Pesadillas.

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Es probable que mi pesadilla no hubiera asustado a nadie más. No había nada que saltara y gritara ¡BUUU!. No había zombies, no fantasmas ni psicópatas. En realidad, no había nada, solo un vacío, un interminable laberinto de arboles cubiertos de musgo, tan tranquilo que el silencio se convertía en un presión en mis oídos. Estaba oscuro, como el crepúsculo de un día nublado, con la luz justa para distinguir que no había nada a la vista. Siempre estoy corriendo a través de la penumbra sin una dirección definida.

Era en ese momento en que me daba cuenta que no había nada que buscar, nada que encontrar, que nunca había habido otra cosa que no fuera ese bosque vacío y lóbrego y que nunca había ninguna otra cosa para mi... nada de nada.

Me hubiera gustado volver a sentirme aturdida, pero no recordaba cómo me las había arreglado para lograrlo antes. Seguía sin olvidar la pesadilla ni todo aquello que me dañaba. Los ojos se ne llenaban de lagrimas incluso aunque me diera cabezazos para sacarme esas imágenes de la cabeza.

Las palabras atravesaban mi mente, pero sin la claridad perfecta.
Solo eran palabras, aunque rasgaran y mantuvieran bien abierto el hueco de mi pecho.

Me pregunté cuánto más podría durar esto. Quizá algún día, dentro de unos cuantos años, si el dolor disminuía hasta el punto de ser soportable, me sentiría capaz de volver la vista atrás, hacia esos pocos meses que siempre consideraba los mejores de mi vida. Y estaba segura de que ese día me sentiría agradecida por todo el tiempo que ne había dado, mas de lo que yo había pedido y mas de lo que merecía.

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