Setiembre 2

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Había pasado casi un mes y yo estaba en cama, con una fiebre inimaginable. No podía ir al colegio lo cual no me disgustaba pero tampoco me agradaba la idea de estar todo el tiempo postrada en una cama aguantando los gritos de mi madre y mis hermanos.
Después de lo sucedido aquel día con Tamara y su odiosa botella de agua, mi madre no se preocupo ni un poco, no me pregunto porque no traía la mochila, ni tampoco me pregunto porque estaba llorando; si, estaba llorando. Raro en mi, nunca me había afectado lo que dijeran o me hicieran. Pero creo que en algún momento las personas simplemente se cansan de aguantar tanto peso y rompen en llanto.
¡Mamá, estoy aquí, ¿Me oyes? Te necesito, necesito tus consejos! ¿Por qué necesitaba consejos de alguien que en toda mi vida no había estado para mi? Quizás porque era mi madre y la mayoría de las madres siempre aconsejan a sus hijas, pero no, ella no. Maldita.
***
-Mamá
-¿Que quieres Lucero?
-Necesito contarte algo y que me aconsejes.
-Luego.
***
¿Luego? ¿LUEGO? Yo puedo estar muriendome y vos me decís que hablamos luego?
Genial, yo estaba sola, y tenía una madre que no me prestaba atención. Bien, ¿Hay algo peor que eso? Si, de echo lo hay. Pero no es momento para hablar de ello.

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