¿Qué se puede decir de una muchacha de veinticinco años que murió?
Que era hermosa. Y terriblemente inteligente. Que adoraba a Mozart y a Bach. Y a los Beatles. Y a mí. Un día en que la chica me metía en el mismo saco con esos tipos del ramo de la música, le pregunté en qué orden nos adoraba, y la chica contestó, sonriendo: <Alfabético.> También yo sonreí en aquel entonces. Pero ahora pienso en ello y me pregunto si en su famosa lista yo figuraba con mi nombre de pila, en cuyo caso quedaría situado detrás Mozart, o con mi apellido, en cuyo caso me hubiese colocado entre Bach y los Beatles. De todos modos, es lo cierto que no ocupo el primer lugar en la lista, cosa que, por alguna razón estúpida, me fastidia como nadie puede figurarse, acaso porque siempre crecí con al idea fija de que en todo debo siempre ser el número uno. Herencia familiar, desde luego.A fines de mi último curso, me dio por ir a estudiar en la biblioteca de Radcliffe. Y no sólo para recrearme la vista, aunque reconozco que me encanta mirar. El local es tranquilo, allí nadie me conocía, y los libros de reserva estaban menos solicitados. La víspera de uno de mis exámenes de Historia, aún no había abierto ni el primero de los libros de mi lista, enfermedad endémica de Harvard. Me acerqué al mostrador de los libros de reserva con la intención de obtener uno de los tomos que habían de sacarme de apuros al día siguiente. En el mostrador trabajaban dos chicas. Un a de ellas alta, del tipo tenista; la otra tipo ratoncillo, y con gafas. Opté por la Minie Mouse con cuatro ojos.
-Oye, ¿tenéis La decadencia de la Edad Media?
Me echó una ojeada.
-¿Y vuestra biblioteca de qué os sirve? -me preguntó.
- Ya sabes que Harvard tiene derecho a utilizar la biblioteca de Radcliffe.
-Déjate de derechos, Preppie. (Preppie, apelativo vulgar con que entre los estudiantes se designa a los alumnos de Prep. School, curso preuniversitario para muchachos ricos.) Es una cuestión de ética. Vosotros tenéis cinco millones de libros. Nosotras, unos pocos millares apenas.
¡Dios me valga! ¡Vaya con la niña! El clásico tipo de sabihonda, la clase de muchacha que cree que por el hecho de que la proporción de Radcliffe a Havard es de cinco a uno, las chicas deben ser a la fuerza cinco veces más listas. Normalmente, a este tipo de niñas las hago trizas, pero en aquel momento necesitaba el maldito libro, y lo necesitaba de mala manera.
-Oye, necesito ese condenado libro.
-Un poco más de modos, Preppie, por favor.
-¿Por qué estas tan segura de que procedo de una Prep School?
-Porque tienes todo el aire de ser tonto y rico -dijo la muchacha, quitándose las gafas.
-Pues metiste la pata -protesté-. Soy listo y pobre, para que te enteres.
-¡Qué va, Preppie! Yo sí soy lista y pobre.
La chica me miraba a los ojos. Los suyos eran castaños. Bueno, de acuerdo, es posible que tenga el aire de ser rico, pero no estaba dispuesto a permitir que una niñata de Radcliffe -ni aun por sus lindos ojos- me llamara tonto.
-¿En qué te basas para considerarte tan lista? -le pregunté.
-En que no estaría dispuesta a ir a tomar un café contigo -respondió.
-Ni a mí se me ocurriría invitarte.
-En eso se nota que eres tonto -dijo entonces.Quiero explicar por qué la invité a tomar un café. Capitulando con astucia en el momento crucial -es decir, fingiendo que así de pronto me entraban ganas de invitarla-, conseguí el libro que necesitaba. Y como la muchacha no podía salir hasta que se cerrara la biblioteca, tuve tiempo de sobra para asimilar unas cuantas frases lapidarias acerca de la evolución de la influencia sobre la realeza, que a fines del siglo XI pasó del clero a los legueyos. En el examen saqué un 19 sobre 20, casualmente la misma calificación que asigné a las piernas de Jenny la primera vez que salió de detrás del mostrador.
En cambio, debo decir que no pude conceder matrícula de honor a su atuendo; para mi gusto resultaba demasiado a la bohemia. Me fastidió en especial el chisme indio que utilizaba como bolso. Menos mal que no se me ocurrió decírselo, porque luego descubrí que ella misma lo había diseñado.
Fuimos al <Restaurante Midget> (restaurante enano) , un snack cercano que, a pesar de su nombre, no está reservado excusivamente para gente bajita. Encargué dos cafés y un helado de chocolate (para ella).
-Me llamo Jennifer Cavilleri -dijo la muchacha-, americana, de ascendencia italiana.
Como si hiciera falta decirlo.
-Y estudiante de música -agregó.
-Yo me llamo Oliver -dije por mi parte.
-¿De nombre o de apellido? -preguntó Jenny.
-De nombre -respondí; y entonces le confesé que mi nombre completo era Oliver Barret. (Bueno, casi completo.)
-Vaya -dijo la muchacha-. ¿Barret, como la poetista?
-Sí -dije-, pero no somos parientes.
Durante el silencio que siguió, di las gracias, en mi interior, porque la chica no se me había soltado la fastidiosa pregunta de costumbre: <"¿Barret, como la sala?"> Porque yo tengo mi cruz particular, que consiste en ser pariente del tipo que pagó el <Barret Hall>, el edificio más grande y más feo de Harvard Yard, un monumento colosal al dinero, la vanidad y el flagrante harvardismo de mi familia.
Como he dicho, la chica enmudeció de pronto. ¿Era posible que ya hubiésemos agotado los temas de conversación? ¿Acaso la había decepcionado por el hecho de no ser pariente de la poetista? ¡Quién sabe! Simplemente, Jenny permanecía allí sentada, dirigiéndome una vaga sonrisa. Por hacer algo, eché mano de sus cuadernos de notas. Tenía la caligrafía curiosa, una letra pequeña, puntiaguda: y no usaba mayúsculas. (¿Quién creería ser, e.e. cummings?) Y seguía unos cursos francamente inocentes la niña: Literatura Comparada 105; Música 150; Música 201...
-¿Música 201? ¿No es un curso del último ciclo?
Asintió con la cabeza; de verdad es que apenas logró disimular lo orgullosa que se sentía de ello.
-Polifonía del Renacimiento.
-¿Polifonía? ¿Y eso que és?
-Nada sexual, Preppie.
¿Cómo le toleraba aquellos modales? ¿Acaso la chica no leía el Crimson? ¿No sabía quién era yo?
-Oye, ¿no sabes quién soy yo?
-Claro -respondió Jenny, casi con desprecio-. El amo de <Barret Hall>.
Era evidente que no sabía quién era.
-Yo no soy el amo de <Barret Hall> -quise puntualizar-. Se da el caso de que mi bisabuelo regaló el edificio a Harvard.
-Para que su bisnieto pudiera tener la seguridad de ingresar a la escuela.
Aquello era demasiado.
-Jenny, si estás tan convencida de que soy un don nadie, ¿por qué te has empeñado en que te invitara a café?
Me miró fijamente a los ojos y sonrió.
-Me gusta tu cuerpo - dijo.
Saber perder forma parte del arte de un gran campeón. Sin paradojas. Un rasgo característico de la gente de Harvard consiste en saber convertir cualquier derrota en una victoria."Mala suerte, Barret. Jugasteis estupendamente"
"De veras que me alegro de que hayáis ganado vosotros, muchachos. Quiero decir que no os hacía tanta falta ganar..."
Claro que es mejor un triunfo rotundo y claro. Quiero decir que, a ser posible, es preferible el tanto en el último minuto. Y mientras acompañaba a Jenny a su residencia, yo confiaba todavía en acabar por vencer a aquella mocosuela de Radcliffe.
-Oye, mocosuela, el viernes por la noche hay el partido de hockey de Darmouth.
-¿Y qué?
-Que me gustaría que fueses.
Con el respeto que las niñas de Radcliffe suelen mostrar por el deporte, Jenny respondió:
-¿Y por qué demonios tendría que ir a aguantar un asqueroso partido de hockey?
Contesté, en tono falsamente indiferente:
-Porque juego yo.
Siguió una breve pausa. Creo que pude oír como caía la nieve.
-¿En qué bando? -preguntó.
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Love Story - Erich Segal
RomanceLove Story es una novela de los 70 escrita por Erich Segal. "¿Qué se puede decir de una muchacha de veinticinco años que murió? Que era hermosa. Y terriblemente Inteligente. Que adoraba a Mozart y a Bach. Y a los Beatles. Y A MÍ." Esta historia comi...