「PRÓLOGO」

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Kiss Game

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Era su oportunidad.

La oportunidad que Jean estaba esperando.

Sentía cosquillas en el estómago con sólo pensarlo. Aquello que tantas veces había imaginado iba a hacerse realidad.

Una sonrisa algo estúpida se dibujó en sus labios.

A sus recién cumplidos once años, suspiraba por Mikasa, la chica más guapa del pueblo –según él. Pasaba los meses que duraba el curso escolar pensando en ella, en sus increíbles ojos rasgados, tan oscuros y profundos como un precipicio; se arrojaría a ellos sin importarle el dolor de la caída.

Contaba los días que faltaban para que esos meses terminaran e ir de vacaciones al pueblo de sus abuelos por fin. Y cada verano se enamoraba un poco más.

Le había confesado sus sentimientos en tres ocasiones. La primera fue un desastre porque eran unos mocosos y sólo le gritó que le gustaba, haciéndola llorar; en la segunda fue menos brusco, aunque le costó mucho a causa de los nervios; y la tercera sucedió el verano anterior, durante las fiestas.

Todas ellas con el mismo final: un rechazo directo, claro y contundente. Mikasa destrozaba sus esperanzas en apenas un segundo, y Jean se había rendido.

Entonces vio una luz al final del túnel, cuando Reiner, el mayor del grupo, propuso el juego.

El sol estaba a punto de rozar el horizonte, pero el calor era insoportable esa tarde. El grupo de amigos estaba tirado en el césped del parque municipal. Nadie tenía ganas ni fuerzas para levantarse de ahí.

—¡Me aburro! —se quejó Sasha.

—No eres la única —le dio la razón Marco.

—Venga, chicos, animaos —intentó Connie alegrar el ambiente—. ¡El verano acaba de empezar!

Annie no era muy habladora y gruñó a modo de contestación.

—¿Y eso es bueno? —replicó Eren, el que siempre estaba lleno de energía. Hasta él había sido vencido—. Nos quedan tres largos meses con este calor...

—Pues yo estoy feliz de estar aquí —sonrió Jean, dirigiéndole una mirada disimilada a su amor platónico.

—Eso es porque no vives aquí los trescientos sesenta y cinco días del año, cara de caballo.

Jean iba a seguirle el juego de insultos a Eren cuando Mikasa le interrumpió:

—Todo sería más divertido si se nos ocurriera algo que hacer. Algo que no implique correr, ni pegarse, ni moverse mucho...

—Podemos probar con el juego de los besos —propuso Reiner, quien no había abierto antes la boca.

—¿Y eso qué es? —preguntó Ymir, incorporándose para poder mirarlo a la cara.

—Es un juego muy sencillo. Las chicas se esconden y los chicos tienen que buscarlas. Cuando uno de nosotros encuentre a una chica, tiene que darla un beso.

—¿Qué? —dijo Sasha disgustada—. Pero yo no quiero que me besen.

—El beso debe ser donde la chica prefiera.

Sasha respiró más tranquila ante la aclaración del mayor, y todos intercambiaron miradas. Jean conocía las intenciones de Reiner con ese juego, pues sabía de antemano que Historia le gustaba y, para una vez que salía con ellos, seguramente quería aprovechar la ocasión. Daba igual, él también haría lo mismo.

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