3. Agonía tortuosa

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Cinco días tardaron en llegar a La Matanza. Cinco infernales días en los que Vanina le hizo la vida imposible a Gastón. Él la entendía, le había mentido, pero no era necesario llegar al extremo de acuchillarlo por diversión. Gastón miró a Nina, que se encontraba tapada por una sábana, observando a través de un ventanal con su arma en busca de trifectos. Recordó la conversación que tuvo con ella sobre Sabrina y sus entrañas se revolvieron. Los tres se hallaban en una de las antiguas fábricas abandonadas de la localidad. Tuvieron la suerte de que esa había sido de armamento y ensamble robótico.

Nina giró un poco la cabeza y lo atrapó mirándola. Ella entrecerró los ojos y le dijo:

—Siempre quise saber por qué se llaman trifectos —Gastón tragó en seco. Había sido muy amable de su parte no decirle nada a Sabrina, recordó de pronto—. ¿Vos sabés?

—El término original proviene de la palabra trifecta, que significa una serie de tres perfecta —bajó la cabeza y pateó una bala vieja—. Los robots hacen alusión a las tres leyes de la robótica de Asimov.

Sabrina exclamó algo desde su lugar, donde se encontraba contando balas para las armas.

—¿Leyes robóticas? No sabía que había.

—Pasó antes de que tuvieran consciencia propia y siguieran a la I.A., ¿o no, Gastón?

Él no tomó la provocación, la dejó pasar.

—¿Y cuáles son? —cuestionó Sabrina.

La observó y sintió todo muy contradictorio. Ver a una joven chica con cara de guerrera contando balas para ponerlas en un pequeño saco parecía tan irreal como cuando Argentina pasó a ser, en un pequeño momento de la historia, una potencia mundial. Carraspeó un poco para sacar el nudo que tenía en la garganta.

—Técnicamente eran para que ellos no se vieran corrompidos por los humanos —Sabrina frunció el ceño ante el uso de la palabra humanos—. Ningún robot causaría daño a una persona, recibirían órdenes y siempre tendrían que proteger su propia "vida" sin interferir con las dos leyes anteriores. Muy utópico, ¿no?

Sabri asintió y siguió con lo suyo. Gastón se sintió una mierda total. Traer a dos chicas inocentes a una muerte asegurada era frívolo, a pesar de que él también podría moriría. Se giró y trató de tranquilizarse. Era por el bien de la humanidad. Un sacrificio era asegurado, aunque este capaz que nunca se les atribuiría.

Volviéndose de nuevo, habló fuerte y claro.

—La central está a dos calles de acá. La seguridad va a ser casi imposible de pasarla, así que quiero que estén alertas —las ansias se arremolinaron en su interior, poniéndolo nervioso—. Cuando estemos adentro, tendrán que seguir mi ritmo. Vamos a ir a la sala de Wolfromio —según decían algunos, allí se encontraban la carnicería en robótica.

—¿Qué-é? —titubeó una pálida Sabrina.

Nina se levantó de su lugar con cuidado y se acercó a ella. Gastón cerró los ojos y escuchó con cuidado las palabras de alivio que le decía al oído. Sentía como si se las estuviera diciendo a él, en vez de a Sabrina. Por un momento se apaciguó, solo por un pequeño momento, hasta que dejó de escucharla y abrió los ojos.

—Tenemos que apurarnos. Va a amanecer en una hora —los ojos de Vanina estaban rojos y Gastón temió lo peor: que le hubiera dicho a Sabri sobre la más que segura muerte que tendrían.

Ella lo miró y le asintió con la cabeza. En su debido momento, él cumpliría la promesa que le había hecho a Vanina.

***

Gastón frunció el ceño cuando pasaron la frontera artificial de la Central. No habían divisado a ningún trifecto desde hacía horas y eso estaba alarmándolo. Casi podía oler el engaño en el aire, aunque no les dijo nada a las hermanas. Bajaron por largas escaleras con paredes de circuito y piso de cables de cobre, hasta que llegaron a la zona de identificación. El subsuelo era inmenso, inclusive más que la edificación. Apenas estaba iluminado y el olor a metal derretido y aceite espesaba el ambiente. Sabrina tosió.

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