2. Palabras que asustan

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—¿Hace cuánto son nómadas? —preguntó Gastón, mientras avivaba el fuego y se encogía dentro de la campera que le habían prestado.

—Creo que desde hace unos cinco años. ¿O me equivoco, Nina? —Sabrina volteó a mirar a su hermana, que se encontraba pensativa, mirando un punto fijo—. ¿Nina?

—¿Eh? Ah. Sí, más o menos —se levantó y tomó el puñal de Sabrina. Luego, se fijó si tenía el arma cargada—. Me voy a cazar. No creo que alcance la comida ahora que tenemos a un tercero —la incomodidad bailó en el aire, cuando Vanina miró a Gastón.

Él le devolvió una mirada fatal, pero la ignoró. Tomó otra carga de balas y se la guardó en un bolsillo, luego, se alejó caminando.

No cazaría si no encontraba algo. Quería alejarse de Sabrina y Gastón más para pensar y relajarse. El día fue agotador, sin pensar en lo que les depararía. El resto de la tarde estuvieron viendo en dónde estaba la central robótica más cercana, descubriendo que había una en el partido de La Matanza, en el centro de San Justo. Con cierta vagues, recordó haber escuchado, antes de la caída de los países, que se había decidido que no sería más una ciudad, sino un depósito de metales para la fabricación de robots. También recordó que hubo muchas revueltas por ese motivo.

Pateó una piedra y se revivió el pedido de Gastón, que hizo esa misma tarde, por enésima vez.

—Armas y bombas —dijo con voz neutral, observando el mapa de Sabrina.

—¿Armas y bombas? Ajá. Claro. Bancame que voy al chino a ver si tienen. ¿Vos sos especial o te entrenás para serlo? ¿De dónde vamos a sacar eso? —exclamó Vanina un tanto enojada y hartada de la situación—. Pareciera que lo único que hiciste toda tu vida fue dar órdenes. Bien por vos si llegás a conseguir eso.

—Cerca del búnker había un depósito abandonado que usábamos para guardar comida. Una vez entré a una habitación en especial y vi que había armamento de guerra —comentó, sin prestarle atención a Nina.

—¿Y qué querés que hagamos, Gastón? —la voz de su hermana salió pequeña, como si temiera meterse mucho en el tema y que la retaran.

Gastón se acarició el mentón, en son de pensativo.

—Me gustaría ir mañana, al amanecer. Capaz que pueda rescatar algo, bueno, si es que quedó algo —Vanina rodeó los ojos.

—Mi hermana y yo no vamos a ir. Si los trifectos decidieron atacar ese lugar, quedate cruzado de brazos y esperando, porque van a pasar meses antes de que decidan dejarlo.

—¡Vanina! —exclamó Sabri, empujándola—. No digas eso...

—Tiene razón, Sabrina —contestó Gastón, dejando sorprendida a ambas chicas—. Es peligroso, así que prefiero ir yo solo —ladeó una sonrisa y miró a la chica—. Quedate tranquila, voy y vengo rápido.

Vanina se levantó del suelo y se acercó a un árbol para practicar su puntería con el cuchillo. En voz baja dijo:

—Estúpido —y bufó.

Tenía que admitir a regañadientes que se sentía algo celosa. Sabrina estaba muy emocionada por lo que sucedía, pero la pobre no sabía que esa emoción podía significar la muerte. Frunciendo el ceño, se dio cuenta de lo que caminó cuando se encontró a sí misma en medio de la ruta que había transitado días atrás. Suspirando, se acercó a la otra banquina y se sentó en el suelo, para observar el cielo. Sin embargo, esa acción se vio interrumpida cuando escuchó un sonido metálico que le era bastante familiar.

Tomando de un solo impulso su Glock, volteó con rapidez hacia los pastizales altos donde había encontrado al perro. Titiritando como una hoja, caminó hacia atrás, sin despegar su vista de los pastos altos. Un choque de metal contra metal hizo que se estremeciera y tragara en seco. Si gritaba, delataría la posición en la que se encontraban Sabrina y Gastón, si es que no los habían descubierto ya. Si no gritaba, la matarían a ella. No tenía muchas opciones para elegir. Por lo menos moriría a sabiendas de que, por más raro que sonase, Gastón protegería a su hermana menor.

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