Durante toda nuestra vida cargamos con problemas. Serios, fáciles de solucionar, compartidos... Se amontonan en nuestras manos como arena sucia, creando montañas que crecen cada día más. Pero entonces, un día sin avisar, las montañas son tan grandes que empiezan a desbordarnos. Casi no podemos aguantar la presión. No tenemos a nadie que nos ayude. Y se caen. Toda la arena de escabulle entre nuestros dedos. Pensamos «ya se ha acabado», pero no es así. La arena sigue creciendo, y ahora no puedes hacer nada para impedirlo. Ya no la tenemos bajo control. La arena llegará hasta nuestras rodillas, hasta nuestros hombros. Alcanzará nuestros labios y nos ahogaremos en nuestros problemas. Entonces se acabará todo.
Pero no siempre es así. A veces lo único que necesitamos es a alguien que recoja la arena que se escabulle entre nuestros dedos, alguien con quien poder compartir nuestros problemas.
Alma vivía como cualquier otra persona. Respiraba 20 veces por minuto, mordía su labio inferior 145 veces por hora y sonreía mucho todos los días, pero la arena se le escapaba desde hacía mucho tiempo.
Ian vivía como cualquier otra persona. Fruncía el ceño 13 veces por minuto, parpadeaba 900 veces por hora y reía mucho todos los días, pero la arena iba creciendo a su alrededor.
Ambos eran como cualquiera, ambos deseaban ser cualquier otro; hasta que sus manos se encontraron y no quisieron ser nadie más.
Aquí tenéis algo nuevo, que surgió mientras acariciaba la arena de la playa bajo el cielo estrellado. Como siempre, no se adónde me llevará y como siempre, espero que consiga sacar esas emociones que permanecen enterradas en el fondo de vuestras alma.
Gracias por tanto, chicos.
-R.
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Sand in our hands
Teen Fiction«A veces lo único que necesitamos es a alguien que recoja la arena que se escapa entre nuestros dedos» Alma vivía como cualquier otra persona. Respiraba 20 veces por minuto, mordía su labio inferior 145 veces por hora y sonreía mucho todos los días...