Adrián Troadec llevo a Eleanor a ver la pequeña fábrica de chocolate donde habría de trabajar.
La sonrisa del tío Adrián se iluminó por primera vez de bajó de sus bigotes mostrándole la pequeña fábrica de chocolate.
Adrián Troadec era viudo sin hijos.
Eleanor supo que aquella fábrica sería suya.
Con el poder que da saberse dueña de todo lo que había frente a sus ojos, metió el dedo en el chocolate y probó. Le resulto ácido y amargo.
-¡Qué le añadan más azúcar!- sentencio Eleanor.
Adrián Troadec solo guardó silencio. En ese momento comprendió que acababa de comenzar su jubilación. Mirando a Eleanor, contemplando su fuerza y determinación, le embargo la nostalgia y le inundo el recuerdo vivo de su mujer, Alma.