Segundo grano de arena

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Ian

En la playa no cabía ni un alma más, desde quinceañeros con alcohol escondido en sus mochilas hasta treinteañeros con ganas de fiesta abarrotaban la enorme extensión de arena. La música estaba a tope y las luces mareaban con sus estridentes colores. Los cuatro nos dirigíamos a la plataforma dónde, según habían dicho las chicas, teníamos reservado sitio. A cada paso que dábamos, la multitud nos observaba, con una mezcla de adoración, curiosidad y celos. Aunque nuestras preciosas acompañantes eran las que se llevaban todas las miradas. Supuse que debían ser muy conocidas en el pueblo. Jim estaba algo molesto y se había colocado tras Alma, con gesto protector y bastante intimidante. Yo sólo cogía a Oli de la mano, mientras ella me guiaba entre la gente que bailaba en la pista. Apenas llevaba tres meses saliendo con ella, pero realmente parecía una buena chica. Habíamos tenido química desde el momento en el que nos conocimos. Podía olvidarme de todo cuando estaba junto a Olivia.

Llegamos por fin a la plataforma, donde podíamos disfrutar de la fiesta diez metros por encima de los demás. Los jóvenes de nuestro alrededor reían escandalosamente, sujetando vasos con líquidos de colores extraños. Todos vestían ropas caras que brillaban bajo la luz de los focos. Jim y yo nos acercamos a la barra para pedir nuestras bebidas, dejando hablar a las chicas cerca de la pista de baile. 

—Vaya fiesta —dije tras beber un sorbo de mi cerveza—.  Y que, ¿cuánto llevas con Alma?

—Más de 4 años —dijo con una sonrisa en el rostro—.  Empezamos a salir cuando nos conocimos al llegar al instituto. No ha sido fácil siempre, hemos cometidos muchos errores, pero la quiero de verdad —al terminar la frase pude ver cómo sus ojos tenían un aire melancólico por unos segundos, pero poco después volvieron a ser tan alegres como siempre —. Bueno, ¿y qué tal con Olivia?
—Ella es... —se me escapó una sonrisa sincera—. Muy especial. Nunca había conocido a nadie así.
—Lo es, te lo aseguro. La conozco desde que salgo con Alma —Jim palmeó mi espalda—. Has tenido suerte, Ian. Hay muchos chicos que han ido tras ella durante años, y tú llegas y empiezas a salir con ella. ¡Eres Dios!
—Sí —dije entre risas—, algo así. Deberíamos volver con las chicas.
—Sí —dijo Jim mientras miraba cómo algunos chicos se acercaban a ellas—. Tenemos que ahuyentar a algunos buitres.

Alma

—¿Se puede saber dónde has encontrado a ese bombón? —exclamé al comprobar que los chicos se habían marchado—.
—Eh —dijo Olivia mientras me pegaba suavemente en el hombro —, que es mi chico.
—Yo solo digo la verdad. Anda, cuéntamelo todo.
—Pues —sonrió mientras cogía aire—, es mi vecino. Lo vi cogiendo los muebles del camión de la mudanza. En pantalones cortos y camiseta de tirantes —rodó los ojos y se mordió el labio—, y como la buena vecina que soy, me ofrecí a ayudarlo.
—¡Dios, no me lo creo! —agité las manos exageradamente—.
—Pues créetelo. Una cosa llevó a la otra... Y al final acabé en la playa tumbada en una tabla de surf intentando aprender a coger una ola en mitad de la noche.
—Espera, espera —dije yo, interrupiendo su discurso—. Repite eso, Oli. ¿Te llevó a la playa? —ella asintió—. ¿Y te prestó una tabla de surf? —volvió a asentir—. ¿Y te enseñó a surfear?
—Lo intentó, al menos
—¿Y no pasó nada más? —inquirí alzando la ceja—.
—Dios, no hagas eso, sabes lo mucho que odio que tú sepas y yo no.
—Contestame
—Apenas le conocía entonces. Sólo fueron un par de besos...
—¡Ay, qué contenta estoy por ti, Oli! —exclamé abrazándola fuertemente —. Te mereces a alguien que te quiera. Y estoy segura de que él lo hace.
—Han sido unos meses geniales —Oli bajó la mirada y algo me resultó raro entonces, pero pronto volvió a ser la misma para guiñarme un ojo mientras decía—. Si supieras cómo besa...
—¿Qué nos hemos perdido, chicas? —preguntó Jim mientras se acercaba con un par de copas—.
—Nada importante —contesté tras darle un beso—. Poniéndonos al día, ¿verdad, Oli?
—Claro —dijo sonriéndonos a Jim y a mí—. Bueno, ¿y mi bebida? ¡Quiero emborracharme!

Todos alzamos las copas y gritamos como los estúpidos jóvenes de diecisiete años que éramos. Porque sí, éramos los típicos chicos populares de un pequeño pueblo de la costa, a los que les importaba poco el futuro o lo que pasara más allá de las copas de aquella noche. Solo disfrutábamos, como ignorantes, sin saber los secretos y las mentiras que guardaban los otros tres. Pero quizás aquella noche descubriría un par de ellos.

Sand in our handsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora