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La noche se había calmado, las luces tenues de los postes iluminaban suavemente el pequeño parque, bañándolo en una calidez casi nostálgica. Las hojas crujían bajo los pasos lentos de Mikey, mientras caminaba junto a Katsuki, su mano pequeña envuelta en la suya, algo en ese contacto se sentía surreal, como si no fuera real, como si fuera un recuerdo que aún no le pertenecía.
El niño lo miró de reojo, con esa seriedad tierna que solo los niños pueden tener.
-¿Todo bien? - preguntó con voz suave, rompiendo el silencio.
Mikey bajó la mirada, intentando sonreír, una sonrisa temblorosa, frágil, como él.
-Sí... lamento que hayas visto eso - dijo, en referencia a la discusión que había presenciado horas antes- ¿Ya no te duele el pecho por el asma?-
Katsuki negó con la cabeza y alzó los hombros con simpleza.
- Ya no... Papá Chifuyu me ayudó-
Las palabras fueron una caricia... y una puñalada, Mikey sintió algo hundirse en su pecho.
Chifuyu. Siempre Chifuyu, tan firme, tan presente. Mientras él... mientras él aún se estaba reconstruyendo.
Aun así, asintió, con el nudo en la garganta creciendo.
- Sí... eso es verdad -admitió con sinceridad- Pero... aprenderé, ¿sabes? Aprenderé para poder cuidarte también... Como se debe-
Katsuki guardó silencio por un momento, como si procesara cada palabra, luego alzó la mirada con una inocencia que quebraba.
-Ok... ¿Te puedo decir "Mikey" hasta que estés listo para ser mi papá?-
La risa de Mikey fue baja... Rota... Dolorosa y dulce a la vez... Tragó el nudo... Cerró los ojos un instante.
-Sí... eso está bien -respondió, apenas.
Se sentaron juntos en una banca vieja, despintada por el tiempo, Mikey sacó unas monedas y fue hasta una máquina automática cercana, el sonido del motor entregando el helado fue extrañamente reconfortante.
