaparece misteriosamente, y Aeliha y sus amigos van a buscarlo f...