4. Al otro lado

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Observó el hueco con detenimiento. Era rectangular y algo estrecho, aunque fácil de traspasar para una persona delgada o menuda como ella. Se descolgó la mochila y la lanzó a un lado con decisión. Se agachó y se atrevió a asomar la cabeza, luego los hombros, una pierna... Siguió hasta que todo su cuerpo hubo pasado por completo al otro lado.

Una vez allí fue mucho más consciente del lugar en el que se hallaba, un espacio amplio y aparentemente inhóspito. El suelo de cemento armado se extendía hasta acabar en un muro grueso cuya altura impedía saltarlo. Vio una puerta metálica a un lado, cerrada a cal y canto por un candado herrumbroso; sin embargo, no era la única allí, pues había una segunda puerta que chirriaba sobre los goznes, movida por el aire.

Una pelota de cuero llegó rodando hasta ella desde algún punto y acabó chocando contra sus pies. Fue entonces cuando se dio cuenta de que alguien la observaba. Medio oculta detrás de un banco de hormigón, la dueña de aquel objeto la miró con desconfianza.

Paula recogió la pelota y le dio un par de vueltas con las manos antes de ofrecérsela. La otra permaneció quieta como una pequeña estatua, sin moverse ni un ápice, de modo que fue Paula la que avanzó hasta ella con paso firme y no se detuvo hasta que el banco se convirtió en el único obstáculo entre ambas. Entonces pudo verla más de cerca. Era pequeña y estaba tan delgada que se preguntó cómo era posible que no hubiera salido volando. Llevaba puesto lo que parecía una camisa larga y holgada, ceñida a la cintura por un cinturón de piel gastado que dejaba al descubierto unas pantorrillas huesudas. Tenía la piel pálida, casi enfermiza; las mejillas hundidas; el pelo oscuro, enmarañado y opaco. Sintió escalofríos.

—Esto es tuyo, ¿verdad? —se atrevió a preguntarle.

La niña miró alternativamente, con sus ojos grisáceos, primero a ella y luego a la pelota. Se levantó, se la arrebató con fuerza de las manos y salió corriendo, perdiéndose tras la puerta en pocos segundos.

—¡Espera! —la llamó.

Echó a correr tras ella. Cuando abrió la puerta se encontró con un pasadizo abovedado y profundo. Desde la oscuridad llegó una corriente de aire frío que le heló los brazos y la hizo tiritar.

Pese a la escasez de luz, a medida que avanzaba por aquel corredor pétreo le iba resultando más fácil adaptarse a la oscuridad. No había rastro alguno de la niña, parecía haberse evaporado con la brisa. Pero aquello no la detuvo y siguió aventurándose más y más profundo por el túnel, el cual se estrechaba e iba tomando curvas extrañas por momentos. Al fin pudo ver proyectada en la pared del fondo una luz titilante y rojiza como la de una vela encendida, aceleró el ritmo y cuando giró la esquina pudo comprobar que no se trataba de una vela, sino de toda una hoguera.

Paula observó hipnotizada las llamas danzantes que se elevaban contra el cielo escarlata. Las gentes se arremolinaban en torno a la fogata para calentar sus manos entumecidas o deambulaban de un lado a otro entre las muchas barracas allí dispuestas, algunas de las cuales lograban adquirir cierto aspecto de casa, mientras que otras no eran más que un par de postes de madera clavados en el suelo y cubiertos con telas a modo de tiendas de campaña. Vio mujeres y niños, todos con el mismo aspecto desamparado y enfermizo. Escuchó llantos, quejidos y lamentos. Hasta ella, mezclado con el olor del hollín y la madera quemada, llegó el hedor de la podredumbre.

Sintió miedo y tristeza. Quiso dar media vuelta pero sus pies no le respondieron. Pronto, su mente le avisó de que algo iba mal. Notó cien pares de ojos fijos en ella, ojos vidriosos cargados de súplica. Supo entonces que nunca podría salir de allí. Estaba atrapada.

Al otro lado © (A la venta en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora