Mire a los policías por un vidrio que estaba al frente mio, sabia que me miraban, no sabia si salir a correr, llorar o tirarme al piso a rogar por piedad.
Me volteo en la pequeña silla y me arrodillo en el suelo.
-Les juro que no tengo nada que ver - Digo mientras lloro como una pequeña niña - No se como llegue ahi, ni si quiera conozco al sujeto - Me esposan me meten en su patrulla y ese es el fin de mi historia.>>Jaja, se nota que no me conocen<<
Los latidos de mi corazón, que parecen tambores, me sacan de aquel estupido y vergonzoso pensamiento y casi como un movimiento involuntario tomo lo que me queda de café, un sorbo que llena mi boca y pareciera hubiera activado las pocas neuronas que me quedan.
Me volteo mirando el reloj que hay en mi muñeca y procuro parecer afanado camino en dirección a la puerta hasta quedar plantado en frente de los dos guardias, uno negro, alto con los ojos saltones, calvo y el otro bajito con pelo castaño y unos pequeños ojos que resaltan su gran nariz. Al estar frente a ellos, los dos me miran y el pequeño se corre hacia adentro dejándole el paso libre. Doy un paso y agarro el mango de la puerta, de repente siento una mano grande y pesada sobre mi hombro. Me volteo, con una mirada asesina y los puños cerrados:
- Te encuentras bien, hijo? - las facciones suaves del policía negro, que ahora me trataba como a un hijo, mostraban un poco de preocupación. Miró mis puños que estaban apretados, me miro a los ojos y aparto la mano llevándosela al cinturón. - No te preocupes, no estamos aquí para arrestarte. - ambos rieron y la risa de aquellos simpáticos policías me saco una sonrisa.
- Solo voy un poco tarde a una cita. - Relajé los puños y esbocé una sonrisa. - Nada de que preocuparse.
- Anda con cuidado, hijo. - me estiro la mano y la apreté.
Abrí la puerta del sitio y salí, sentí como el viento me refresco el cuerpo.